jueves, 12 de abril de 2012

LITERATURA RUSA. (EXTRACTOS).-



              Caen en mis manos, ilusionadas por algo bastante parecido  a la  extinta literatura de cordel, una docena de páginas fotocopiadas (sin compulsar, lástima), y tan sobadas como desordenadas, lo que aumenta su atractivo, rellenas con un cuento, “Dueños de sus vidas”, procedente de una supuesta antología de Yelena Ventsel, alias Grekóva, que relata, con evidente tono autobiográfico, el largo camino hacia la supervivencia de los que sufrieron la revolución soviética y algo mucho peor, parafraseando a Fernán Gómez en su resumen sobre la Guerra Civil española, ya que mucho peor fue la victoria. Tambien la de la revolución soviética, que duró tanto, cerca de tres generaciones, como amenaza durar la prometida crisis que nos están ofreciendo (¿los mercados?).
Se lee bien. Una novela rio de unas veinte paginas, en las que decenas de personajes se nos presentan creíbles y humanos. Propio y cálido retrato del pueblo ruso. Agradable, a pesar de no aportar nada nuevo.
Bueno, casi nada.
Hay un comentario marginal, en uno de los círculos infernales donde cae el protagonista, que me queda grabado.

Lo único difícil de soportar eran los “creyentes”. Así llamábamos a quienes creían en los culpables. Discurrían del modo siguiente: “no puede ser que todo esto carezca de sentido”. Que todo el país se haya vuelto loco. Por ello debe haber culpables.  No todos, no todos son culpables (¡yo soy inocente!), no hay humo sin fuego.
Y como el humo es evidente, tiene que haber un fuego en alguna parte.

La grabo en los restos de memoria que me queda como “Teoría de la culpabilidad”, y al ubicarla en la sección de literatos rusos, me encuentro otra, guardada no hace mucho.

"Hay que valorar la opinión de los idiotas, son mayoría."
(Lev Tolstoi)

Uno siempre ha tenido la duda, no aclarada en el enunciado, de si hay que valorarla porque son mayoría, o hay que hacerlo porque son idiotas.
Claro que, perteneciendo a  esa denostada, o privilegiada, mayoría, como es mi caso, parece normal que siga  en la duda.
La reflexión no es en absoluto antidemocrática, aunque ponga en solfa sus fundamentales, si consideramos la época en que fue formulada, cuando esa mayoría hacia referencia a aquella exclusiva en el circulo de los aristócratas que eran, y me temo siguen siendo, los que deciden por todos los demás, por los invisibles.
Mas o menos como ahora, solo que, entiendo ubicado el aforismo,  recién asimilados los principios revolucionarios franceses, en la Rusia de Tolstoi, en el tiempo cuando comenzaban a circular ideas sobre la consulta universal, entre los aristócratas, insisto. Y probablemente sea justa la observación sobre la cantidad de idiotas que pululaban alrededor de Tolstoi. El sabrá lo que dice.
Las consiguientes modificaciones en los sistemas de gobierno, que no de poder,  del mundo civilizado, desde entonces, han tenido bien en cuenta la docta observación del novelista ruso.
Si bien, generalizando o extrapolando el leonino dardo a donde no debo...
Son mayoría y no podemos ignorarlos eternamente, porque  probablemente, terminarán dándose cuenta de que son mayoría y lo que es peor, de que la minoría que les gobierna tampoco es excesivamente inteligente.  O bien llegarán a la conclusión de que son rematadamente idiotas y al ser mayoría están en condiciones de evitar el abuso por los listos minoritarios.
Y así, en esa disyuntiva llevamos doscientos años, repartiendo, y recibiendo, tortas de vez en cuando por no asumir una verdad meridiana como esa.

Uno, educado en el buenismo universal, desarrollado en una sociedad mullida, perfectamente acolchada, o pintada  por poderosas e invisibles brochas, (invisibles para incautos mancebos, como el que suscribe), jamás osará aceptar semejante afirmación, la de Tolstoi, como algo más que un pecaminoso exabrupto destinado a poner en riesgo la fe infinita en la bondad e infalibilidad del sufragio universal. Vade retro, cascarrabias.
Solo que son ya muchos años, demasiados, aceptando las decisiones de esa mayoría y, lo que es peor sus consecuencias. Y  no me duele hacerlo. No me parece mal, el asumirlas como propias. Supongo que ciertas convicciones de la infancia, como la aceptación y el respeto por la mayoría no van a cambiar, no podrán cambiar.
Solo que…
El domingo de gloria, vulgo easter, volvió a suceder.
Terminando de cargar el auto, acomodándome ya en el asiento para iniciar el check list preliminar a la puesta en marcha; mi amigo Severiano, apoyado en el techo del vehículo, mas para no caer que para buscar una posición confortable, sin duda superado por largas horas de barra y bastantes litros de cerveza, me lo vuelve a espetar.

-Emilio, en este pueblo hay mas tontos que perros descalzos –

Y desde entonces no dejo de darle vueltas al asunto.  Por supuesto reinterpretando, e incluso completando la máxima del etilismo filosófico. Supongo que a la afirmación le falta algo de estadística, tan apreciada por los agnósticos, y que hace referencia a la proporción relativa de los tontos frente al total. De hecho estas sentencias siempre llevan implícita la exclusión del calificativo para el que habla, y  presumiendo cierta magnanimidad, para el que escucha, aunque todos los demás, absolutamente todos, como los perros que van descalzos, son y serán realmente estúpidos,
Y lo veo como el corolario perfecto de lo que hace sesenta años, a miles de kilómetros, escribiera aquella rusa blanca. Y aquí, y allí el color no es ningún pretexto poético. Es solo un calificativo descalificador, como el de la estupidez, que puede resultar fatal para el que lo recibe, por muy injusto que sea.
Y es que,  en tiempos mal hados, ciertas convicciones sobre valores humanos que consideras intocables, se convierten en signo de mal pronóstico, muy malo, para la supervivencia.
Máxime cuando esa amplia mayoría de “creyentes”,  cuya decisión, y sus consecuencias, nos ha conducido hasta aquí, vuelven a buscar culpables imaginarios, fuera de su entorno, y de su camisa, y están dispuestos, con un poco de mala suerte, solo con una pizca más de crisis, a dar la vuelta en masa, en terrorífica estampida colectiva  (véase la de “Regreso a las minas del  Rey Salomón”) y cambiar la ineficiente voluntad colectiva por la del líder único que les prometa terminar con los culpables. 

Afortunadamente son solo temores propios del que ha leído algo de historia y que tan solo pretende conjurarlo con este económico psicoanalisis llamado blog.
No me hagáis mucho caso. Ni a Severiano, ni a Tolstoi. Tampoco son de fiar.
¿Hay que valorar la opinión de los idiotas?  ¿Son mayoría?. (La duda me corroe).


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