domingo, 10 de febrero de 2013

EL CINE Y OTRAS CHUCHERIAS NECESARIAS PARA EL ALMA.- Y (3)





¿Qué haríais vosotros? ¿Atreveros a comprobar la certeza de la sospecha y con ello cerrar el círculo? 

 
A mí lo de cerrar círculos me da bastante yuyu, la verdad. Y es que en asuntos como este, de tanta trascendencia para cualquier psicoanalista, o para el ciudadano Kane intentando ubicar el sentido de la palabra misteriosa “Rosebud”, me parece que deben permanecer en el submundo donde se encuentran, a salvo de las certezas, de cualquier confirmación fehaciente, de la mancha negra que la materialidad arroja sobre los sueños. 
Y es que, al fin y al cabo el cine no es otra cosa. Un paraíso para mentes soñadoras y a veces para otras que no lo son, pero que necesitan puntualmente ausentarse de esa obscenidad a la que llamamos realidad.
No puedo asegurarlo pero, es probable que si vuelvo a ver la escena del fugitivo perseguido por los focos, lo haga por azar, por el mismo  que, al principio de esta historia lo envió desde mi retina al lugar donde guardamos las maravillas de colores, el de los ojos de aquella chica, y algunas otras cosas, pocas más, imprescindibles para sentirnos vivos en este mundo de fantasía.

Por cierto que Mr. Mason bien merece una aparte y, lo tendrá un día de estos. Los amantes de Paradjanov, tienen todos mis respetos y el infinito agradecimiento de los viciosos cinéfilos, aquellos que podemos nombrar, en menos de un minuto, los apellidos de veinte directores soviéticos o de cualquiera de esos países cuya entrada nos estaba expresamente prohibida en el pasaporte, lista que terminaba  tajantemente en Mongolia Exterior, a la que, afortunadamente no se me ha antojado “de” ir, como al personaje de la canción de Peret, en un moderno proyectil.
Claro que la rumba tampoco casaba con los directores suecos, amos del cineclub de entonces, ni con los chinos, japoneses o coreanos que mandan en los discos duros, carpeta de cine, de los viciosillos de ahora. 
Y no podemos olvidarnos tampoco de Obdulia, una buena mujer, a la debo un montón de cariño que le tengo guardado, aunque presiento se va a estropear,  que sin embargo ha tenido la suerte de poder ser recordada a través de la canción que le dedicaron los dos parroquianos habituales del bar de la esquina, Pollack y Coll creo que se llamaban. Podéis recuperarla, escucharla, y comprobar que no os miento (del todo).

Por otra parte me temo, y no soy el único, que las próximas películas que van a mantener nuestra adicción, estupefaciente como la que más, van a serlo en formatos bastante alejados de los conocidos hasta la fecha. 

De hecho, las series televisivas, estupendas algunas, ocupan la mayor parte del tiempo que paso ante la pantalla. Las vuelvo a ver después de diez años de aquella, su primera vez, y me siguen pareciendo un alimento espiritual de primera. Ahora me toca repetir el placer, “begine to begine”, ante esa joya que tengo reservada para momentos especiales, “ Heimat – Eine Deutsche Chronik” , serie dirigida por Edgar Reitz en 1984 y que en IMDB obtiene una puntuación de 8.7 que, en vinos del coronel Parker, viene a ser algo así como que los bodegueros le han pagado bastante, pero no lo suficiente para superar el temible listón de la excelencia, el 9, pero que en cine, puntuado exclusivamente por “usuarios regulares – a saber que quieren decir con eso – se coloca entre las quince mejores películas de la historia, si bien estas clasificaciones no son otra cosa que maldades de ratas de filmoteca. (Premier le otorga “solo” el numero 59. Rácanos y tacaños).

No puede una mente inocente, una conciencia virginal sustraerse de la angustia, del terror reflejado por el prota de “The odd man”, pero tampoco dejar de enamorarse de Marita Breuer, la María Simón que personifica la historia de Alemania durante tres generaciones, las del antes, durante y  después de todo aquello.  Supongo que resulta inevitable que salga a relucir el paradjanovista que llevo dentro, una vez olvidado el estajanovismo propio de los años de la inmadurez (cinematográfica), e intente alejaros con semejante pedantería, para algunos, si bien os aviso que era una de las películas – pre series – favoritas de Stanley Kubrick, aunque ya sabéis que nadie es perfecto y que, además el pobre no tuvo nunca  tele de plasma.

 
No supo lo que puede significar para un adicto, el disponer de decenas de películas tan magníficas como esa que acabas de ver finalizar, como esa cuyo brillo ciega los ojos y la mente del espectador, del que no piensa en otra cosa que no sea prolongar el éxtasis.

Espectadores multiorgásmicos, sin tener que recurrir al orgasmatrón de Woody Allen, “Sleeper” 1973,  o a proyectar sus placeres a través del Orgonon de “los misterios del organismo” de Wilhelm Reich, llevado a la pantalla por Dusan Makavejev en 1971, sino  tan solo con pulsar la techa del mando que inicia el siguiente episodio. 

Os la contaré, Heimat, si sobrevivo.
Que el tiempo es infatigable con sus cosas, y son cincuenta horas de cine, sin risas enlatadas, sin guionistas acelerados y sin colorines. Ya tendréis noticias, ya.



ENLACE A OBDULIA (PINCHAD Y SUFRID).

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