¿Qué haríais vosotros? ¿Atreveros a comprobar la
certeza de la sospecha y con ello cerrar el círculo?
A mí lo de cerrar círculos me da bastante yuyu, la
verdad. Y es que en asuntos como este, de tanta trascendencia para cualquier
psicoanalista, o para el ciudadano Kane intentando ubicar el sentido de la
palabra misteriosa “Rosebud”, me parece que deben permanecer en el submundo
donde se encuentran, a salvo de las certezas, de cualquier confirmación
fehaciente, de la mancha negra que la materialidad arroja sobre los sueños.
Y
es que, al fin y al cabo el cine no es otra cosa. Un paraíso para mentes
soñadoras y a veces para otras que no lo son, pero que necesitan puntualmente
ausentarse de esa obscenidad a la que llamamos realidad.
No puedo asegurarlo pero, es probable que si vuelvo
a ver la escena del fugitivo perseguido por los focos, lo haga por azar, por el
mismo que, al principio de esta historia
lo envió desde mi retina al lugar donde guardamos las maravillas de colores,
el de los ojos de aquella chica, y algunas otras cosas, pocas más, imprescindibles
para sentirnos vivos en este mundo de fantasía.
Por cierto que Mr. Mason bien merece una aparte y,
lo tendrá un día de estos. Los amantes de Paradjanov, tienen todos mis respetos
y el infinito agradecimiento de los viciosos cinéfilos, aquellos que podemos nombrar,
en menos de un minuto, los apellidos de veinte directores soviéticos o de
cualquiera de esos países cuya entrada nos estaba expresamente prohibida en el
pasaporte, lista que terminaba
tajantemente en Mongolia Exterior, a la que, afortunadamente no se me ha
antojado “de” ir, como al personaje de la canción de Peret, en un moderno
proyectil.
Claro que la rumba tampoco casaba con los directores suecos, amos
del cineclub de entonces, ni con los chinos, japoneses o coreanos que mandan en
los discos duros, carpeta de cine, de los viciosillos de ahora.
Y no podemos olvidarnos tampoco de Obdulia, una buena
mujer, a la debo un montón de cariño que le tengo guardado, aunque presiento se
va a estropear, que sin embargo ha
tenido la suerte de poder ser recordada a través de la canción que le dedicaron
los dos parroquianos habituales del bar de la esquina, Pollack y Coll creo que
se llamaban. Podéis recuperarla, escucharla, y comprobar que no os miento (del
todo).
Por otra parte me temo, y no soy el único, que las
próximas películas que van a mantener nuestra adicción, estupefaciente como la
que más, van a serlo en formatos bastante alejados de los conocidos hasta la
fecha.
De hecho, las series televisivas, estupendas algunas, ocupan la mayor
parte del tiempo que paso ante la pantalla. Las vuelvo a ver después de diez
años de aquella, su primera vez, y me siguen pareciendo un alimento espiritual
de primera. Ahora me toca repetir el placer, “begine to begine”, ante esa joya
que tengo reservada para momentos especiales, “ Heimat – Eine Deutsche Chronik”
, serie dirigida por Edgar Reitz en 1984 y que en IMDB obtiene una puntuación
de 8.7 que, en vinos del coronel Parker, viene a ser algo así como que los
bodegueros le han pagado bastante, pero no lo suficiente para superar el temible
listón de la excelencia, el 9, pero que en cine, puntuado exclusivamente por
“usuarios regulares – a saber que quieren decir con eso – se coloca entre las
quince mejores películas de la historia, si bien estas clasificaciones no son
otra cosa que maldades de ratas de filmoteca. (Premier le otorga “solo” el
numero 59. Rácanos y tacaños).
No puede una mente inocente, una conciencia virginal
sustraerse de la angustia, del terror reflejado por el prota de “The odd man”,
pero tampoco dejar de enamorarse de Marita Breuer, la María Simón que
personifica la historia de Alemania durante tres generaciones, las del antes,
durante y después de todo aquello. Supongo que resulta inevitable que salga a
relucir el paradjanovista que llevo dentro, una vez olvidado el estajanovismo
propio de los años de la inmadurez (cinematográfica), e intente alejaros con
semejante pedantería, para algunos, si bien os aviso que era una de las
películas – pre series – favoritas de Stanley Kubrick, aunque ya sabéis que
nadie es perfecto y que, además el pobre no tuvo nunca tele de plasma.
No supo lo que puede
significar para un adicto, el disponer de decenas de películas tan magníficas
como esa que acabas de ver finalizar, como esa cuyo brillo ciega los ojos y la mente
del espectador, del que no piensa en otra cosa que no sea prolongar el éxtasis.
Espectadores multiorgásmicos, sin tener que recurrir al orgasmatrón de Woody
Allen, “Sleeper” 1973, o a proyectar sus
placeres a través del Orgonon de “los misterios del organismo” de Wilhelm
Reich, llevado a la pantalla por Dusan Makavejev en 1971, sino tan solo con pulsar la techa del mando que
inicia el siguiente episodio.
Os la contaré, Heimat, si sobrevivo.
Que el tiempo es infatigable con sus cosas, y son cincuenta horas de cine, sin risas enlatadas, sin guionistas acelerados y sin colorines. Ya tendréis noticias, ya.
Que el tiempo es infatigable con sus cosas, y son cincuenta horas de cine, sin risas enlatadas, sin guionistas acelerados y sin colorines. Ya tendréis noticias, ya.
ENLACE A OBDULIA (PINCHAD Y SUFRID).
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