martes, 24 de abril de 2012

COMO ALONDRAS ENJAULADAS.-


¿Es la alondra o el ruiseñor, el que canta a esa hora?- 

 

Julieta: ¿Tan rápido te marchas? Todavía falta mucho para que amanezca. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que se escucha. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.
Romeo: Es la alondra que advierte que ya va a amanecer; no es el ruiseñor. Observa, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes de levante con los colores del alba. Ya se extinguen las teas de la noche. Ya se adelanta el día con veloz paso sobre las mojadas cumbres de los montes. Tengo que marcharme, de otra manera aquí me aguarda la muerte.
Escena 5ª del acto 3º de Romeo y Julieta


La verdad es que, la figura literaria de la terrible duda, en este caso la duda de la pareja ideal, es más que válida para una sublime indecisión como la nuestra. Tener o no tener  la fe ciega en que mas pronto que tarde escampará, que la luz del dia hará desaparecer toda diatriba estéril sobre si termina la noche o comienza la mañana. Y mientras que para Romeo se acerca el punto sin retorno, Julieta aquí, por aquello de la consabida misoginia del autor, representa a todos aquellos que sacan partido, que aun siguen haciéndolo en las mas terribles circunstancias, las de la indecisión ajena ante la opción del precipicio o la punta de las espadas de los montescos y capuletos (que siempre pinchan al pringado de turno, al tobera de las películas del oeste, el que suele morir casi al final, dejando el terreno libre al ventajista de costumbre).
Valientes literatos de tres al cuarto. Con lo fácil que es darle la vuelta al argumento, como Don Guillermo, y hacer que mueran los que tendrían que vivir, para que los espectadores marchen a casa con la placentera sensación de sentirse vivos, aun. Aunque hay que reconocer que aquí el asunto termina de una forma algo exagerada.
-“Una generación perdida”- creo que murmuraban los londinenses de la época al salir del Globe.

Y no pienso que ahora sea mucho más estimulante para el público –europeo- el asistir al tercer acto de este esperpento (nuestro). Aunque para cualquier espectador adulto, educado en la digestión de las tragedias de ficción, siempre quedará un poso de aprendizaje sobre los errores ajenos.
Pero no preocuparos, que no os voy a contar el final. Si bien en este no aparecen las perdices de rigor, no.

 
Si,  aparecen alondras  también, en la película –otra- que hoy me sirve de fábula.
“Alondras en el alambre” de Jiri Menzel, 1969, que acabo de volver a ver, como corresponde a ciertos clásicos, descubriendo que no es una comedia romántica, como anuncian los de IMDB, ni tampoco el artístico ejercicio de surrealismo, ininteligible -como todo buen surrealismo-, del cine checo de los sesenta. (Primavera de Praga).
Pero, otra vez, me he quedado sin ver las alondras, y los alambres.
Parto de la limitada experiencia del que nunca ha visto una alondra, y aunque en algunas versiones figure el título “Ruiseñores en el alambre”, más de lo mismo, tampoco he visto, ni oído, un ruiseñor. Lo mas parecido un jilguero.
Lo del alambre ya me parecía otra figura literaria más facilona. Si, he visto pájaros en los alambres. Antes en los de la línea telefónica y ahora en los del tendido eléctrico. Pero mira por donde, ni unos ni otros salen en el filme. Porque no trata de ese asunto.
No entiendo porque la han traducido incorrectamente. “Alondras en la jaula” habría sido mas ajustado. Y habría facilitado la comprensión, la poesía del mensaje, a los profanos del bien y del mal que, entonces, aun creíamos en el desarrollo  lineal de ciertas historias, al menos cinematográficas. Parece ser que no.
Si nos la hubieran traducido como “Pájaros en una jaula”,- y es al alambre “de gallinero” al que hace referencia -, o al menos hubiesen respetado el original del relato en que está basada: “Anuncio una casa en la que ya no quiero vivir” de Bohumil Hrabal, a los torpes nos hubiese resultado menos dolorosa la digestión de la clave en que estará escrita la música que van a cantar los personajes, mas o menos alados, de un país al que solo le quedaba la esperanza en el único reducto en que no puede extinguirse jamás, en las ganas de vivir de los checos, después de haber soportado las vejaciones de unos y otros durante 35 años. (Paralelismo más o menos forzado, espero que no os adelantéis precipitadamente a las conclusiones: Los unos y los otros, treinta y cinco años, un país en la miseria, etc. etc.).
Ya veis que la historia universal se repite tanto, o más, que la patatera. No tiene sentido la insistencia.
Si, hay un personaje simpático que me hace saltar del sofá y buscar la complicidad del resto de los espectadores (una). Aquel bibliotecario condenado a trabajos forzados por resistirse a algo improbable, la reeducación del hombre ilustrado por aquel que carece de cultura.
Hay una idílica escena, bajo las estrellas, en la que cuenta a sus compañeros aquello tan bonito de Kant sobre “La conciencia, que es lo único que engrandece al hombre respecto al universo”. Para caer inmediatamente, oscuridad mediante, en un hoyo, de donde es ayudado a salir en medio de las correspondientes carcajadas.
Pero supongo que siempre nos quedará Paris, a los cinéfilos, y a los pueblos en las circunstancias mas adversas, el rayo de luz que se atisba desde el ascensor, el que sumerge en el fondo de la mina a los optimistas incorregibles de la película de Menzel, en su última escena.
Ganas dan de emular los trinos de los pajarillos mientras repasamos la lección de Kant:

“Si bien no podemos alcanzar el absoluto, sí tenemos cierto acceso a algo que se le acerca. Este contacto de aproximación se da en la conciencia moral, o la conciencia del bien y del mal, lo justo y lo injusto, lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer”.

Pero creo que estoy bastante perdido , en la forma, y no se si también en el fondo.
¿Interesa a alguien conocer, en verdad, si es el ruiseñor o es la alondra?.
Los sordos lo tenemos crudo, realmente crudo.



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