¿Quién es Ai Weiwei y por qué está diciendo esas cosas tan
terribles sobre mí?
Evidentemente es alguien que tiene mucho que decir, y
que no para de hacerlo. Ha necesitado media vida para tomar conciencia de ello,
y después no ha cesado de transmitir lo que lleva dentro. Y la actividad
artística al uso, es solo una pequeña parte de lo que nos intenta transmitir.
Su estudio de arquitectura, clausurado y demolido por las autoridades chinas,
su blog, censurado y cerrado desde hace cuatro años, y del que podemos contemplar miles de
fotografías expuestas en esta muestra, centenares de escritos, post en el
lenguaje web, llenos de sabiduría, y su actividad inconmensurable a través de
las redes sociales, en las que demuestra que el escultor, el arquitecto, el ceramista, el filósofo,
el genio que se convierte en figura del arte moderno, no es, no debe ser más
que un proyecto, la sombra de un intelectual que está obligado a intentar
convencer al mundo entero de que pueden mejorarse las condiciones en que vive
el ser humano.
Y lo mejor de todo,
de este mesías tocapelotas, es que parece tener los pies en el suelo. Aparenta
poseer una humildad bastante alejada de aquella que exigimos a un líder, a un
genio, o a cualquiera digno de nuestra devoción. Va a ser cosa de
replantearnos, también el redirigir nuestra admiración a personas y a cosas que
no nos alejen de nuestro propio nivel, considerando este justo a ras del suelo,
ese lugar donde podemos progresar incluso reptando.
Otra de la sugerencias, al menos media docena, que me ofrece
con insistente obscenidad – hay de todo – la visita al CAAC, es la repetición
en varios de los epigramas enmarcados junto a las obras de Weiwei, de la cesión
en préstamo de dichas obras por su legitima propietaria, cierta dama española
en esta ocasión, al parecer coleccionista de postín.
Y será porque uno es mal pensado, desde que fue expulsado
del paraíso por el asunto de la manzana, o sea de nacimiento, y siempre piensa
sobre el origen legal, y moral, de las fortunas que se permiten semejante
dispendio. A veces conozco de donde provienen los fondos ilimitados que
facilitan a una española, cuya única cualificación es la de consorte, cuando no
hija, nieta o biznieta de aquel que acumuló montañas de dinero con subterfugios
harto dudosos, por no decir delictivos. Sin ir más lejos, en los tiempos
presentes, podríamos enumerar decenas, o centenares, de damas de prosapia y
etérea virtud, asociadas, tálamo mediante, con alguno de los centenares de
convictos y confesos ladrones que han
robado al país, y siguen en ello, sin otro castigo que el de ser citados anoche
por las lenguas de doble filo.
Concretando, que el titular/ara de la propiedad de las joyas
expuestas en templos del arte puedan, y sean, beneficiarios/as de, por ejemplo,
las comisiones percibidas, de la franquicia de negocios como Fórum filatélico. ¿Ya
lo habíais olvidado? De la inversión en preferentes o de la gestión
inmobiliaria durante los diez últimos años, incluyendo concesiones administrativas
como las de los notarios o registradores de la propiedad, que han bendecido,
mediante la recepción del óbolo legal, la ruina de todo un país; que todos
ellos se permitan presumir de la generosidad de ofrecer al vulgo el disfrute de
sus colecciones de arte, me produce cierta desazón, cierto dilema moral sobre
las bondades del arte y la ausencia de honestidad que suele ser la base de la
fortuna de sus patrocinadores.
Puedo estar equivocado, al insistir en esta pregunta, sin respuesta, la del campesino chino, quien ante su probable inclusión en alguno de los
happenings del artista, se atreve a pensar en voz alta. ¿Y quién pone el dinero?
Obviamente es una pregunta que queda diluida, por más que se
haya formulado millones de veces, ante la contemplación de los miles de maravillas
arquitectónicas de nuestro planeta, y en
menor medida de la obra de artistas plásticos, o multimodales como en el caso
de Weiwei. Pregunta que pasa a segundo
plano cuando, durante siglos, y decenas de generaciones, sigamos
maravillándonos con la obra extraordinaria, la creación artística que, indudablemente tuvo detrás un mecenas.
El dilema moral sigue flotando en mi mente. Si fueron
legales, y justos, los orígenes de su financiación, probablemente si también
tuvieron un coste para los pueblos que contribuyeron con sus carencias,
impuestas por el poder, a la grandeza de esas joyas que tanto llenan de orgullo
a la humanidad. Visto desde la
globalidad de la historia universal todavía resulta asumible, por aquello de
que lo lejano resulta ajeno, pero la cercanía
resulta tan cruel como la hoja del bisturí, sin anestesia previa, cuando
conoces los nombres y apellidos que figuran en los pies de las obras de arte,
que de esta manera pierden prestigio súbitamente, y sabes del modo en que el
dinero llegó a esas manos para transmutarlos, marginalmente, en mecenas de un
artista.
Supongo que no puedo evitarlo, desde pequeño he intentado
descubrir que es lo que había detrás de la pantalla en el cine, y siempre que
he conseguido asomarme he encontrado lo mismo, telarañas, basura y ratas.
Y a veces no conviene cuestionarse tanto ciertas cosas. Al
final la rosa es la rosa, como dijo el otro. Limitarnos a contemplarla y a
olerla si tenemos la fortuna de compartir su aroma. El resto de
consideraciones, como las que se hace interminablemente Weiwei, nos harán
indudablemente más sabios pero, dudo que más felices.
Y lo curioso es que todas esas cosas que está diciendo, las
está diciendo sobre mí y sobre ti, y el que la censura de su país, o la de los
distribuidores de cine en el nuestro, acorten el título hasta el escueto ¿Quién
es Ai Weiwei? no conseguirá otra cosa diferente que distraer al que quiera
quedarse solo en la superficie, a reducir el interés de la creación artística ,
de la cultura en general, a la primera impresión que te produce una obra de
arte, o a la del pedante enciclopédico que dispone de un nombre nuevo para su
colección. Y no es el caso, insisto.
P-D.- La reseña sobre la muestra, mínima, de Agnés Varda, y
la tremenda historia del adelantado que murió por abrir la boca, ya os la
cuento otro día. No tienen desperdicio.
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