En el caso de Carson McCullers, creo que fue al revés. Si
bien conocía la existencia, y buscaba, su novela,“El corazón es un cazador
solitario”, infructuosamente. Recuerdo
que llegué a leer, de un tirón, sin separar el libro de mis manos “Reflejos en
un ojo dorado”, algo después de haber
visto en la pantalla la maravillosa película de John Huston. El Marlon y la Taylor en su plenitud, y desgraciadamente,
bastante tiempo después de su estreno, por las mismas razones, y distinta
motivación, que las que impidieron a Karen firmar sus obras, la censura, en este caso religiosa, y en un país más
cercano, de cuyo nombre no quiero… (1).
Otras tres o cuatro veces que habré visto esta, y no para
pecar no, que mi santidad, como la de Silvio, está a prueba de esas cosas. Para
comprobar como se estructura una historia, como media docena de personajes te transmiten su
drama personal y colectivo, y como este es el mismo a lo largo de los siglos.
Intemporal, como la novela.
Luego consigo “El corazón…” y “La balada del café triste”, y ya se quedan
para siempre algunos de sus encantadores protagonistas, entre esperpénticos y
cercanos, dando vueltas alrededor de uno.
En los otros intentos de Hollywood sobre sus cuentos, el cine pretende, y no
logra, transmitir los sentimientos de Carson McCullers. Ni Vanessa Redgrave en el café, ni Alan Arkin en
el papel del sordomudo inmortal de “El corazón...” pueden hacer posible lo que
no puede serlo. Hay novelas tan perfectas que cualquier intento de
transcribirlas está condenado de antemano.
Después de leer a estas mujeres, y no solo por el exotismo
de que sean mujeres escritoras, que hay poquísimas, por más que parezca lo
contrario. Uno tiene acceso despues a sus biografías oficiales, a los resúmenes que se
hacen en los prólogos o en las contraportadas, y constata que la vida tampoco
ha escatimado crueldad con ellas. Incluso llega a pensar si la propia desgracia, aun
no sobrevenida, tan solo quizás presentida en el momento de la escritura,
aporte el sello de la genialidad, indiscutible en estas señoras.
Si además las fuentes informativas parten exclusivamente de
las crónicas mundanas, de la prensa sensacionalista, revistas del corazón –
claro – o incluso de las despreciables leyendas urbanas, uno prescinde de la
fiabilidad de la mayoría de los datos personales, y se queda con la foto inicial, la
única probablemente de las dos juntas, y del extraordinario parecido, de las
similitudes en sus trayectorias vitales.
Enfermedades incurables, matrimonios
desastrosos, que irónicamente prestaron los apellidos con que las conocemos,
Blixen y McCullers, cuando los de sus padres eran Dinesen y Smith
respectivamente, y dos chicas que dejaron su encanto vital, su esplendor
físico, que lo tuvieron sin duda, reflejado en historias inmortales, en las que
no hay malvados, ni héroes, tan solo personajes enamorados, con sus
debilidades, frente a la ignorancia , y su hijos espurios el desprecio y la
intolerancia; y que a su pesar, nos dejan encantados de haberlos conocido, a
ellos, y a estas escritoras inolvidables, Christence y Lula, que también eran
esos sus nombres.
Las fotos, los retratos al menos, son crueles, en tanto
recogen imágenes que atribuimos a personas, que ya no son las mismas un
instante después. Maravillas, paradojas, y miserias de la fotografía. Pero
aparte del posible canon artístico de la imagen, ausente en esta, nos ofrece aquí un documento tan valioso como
quizás intrascendente, sobre un momento, y sobre una anécdota, una coincidencia
fortuita en una gala, o en un homenaje quizás, y se convierte entonces en una instantánea
mágica, que da vueltas, o se esconde durante mucho tiempo, hasta a recalar
fortuitamente en el titular de aquí y de hoy, de un admirador agradecido. Magia
sin duda.
(1).- Debo tener en algún rincón (del alma, o sea la estanteria Billy Nº 100) el número casi
monográfico de “Dirigido por” del último año del paganismo y el primero de lo
mismo, finales de los setenta, dedicado a enumerar las películas cuyo estreno habían
secuestrado las autoridades, de modo profiláctico.
De hecho los distribuidores
ni osaban plantear la exhibición de películas como “Reflejos en un ojo dorado”,
por extraordinarias que fuesen. Y no solo porque el cóctel de sus personajes,
militares, adúlteros y homosexuales, era un autentico insulto para la moral -
la de entonces y la de ahora no es tan diferente – sino porque aquello del ojo
dorado no estaba nada claro. A saber que querían decir los judeomasones con eso
del ojo…
Como esa, decenas; italianas, francesas, americanas… de cualquier
sitio que se negase a aceptar los valores
o como se llame esa cosa que el poder impone a todo un país. Igualito
que ahora, solo que la temática adulta en el cine o la literatura, en su
abstracción ultrapopular de caca, culo, pedo pis, es considerada la única prueba
fehaciente de la libertad y por extensión, de la democracia. Supongo que estas
señoras doña Libertad y doña Democracia no se conformarán con tan exiguo
bagaje, pero es lo que hay.
Por cierto que muchos de esos títulos, y algunos otros,
siguen prohibidos en países ciertamente democráticos, como es el caso de “Senderos
de Gloria” en Francia, o “Patria y Rey” en U.K., a pesar de Kubrick y de Losey.
Por no mencionar la obra cumbre de Leni Riefenstahl en su propio país,
Alemania.
Y cuando los autorizan, cuando
los legalizan, no suelen tener el menor interés para el espectador, ni para el
distribuidor, por sentido común.
Quedarán en el rincón del alma de los fanáticos
del séptimo arte, los que rompen sus gafas “de ver” ante la cantidad de basura
que se sigue estrenando sin que nadie pueda evitarlo. Películas, y novelas,
malas de obscenidad, obscenamente malas,
de las que cultivan y abonan lo mismo que atesoran los censores, la nada.
- Fotos de antes y después …. del tabaco. (Para que luego digais que no escribo claro, que no se me entiende).-
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