Película de 1955, Henry King, cuyo título original es “Love
is a Many-Splendored Thing” o sea “El amor es algo maravilloso” como siempre
hemos llamado a la inolvidable canción, motivo principal del filme y tema musical
obligado para cualquier cristiano (es decir, humano) nacido después de esa
fecha. La versión de los Indios Tabajaras es la que suena interminablemente en el hilo musical de mi
memoria, y no la flash, pendrive o harddisk precisamente, aunque si afirmo que
habrá otras doscientas igualmente encomiables e inolvidables, no pecaré de
exagerado, en absoluto.
Pero dejad que yo prefiera.. la hoguera. (1).
Es
un asunto muy delicado
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
Empalamiento,
lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.
Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.
(J.
Krahe)
Y no me refiero expresamente a los arreglos de una
determinada, entre las doscientas. Mas bien del tercer título (en castellano =
gallego) de la película en cuestión, que no es otro que el argentino “La angustia de un querer”, más explicito respecto
a su melodramático contenido y que, dio lugar a un nuevo nombre para un
determinado color , concretamente el del qipao de la protagonista , Jennifer
Jones, que desde entonces allí se llama así , color “La angustia de un querer” , y
que viene a ser algo como un intermedio entre un lila y un celeste, en palabras
de quien, como un servidor, no entiende gran cosa de colores (tampoco de eso),
y que además se ha convertido en el transcurso del tiempo, y si la tecnología
no lo impide en un tono tornasolado que cambia con el paso de los años,
si consideramos el efecto del dios Cronos sobre los originales fotografiados
por León Shamroy en el biodegradable Technicolor
de nuestra filmoteca y cuya tendencia hacia el pastel, hace irreconocibles ,
marchitos como los de las flores – quizás era mas violeta que lila, a saber-
colores tan inconfundibles como el color la angustia de un querer, ya digo.
Hay un documental sobre el asunto, “Glorious Technicolor” de
1988 de Peter Jones, que además de imprescindible para las ratas de filmoteca,
puede resultar instructivo, e incluso divertido, para los interesados en el
asunto, obviamente metafísico, como es el del filtro coloreado y cambiante con
el que contemplamos nuestros sueños conscientes, es decir los cinematográficos,
a los otros que les den. Si bien esta pincelada bibliografiílla no es otra cosa que un sesgo exagerado, un
oximorón sobre el conocimiento intangible que convierte en actitud viciosa, y
por tanto pecaminosa, cualquier aproximación al séptimo arte. Que le vamos a
hacer.
Y es que no es de cine, ni del exotismo holliwoodiense del
Hong Kong de postguerra (de Corea), de lo que quiero hablar. Aunque añoro, e
ignoro, el consejo del tío Oscar (Wilde), cuando me repite una y otra vez que
escribir es algo tan sencillo como tener algo que decir y decirlo. -No tío, no
es tan fácil-.
Pero esta colina del adiós es otra cosa, además. Es la
definición mas ajustada que se me ocurre para representar la orografía, y a la
vez la función, del cementerio “Pere Lachaise”, un museo al aire libre, donde
la llovizna templada, y por ello amable, de una mañana en los estertores del
invierno, produce una acción disuasoria sobre la turbamulta, la multitud en que
nos convertimos los turistas, y afortunadamente estos quedan/mos reducidos a
una docena, dispersos entre centenares de miles de metros cuadrados, de tal
modo que llega a resultar reconfortante el contemplar algún ser vivo, aunque
sea intuido en la lejanía, a través de la neblina, entre tanta, tantísima
tumba.
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