“Lo corpóreo no tiene, fuera del número tres, ninguna otra magnitud;
todo se determina por medio de la trinidad, pues el principio, el medio y el
fin son el número del todo, que es el número tres.”
Aristóteles: “De Coelo I, 1”
Comprendo que la mayoría de idealistas bienpensantes siga
manteniendo el dogma de la igualdad de todos los seres humanos a la hora de
desarrollar sus capacidades innatas, o al menos su derecho a manifestarlas.
Olvidan la primera piedra insalvable en el camino, la genética. Darwin ya
apuntaba en dirección contraria, ya que aquellos con los genes adecuados a las
circunstancias, tienen mayor probabilidad de triunfar en esa competición
interminable llamada supervivencia. Nunca existió tal igualdad de
oportunidades. (Herman Mankiewicz, hermano de Joseph, ya escribió el guión de
“Ciudadano Kane”).
En la fase educativa del individuo aparece otro factor que
agrava las diferencias, el entorno. Los recursos familiares, sin olvidar los estatales,
son los que permiten la educación elitista en su sentido estricto, en los
mejores centros; a la vez que añaden otro tercer elemento diferenciador,
imprescindible y ajeno a la formación académica, la posibilidad de realizar el
viaje iniciático, el postgrado fundamental, el master vital para aquel que
dedica sus años de esplendor en la hierba a trabajar aprendiendo, a aprender
trabajando en el lugar del planeta donde el fulgor de la hoguera provoque
ceguera a los que se acerquen excesivamente.
La República
de Weimar, el crisol de la inteligencia europea, durante los años veinte del
siglo pasado, donde coincidieron autores como Brecht o Max Reinhardt, y
periodistas, guionistas o cineastas como Preminger, Wilder, o Mankiewicz que,
precedidos por Lubitsch y Fritz Lang, iniciaron una diáspora tan forzada como
selectiva, a Hollywood.
Al final son siempre los mismos tres lados, los de cualquier
triangulo esotérico, la cuna, la formación y el trabajo. Mankiewick los tuvo
todos.
Y de su única carencia, la incapacidad para superar la
prueba de acceso a los estudios de psiquiatría, hizo su mayor virtud, la
incorporación de sus extensos conocimientos sobre psicoanálisis, como
complemento personal e insustituible en la obra cinematográfica a su cargo,
bien como guionista, productor, director , o factotum, que de todo hubo.
El toque característico, el individual de los buenos
artesanos, lo aprendió de su maestro Lubitsch, quien tan solo le indicó algo
tan fundamental como que es lo que “no” debía hacer. Igual que el asumir su
método de trabajo, que continúa siendo el habitual, incluso, en las actuales
series televisivas, en las buenas se entiende.
Se trata de fragmentar el proceso en tres partes. La idea
básica, la historia central, mejor dejarla a
los clásicos, Shakespeare en “Julio Cesar”, Tennessee Williams en “De
repente el último verano”, Anthony Shaffer en “La huella”, El Volpone de Ben Jonson en “Mujeres en Venecia”, o
excepcionalmente la novelista Mary Orr
en “Eva al desnudo”, la película que colocará a su autor en el olimpo
cinematográfico. Dejando el desarrollo, el tempo, y la puesta en escena, en sus
manos, como director o guionista principal.
Sin olvidar el último toque, el inimitable de los genios
gastronómicos a la hora de conseguir el clímax en el comensal, o en el
espectador, el barniz final en la trama del bordado, la perfección en la frase que
cierra cada dialogo, el de las replicas que apagan el eco de la anterior. Para ello,
inevitablemente, son necesarios un amplio elenco de artesanos especialistas en
el torneado, el pulido, la pintura y a veces el craquelado, de ese texto
imprescindible para el cine, el guión.
Hollywood lo ha sabido desde siempre, y es en su época
dorada en la que este componente alcanzaría su mayor esplendor, la de Mankiewicz.
Teatro a fin de cuentas, puro teatro, proyectado para una única función ante
las cámaras, en la que la perfección solo puede conseguirse con el eterno
triunvirato, actores, medios técnicos (dinero), y literatura, la madre de todas
las películas.
Mankiewicz bromea con Rex Harrison mientras Richard Burton se pregunta que es lo que se le ha perdido en semejante película. (La respuesta es obvia).
La foto, y el pie, los he tomado de " If Charlie Parker Was a Gunslinger, There'd Be a Whole Lot of Dead Copycats" .
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