jueves, 27 de diciembre de 2012

EL 2013 NOS HARÁ BAILAR. (SONANDO) 3.-


  

Comenzó igualito que en algunas películas de misterio, o de aventuras. La coincidencia azarosa de dos pasajeros en el vagón del tren, en nuestro caso del automotor que hacía el trayecto radial Plasencia-Madrid, únicos recorridos posibles en aquellos tiempos, los radiales, añorados por Muñoz Molina a efectos melancólicos nada más, y que ahora ni eso, ya que supongo que también habrán desaparecido, debido a la optimización en la gestión de la red ferroviaria, a la vez que el tren se ha convertido en un articulo innecesario en su función primordial, la de ser el espectáculo obligado para llevar al niño inapetente a comer el yogur viéndolo pasar –Mira hijo ¡El tren!, ¡El tren!

Afortunadamente los índices de obesidad infantil de nuestro país ya han alcanzado el nivel suficiente para eximirnos de semejantes suplicios. Además siempre nos quedará “La Viajera”, el autobús, igual que a otros, en la película, les quedaba Paris. Por no retrotraernos al lujo, a la exclusividad de los viajes en “La rubia” de Sandalio, con su característico aroma interior a  gasolina derramada en el surtidor en los instantes previos a que la cerilla sin apagar fuese arrojada al suelo. Si bien esa es de Hitchcock y aquella en la que sale “La rubia” es de Kubrick, “The killing” para que la revisen los nostálgicos. Además tampoco hay ya cerillas.

Coincido entonces con otro viajero de parecida edad, y condición, que suele hacer el mismo trayecto, los fines de semana, solo que mientras yo voy a ver a la novia, él va a…recibir clases de batería con el profesor que más sabe del asunto, titular en el Conservatorio de Madrid, en uno de ellos, y en la Orquesta Nacional.
Lo cierto es que su cara me sonaba vagamente, y cuando me aclaró que era el batería del conjunto Fredy y sus castúos, recordé haberlo visto, y escuchado en más de una ocasión en las fiestas de los pueblos de la zona. Vamos que era uno de los castúos del Fredy en cuestión, y aunque a mi Luis Chamizo me sonaba mas al proceloso sur extremeño, y yo estaba  mas en consonancia con el autóctono Gabriel y Galán, por cierto, otro heterónimo apócrifo del autor del desasosiego, estuve a punto de preguntarle por que no se habían puesto mejor el mas ajustado nombre de Fredy y los chinatos, pero me contuve.

En su lugar me estuvo explicando lo realmente difícil que le fue encontrar alguien que le enseñase los fundamentos y la practica de un instrumento realmente exótico en nuestro país hasta bien avanzados los años sesenta, en una cultura basada en el bombo. aka “Tambora”, o en el tamboril del hombre orquesta, junto a la flauta y la bota de vino, característicos de nuestra música vernacular. (El tamboril, en el arroz portugués, es otra cosa, evidentemente).

Le hice ver que una de sus canciones, ampliamente coreada en las citadas fiestas, la seguía teniendo yo en mi cabeza en la sección de “silbables para días venturosos” y que me parecía estupenda, era “El twist de la patatera”.
Ensombreció su rostro, como suele acontecer en los relatos costumbristas, y chasqueó la boca como hace repetidamente Marcelo en “Divorcio a la italiana”, aunque sin conseguir idéntico, inimitable, efecto.
 
Al parecer el tal Alfredo, ahora se llamaba Freddo, se encontraba haciendo bolos por la costa mediterránea con un nuevo conjunto que denominaba “Freddo e il suo ragazzi” al que había asimilado las excelentes canciones de antaño, huérfanas de de padre, apócrifas o mostrencas, al carecer sus autores del correspondiente carné que los incluía en el ghetto de los silbadores. Pensé en decirle que sería por eso que yo la silbaba, pero me contuve también.
No solo había expropiado el combo y sus canciones, sino que, al parecer estaba cambiando el texto, incluso el nombre a muchas de ellas, la que yo recordaba ahora se llamaba “El twist de la cafetera” y la iban a promocionar en Italia según había escuchado.

Para mi fue una sorpresa agradable el comprobar que los músicos de verano, de algún fin de semana y fiestas de guardar, también tenían su orgullo profesional y querían progresar en aquello tan realmente original como era el arte de tocar la batería. Estuve por contarle que me encantaba el solo de Ginger Baker, los diez minutos del “Toad” de los Cream, versión en directo, pero afortunadamente, me volví a contener.
No he vuelto a ver a aquel compañero de viaje, tan instructivo para esta afición que me corroe el tímpano, el único que me queda, tantos años después.
Pero no he olvidado aquel twist, igual que el hermano que está en Alemania, ganando grandes caudales,  no olvida a su mare ni olvida el nombre de España. (Copla).

Y ahora tengo el disco en mis manos, “Caffettiera twist” de Marino Marini, y me vuelvo a sorprender con las vueltas que da la vida, con la de los sufridos compositores anónimos que, efectivamente, comenzaban y terminaban silbando sus canciones, para acabar siendo el tema musical, el jingle de algún anuncio de cafeteras en la televisión americana, según los expertos  musicólogos dicen del twist de la cafetera. Otros establecen su origen allí, en una corta frase musical que  después fue un éxito en el billboard en su versión rock, pasando el charco después.
Como comprenderéis, yo sostengo lo contrario, en este asunto, y en casi todos, y no obstante, reconociendo los esfuerzos en los arreglos del señor Marini y la excelencia en las grabaciones italianas de aquella época, me siento obligado a incluirlo este año como obertura festiva de nuestro Opus 13 (Aquí lo de opus significa otra cosa, no seáis así).

 Aunque debo aclarar las erratas, ya que donde dice “Caffettiera” debería decir “Patatera” y donde dice “Twist”, debería decir eso mismo, “Twist”. (Este es de los Luthiers).
Estoy intentando recordar el resto de la letra original, en castúo, de la que tengo alguna estrofa casi completa, pero hasta que no termine con ella, no os la voy a dar.

Otra carátula, que tampoco:
 


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