Anoche me fui a la cama después de haber cenado un puñado de
pistachos –mi mano es pequeña, y una vez cerrada, estimo que puede guardar
quince o veinte frutos, no más- un yogur y un quinto de cerveza. Bagaje ideal
para conciliar un descanso necesario y sin sobresaltos, a priori.
Pero una de las últimas imágenes, entrevista en los escasos
segundos que el sueño presta a la tele, antes de apagarla, en el
informativo-deformativo nacional, mostraba a un grupo vociferante, rebosando
indignación furiosa, mediante rostros que -en plano medio- no aparentaban la
menor sospecha de insinceridad, y repitiendo un grito unánime, que continuaba escuchándose
incluso después de ser tapado por la voz del locutor. Podían leerse sus labios
perfectamente: ¡Libertad! ¡Libertad!.(1)
La estaban pidiendo para los encarcelados por robar miles de
millones de los fondos de empleo, de las ayudas sociales para los parados
andaluces.
Esta mañana ya estaban en la calle.
Un proceso judicial, político y mediático que, aparentemente
está dirigido por los representantes de la justicia, y que como otros
similares, extenderá su instrucción durante décadas -lleva camino- permitiendo
que se pierdan ciertos documentos claves, que fallezcan algunos testigos
imprescindibles, y que cambien los colores de la bandera que ondea en el patio
de Monipodio – no el patio mismo, claro está- para seguir avanzando inexorablemente
a través de esos senderos torcidos que llevan al insomnio o a la peor de las
pesadillas.
Ya, ya se que son solamente presuntos, y que ese adjetivo
bien administrado se convierte en un prefijo que los filólogos terminaran por
concluir que el sustantivo que acompaña no significa nada. Si los jueces los encarcelan, o la prensa los
condena, es sin duda debido a errores de bulto – nadie es perfecto- y solo la sentencia,
diferida, diluida, evanescente tras dos o tres lustros de divertidas entregas
pre o post electorales, definirá la inocencia o culpabilidad de los
encarcelados. Habeas corpus, presunción de inocencia, etc.
Para las víctimas, un país entero, no queda otro consuelo
que el de pagar y callar. Deberes colectivos sofocan el incendio de los
derechos privados.
Y aquí es donde no consigo cuajar la tortilla con la sartén
al revés, asar la manteca, poner en orden las cuatro ideas que me quedan.
Resulta que de los derechos básicos que todo individuo tiene
al nacer, aquellos sacrosantos que cualquier estado está obligado a respetar si
quiere seguir siendo estado, llamados derechos humanos por unos, o derechos
negativos por el malvado = ultraliberal Ayn
Rand - que no te maten, que no te violen, que no te roben- hemos pasado
directamente a defender, a exigir directamente, la libertad de los que presuntamente
te roban.
El estado, ausente- Como la masa silenciosa, ni está ni se
le espera, diría Forges, y el interfecto un servidor, estupefacto.
Los hechos son evidentes, incuestionables, pero como decía
algún personaje de Ettore Scola en “La terraza”, obra maestra, perfecto reflejo
de esa cumbre intelectual europea que tuvo lugar a fines del siglo pasado, y
cuyo descenso se nos está haciendo harto doloroso para piernas tan poco
acostumbradas a bajadas tan abruptas. Como decía alguno de ellos: “Los hechos
no tienen importancia, no son nada ante el estado de ánimo”
Va a ser eso, y tendré que acostumbrarme a dormir con la
placidez de un bebé, sabiendo que el derecho a la libertad, incluso de los
ladrones –presuntos- ha sido respetado, y que lo que es mejor-peor, que el
exigirlo es algo real por habitual, y al que más me vale ir acostumbrando.
Quizás me excedí con los pistachos, y no debí pasar de la
docena. Como Serge Reggíani en la película, que muere por inanición después de
suprimir la que iba a ser última cena, dos aceitunas, tres almendras y dos
altramuces. Es lo que nos va a quedar en el etéreo platillo de la balanza que
nos ha tocado. El de los otros, lleva tiempo pegado al suelo.
P.D.- Ya era un disparate, reconocido por los más acérrimos
defensores del estado del bienestar, extender este, el de los derechos
positivos, que son universales pero nunca gratuitos, alguien paga por ellos,
hasta límites propios de las prestaciones privadas más exclusivas, es decir
costosas. Disparate difícil de asimilar y con consecuencias dolorosas a medio
plazo.
El dar la vuelta a los primeros, a los divinos, a los
negativos, que no te roben, para transformarlos en derechos unilaterales de los
que nos roban - y no tienen la exclusiva los hoy felizmente liberados, como es
obvio - es el invertir la base, los
fundamentos de la convivencia. Y esto solo puede conducir a una situación
indeseada y estúpida. Estúpidos porque estamos viendo como se acerca y no
hacemos nada por alejarla.
(1). El PAIS 11-X-13:
El TSJA afirmó que el acoso en los juzgados
"revela una falta de aceptación de las reglas básicas de un Estado de
Derecho".
Para el fiscal general, con lo ocurrido este jueves
en Sevilla "se sobrepasaron los límites".
“Bla,bla,bla,bla”.
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