La foto.-
- Dio en pensar y… se volvió loco.
- De tanto leer, Alonso Quijano, perdió la razón.
- Luego llegó el cine… y fue peor.
Aunque no sea lo habitual, la mayoría de los escritores,
antes de serlo, han leído mucho, muchísimo generalmente, y solo cuando, tiempo
después han dedicado gran parte de sus horas a pensar, están en
condiciones de hacer algo grande, de pasar a la historia del papel impreso.
Narradores o pensadores, novelistas o filósofos, poetas o
moralistas, igual da, la diferencia estará en el destinatario, el lector de los
libros, más que en sus autores.
No tiene mucho sentido, aparentemente, dedicar excesivo
interés a la figura del escritor, cuando es su obra lo que nos importa. Si bien,
desde hace poco, la inmediatez, cuando no la antelación desde la promoción
publicitaria, por el autor convertido en estrella, hasta la distribución de la
novela – los ensayos, generalmente tienen otro tempo musical bien diferente –
obligan al consumidor a leer un producto atribuido presuntamente al genio
merecedor de su devoción, y escrito al gusto
casi al dictado, de la victima, compradora compulsiva.
El dedicar, unos minutos tan solo, a la hora de elegir la
lectura venidera, basándonos en criterios ajenos, en reseñas literarias, o en
cualquier texto sobre literatura universal, va a redundar en la ingesta y
absorción provechosa de ciertos alimentos imprescindibles para el alma, que
obviamente no suelen abundar entre las listas de los mas vendidos, ni entre los
próximos, no gestados aun, que posiblemente ni siquiera serán escritos, tan
solo firmados, por el autor que capitaliza toda nuestra admiración.
Por ello cuando lees algo sobre cuya bondad te han insistido
lectores de confianza, o cuyo título has encontrado en versiones, a veces
extraordinarias, del cine o el teatro, sobre la novela original;
independientemente del tiempo transcurrido desde su publicación, y considerando
un regalo del destino, el que la vida sea tan corta y la historia de la
literatura tan desproporcionadamente larga en relación con la duración de
lector, dejas de fijarte en las fechas, en las décadas, o en los siglos
transcurridos, para centrarte en la enjundia de las paginas que tienes delante,
para disfrutar de la lectura vicevérsica, de atrás hacia delante después de, y
de acariciar el libro, antes de devolverlo a la estantería intentando memorizar
férreamente, algo imposible, el lugar donde lo guardarás para la próxima vez,
para repetir la misma película al día siguiente, como hacías cuando tenias mas
tiempo y menos años, y como anunciaban en la cartelera del cine, ciertos lunes
gloriosos, en letras mayúsculas…”SE REPITE”.
Algo así me ha sucedido con las dos chicas de la foto. Con el
fruto de su trabajo.
Y no sabría, no podría decir que fue anterior si el cine o
la lectura.
Supongo que de Karen Blixen fue primero el placer de leer sus
“Siete cuentos góticos”, cuando todavía no era Karen, sino Isak Dinesen, es
decir un señor, y no por motivos transexuales sino por la mera y estúpida
censura, generadora siempre, y en todo lugar, de los mayores absurdos. No podía
entonces una mujer escribir literatura, ni mucho menos intentar publicarla con
su nombre, al menos en la
Dinamarca de hace cien años. Inolvidable la figura del obispo en el tejado
de una casa rodeada por el agua, un
microcosmos a la intemperie.
Luego disfruté contemplando “El festín de Babette”, que debo
haber visto tres o cuatro veces, ya digo, sin fijarme en el autor del guión, y
tuvo que ser el nuevo “Mogambo”, la exquisita última versión de “Las Minas del
Rey Salomón”, es decir la superproducción de romance y aventuras, ambientada en
África, que los cinéfilos llevábamos cuarenta años esperando, para descubrir
definitivamente, quien estaba detrás de la historia, de su propia historia,
Karen Blixen en “Memorias de África”.
Como suele suceder en las buenas novelas, y supongo que también
en las malas, es el lector quien pone rostro a los personajes, y tiene que
llegar el cine para aclararnos a su manera el error. Karen tiene el rostro, el
físico de Meryl Streep, o al menos lo tenía hasta que vi la foto. La imagen que
cierra el circulo entre fantasía y realidad y que hace justicia a las personas,
justicia cierta, infalible, con una implacable precisión acentuada por el
transcurso del tiempo, de los años que también acompañan al escritor en todo
momento, no solo al lector desesperado al comprender que no va poder leer ni la
mitad… de la mitad.
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