Centrándonos en esta, penúltima, selección (sin duda habrá otras
penúltimas).
Hemos dispuesto de un par de voluntarios a la hora de su
elaboración, a los que, comprensiblemente, no hemos podido hacer otra cosa que
agradecerles su colaboración. Pinchadiscos de la vieja escuela, tan alejados
del profesional del rasca rasca, que hace sufrir los surcos de los pobres
vinilos y las agujas de diamante en esos viajes sincopados sin otro destino que
llenar de ruido espacios infinitos donde las niñas se reúnen por millares –
conste que no veo los niños porque tampoco me fijo en ellos, pero haberlos
haylos.- Ítem más, los susodichos expertos se auto titulan como los caballistas
parcos en peso y estatura, cual Carudel, que nos hacía perder las apuestas en la Zarzuela cuando esta era,
afortunadamente, otra cosa bastante más útil que la de ahora.
Los voluntarios son Clark Kent y Chris Stevens, el locutor
de Cicely en Northern Exposure (Doctor en Alaska para los vernáculos, je je).
Sobre Clark poco puedo, o debo, aclararos.
Esperamos que el carácter de cada uno, metafísico, elegante y culto
provocador de los radioescuchas, el primero, y directo, previsible y justiciero
programador de sonidos eternos, en el segundo, nos harán olvidar, a buen
seguro, las paletadas de cal, y de arena, de años anteriores.
Supongo que a más de uno le habrá sucedido. Estar cerca de
alguien durante un tiempo determinado, sin darle más importancia que la debida
a un extraño que ocupa un lugar cercano, pero sin la suficiente proximidad para
crear el grado de reciprocidad necesario para llamarla afecto, con ese poso añadido del rechazo que acompaña
a aquellos cuya presencia nos ha sido impuesta por circunstancias externas, sin
medir la menor posibilidad de elección por nuestra parte.
Sucede que un día,
generalmente imprevisto, desaparecen esas personas de tu lado, y dejan detrás
un finísimo hilo de Ariadna, imperceptible en un principio, pero que queda al
alcance de tu memoria de manera persistente, hasta llegar a hacerse ostentosamente evidente, y
que en ciertos periodos de vulnerabilidad emocional, que todos padecemos, el hilo nos invita a seguirlo a través de un laberinto mental,
que deja de serlo cuando tienes marcado el camino para conducirte hasta el
circulo del infierno, aquel cantado por Dante, en el que solo ves un pájaro
negro posado en la ventana que te repite
la palabra infinita.
Ahora tu recuerdo,
tu añoranza, adquiere un tinte melancólico, un imposible dolor placentero que
te hace comprender dos cosas importantísimas, que te equivocaste al dejarlo
pasar y que el tiempo no da una segunda oportunidad.
Eso que acontece con las personas valiosas, muchas, que
pasaron por tu vida, también se hace extensible a la música que te ha
acompañado desde siempre. Con la benéfica diferencia de que la música podemos
recuperarla, evocar con ella, incluso
con aquella que nunca antes creíamos haber escuchado, aquellos momentos que de
algún modo debíamos o podíamos haber vivido, y que se nos escaparon de entre
las manos como la paloma de la canción, para nunca más volver. En eso estamos.
Y es que, lo bueno es asumir nuestras limitaciones frente al
tiempo y al espacio, nuestra insignificancia transitoria, ya que antes y
después de ese instante al que llamamos vida, el termino insignificancia
adquiere todo su significado, solo queda el negro infinito, el único color que
ven los ciegos. ¿Seremos ciegos también? ¿Acaso hemos preguntado a un ciego
cual es el color, el único, que ven sus ojos?
Aceptémoslo, y mientras tanto vivamos. De modo que estas
pequeñas hojas que se desprenden de los arboles en otoño, como las semillas
aventadas a través de los campos y ahora de este firmamento para internautas, nos sirvan para pasar un rato,
tres minutos de nostalgia, de alegría o de reflexión, disfrutando de esta apacible terapia musical. Algunos solo lo
haremos en caso de necesidad. Ya sabemos que la mayoría anda sobrado de energía,
endorfinas y razones; y por tanto considerará innecesaria esta frívola e
intrascendente selección. Me alegro por ellos.
Esa es la parte de Chris, y no lo siento, la que busca cada
día respuesta para todas esas preguntas que nos hacemos en el baño, cuando del
rollo de papel solo queda un cilindro de cartón, inservible.
Entre cuitas y dilemas, me sugiere cosas de Van Morrison ,” Born
To Sing - No Plan B”, que aquí traduciremos por “Nacido para vivir – Sin plan
B”, o del extinto Zappa, “Were only in
it for the money” que evidentemente quiere decir todo lo contrario, y las
escucho atenta y placenteramente, mientras el director de la tesina, me
recuerda que no, que debo limitar el tiempo y el lugar, centrarme en ello y en
la responsabilidad que supone cargar con el numero trece, sin despreciar su
componente sociológico que, también , también tiene su corazoncito.
No obstante, cedo y consiento en incluir a Bob Dylan, George Harrison y a Roy Orbison, tocando
juntos los tres, y para daros gusto, al lado de… Luis Alberto del Paraná.
Esa va a ser, sigue
siendo, la tónica de esta combinación; nada que ver con las que están de moda
en los gintonics que, dentro de nada, habrán dado paso a otra prescindible combinación
espirituosa para expertos de barra.
(Los chicos de Belter me ofrecen esta impagable carátula para nuestro disco. Como no puedo pagarla, he declinado).
La verdad es que la obstinación, el empecinamiento sobre esos
años tan dichosos, no deja de ser reconfortante en ciertos aspectos. Os sugiero que
pronunciéis, aunque sea con la boca cerrada el nombre completo: Luis Alberto
del Paraná y los Paraguayos. No hay
perdiz que para mi los iguale, como decía el Dómine Cabra, refiriéndose a la
sopa de nabos. Es un mundo, ciertamente prodigioso en voces familiares y bien
timbradas, al que conviene inyectar algo de vitalidad si no queremos que se
extinga.
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