Me he dejado llevar esta vez, y no me arrepiento, porque
ello sería negar el poder del subconsciente, por la necesidad de seguir la
tendencia impuesta por él y acabar, naturalmente, donde siempre, en la música
latina – perdón, hispanoamericana – para comprobar, a posteriori, que la
primera mitad es prácticamente monográfica. Los boleros, cha cha chas,
guarachas y las cumbias de rigor, junto
con otros ritmos afines y cuya etiqueta nunca he llegado a dominar. Ahí están
todos, con sus letras tan perfectas que grima me da de compararlas con las de
Dylan o Van Morrison, a los que además no les entiendo nada de lo que dicen.
Muy doloroso tener que relegar a próximas ediciones, a los
de siempre, a los que acariciaron nuestra infancia desde los descansos del
cine, o desde el patio de la vecina, y a los que considero tan de la familia
que, no van a molestarse si los discrimino un año más en el baúl de los buenos
paños. Ya sabéis que esos en el arca se venden, sin necesidad de hacerles
propaganda.
Pero es que tengo un Molina, y un Farina, Mayte Gaos, Los
Relámpagos, o un Manolo y un Ramón que os van a hacer llorar, si es que los
vellos de los ojos, es decir las pestañas, no provocan el espasmo de vuestros
lacrimales evitando que el llanto hemorrágico delate la ternura de vuestros
corazones, por más que creáis que ya lo habéis llorado todo. Os lo prometo.
Me dejo llevar. Creo que es lo mejor. No tiene sentido
volver atrás una y otra vez a la hora de seleccionar las cerezas que llevar a
la boca. Bien es cierto que no todos los años tienen idéntico sabor. A veces la
cosecha se presenta excepcional y, esto
no es causado por las sentencias de los sabihondos de siempre, que ya intuyeron
desde el invierno anterior la dulzura, la abundancia, y hasta el calibre del
fruto que maduraría cinco meses después, intuición que por cierto, solo
manifiestan a posteriori, con la boca y las manos llenas de las placenteras
picotas.
Supongo que el clima, el cielo, la luna y las estrellas,
afortunadamente, siguen siendo previsibles en tanto que impredecibles a tan
largo plazo y que, además, la situación anímica del comensal tiene tanta
importancia a la hora de la degustación, sino bastante más, que la calidad del
postre primaveral.
En este caso un puñado de canciones que, como las cerezas, a
veces salen del cesto en grupo de tres o de cuatro, depende de lo largos y fuertes sean sus rabos.
Por eso me dejo llevar, y cuando las miro en la canasta, me
doy cuenta de las similitudes, del parentesco entre algunas, cuando no en el
factor común, el rojo, rojo cereza, de todas ellas.
Hay una primera y evidente aproximación, inadvertida en el momento
de escogerlas, que es el cine, la música de fondo, cuando no las sintonías o la
música pretendidamente incidental de algunas películas que, algunas veces
cobran vida propia y sobreviven a la banalidad de los títulos que, en principio
iban a sonorizar. Son los jingles, los estribillos cientos de veces repetidos y
escuchados, junto a los que hemos crecido. Conviene aceptarlos como parte de
nuestro tesoro personal, y así me alegro de que, al final, se queden con
nosotros.
Comprobareis que el principio, y el final, de esta
selección, se adaptan, lógicamente con
el suficiente desprecio e indiferencia – marca de la casa – al motivo
principal sobre el que os estoy perorando.
Comenzamos con la sintonía del añorado “Cineclub” de D.
Alfonso Sánchez, que afilaba el apetito de los cinéfilos adolescentes, y que
rara vez eran defraudados ante la expectativa de ver una película estupenda,
“film” decía Alfonso Sánchez, con una voz ronca y cazallera, y que pareciera no
haber superado, a pesar de su provecta edad, el posible tartamudeo que debió
soportar a lo largo de su vida, y cuyo silbido inspira torio, después de cada
frase, incluso de las más cortas, sería recordado años después, cuando
estudiaba un servidor la propedéutica, entre los síntomas del enfisema pulmonar.
Increíble que un señor tan mayor y con semejante locución
entrecortada pudiese explicar con tal aplomo y brillantez las maravillas de la
película y de su autor, la que minutos
después íbamos a disfrutar en blanco y gris; -lo del negro y lo del color, eran
solo motivos de ciencia ficción. Al fin y al cabo las historias que leíamos en
las novelas y, vivíamos en los sueños, según dicen los que sueñan, eran también
en blanco y gris.
Colores solo en las estampas de los santos, en las casullas
de los curas y en los vestidos de las chicas, los de serrana, aunque viviésemos
en el llano. Paradojas de las tradiciones, de las que uno olvida el por qué son
así, porque están donde están, para
después renunciar a planteárselo. Tan solo guardamos la parte buena de
los recuerdos y es que realmente las
chicas estaban guapas con las cintas de colorines – básicos eh – aunque
nosotros no lo sabíamos todavía (que eran tan guapas ni que los colores eran
tan infinitos como los del arco iris), entretenidos como estábamos con Alfonso
Sánchez. (Véase post del 31 de Octubre, http://hayquevivirla.blogspot.com.es/2013/10/proverbio-chino.html
).
Entonces, tampoco sabíamos que esto era el tema principal de
“Mi tío” de Tatí, que no podríamos ver, y por tanto disfrutar, hasta bastantes
años después y que, curiosamente, me hizo pensar que – irrazonablemente, con la
obstinación de la pasión – copió descaradamente la música de la sintonía de
“Cineclub” para esa película. Faltaría más.