El haba.-
O la haba, que nunca he tenido claro si es el mar o la mar.
Antecedentes históricos.-
El inicio de la civilización coincide con el del
sedentarismo. El hombre ubica su guarida – debió serlo- en lugares fértiles con
suficiente caza en la proximidad, por aquello de la proteína – y la grasa-
animal. Pero la base de su subsistencia durante los meses de climatología
adversa, fue desde el principio el acúmulo de los vegetales en conserva, la
semilla madura y seca de los cereales o las leguminosas. Entre ellas estarían
las habas.
Aunque todavía hoy se usan a modo de capricho para el
gourmet en su estadio inicial, “habas baby”, e incluso sus vainas tiernas, se
usan en algunos caldos o como componente imprescindible de ciertos pucheros de
temporada, añorados ellos.

Recuerdo haberlas visto, en su modalidad pétrea – algunas
han sacado algún ojo de la orbita, ayudadas por el maligno tirador o
tirachinas – como reserva sólida y antiespiritual
en la troje, esperando ser añadida como base fundamental en el pienso de los semovientes
que habitaban pared por medio, aunque solo figuraban hasta hace poco en esa
zona confusa de la memoria donde son posibles las mayores mistificaciones – de
místico – y quizás por ello, no les/las he concedido la menor importancia,
durante estos últimos eones.


Persistencia consuetudinaria.-
Posteriormente su aparición en las mesas domésticas, quedó
restringida de forma testimonial, a la sorpresa contenida dentro del roscón de
reyes, que otorgaba a su afortunado adjudicatario el honor de pagar el dulce e
incluso la posibilidad de ser agraciado con el augurio del más negro presagio
para el año en ciernes. En caso de cenizos y pesimistas compulsivos, ofrecía
mucho juego la semillita, dando motivos para que la imaginación – la misma que días
antes había estado soñando con el premio gordo de la lotería- se sumergiese en
los oscuros meandros de la sinrazón. Magnifica y económica inversión que
ahorraba al afortunado la necesidad de adquirir y, lo que es peor, leer novelas
de terror.

No íbamos a ser menos y hemos sustituido la ancestral
ligazón que nos unía con nuestro pasado agrícola, y que algunos plantaban en
una maceta para contemplar el extraordinario y esperanzador espectáculo con el
que su germinación nos anunciaba el final del invierno. La hemos sustituido por
un símil, cerámico por supuesto, supuestamente obligados por las normativas
sobre higiene alimentaria que prohíben esto y lo otro y, por descontado, la
inclusión de una semilla, presencia “orgánica”, que horror, en el interior del
suculento bizcocho.
Una u otra, es cosa de guardarla en el bolsillo, y
acariciarla de vez en cuando, para recibir los efluvios benéficos, similares a
los del ámbar, a quien los supersticiosos, y otros que disfrutamos con el tacto
de las piedras semipreciosas – todas lo son- recurrimos para que apacigüen y
apacienten nuestras almas, que ahora creo que se llaman karma. Todo es cosa de ponerse
al día.
Divagaciones reflexivas.-
Aquí se abren nuevos senderos que me niego a recorrer, si
bien miro de soslayo sus primeros tramos, sin desplazarme en absoluto por
ellos.

2.- Seguramente en el asunto este de las normativas, de la
legislación exhaustiva sobre los ingredientes legales del papel del fumar somos
la pera. Aunque seguimos sin poder comprobar si el jamón es o no es de bellota
– prima ella de las habas- aunque lo paguemos al mismo preció del cirio “pata
negra”, el de cien por cien cera virgen – lo de virgen era una blasfemia, en
aquellos tiempos, como lo de Tony Curtis, pero con la Santa Inquisición al lado- aunque
por normativa que no quede, tenemos dieciocho, docena y media de boletines
oficiales publicando mensual o incluso semanalmente las prohibiciones, y los
indultos, de rigor. Otra vez campeones.
3.- Las cookies, las galletas chinas de la fortuna, en este
caso siguen apareciendo en el interior del rosco en forma de muñecos, añorado
Murano, snif, bien en plástico rígido, bien en pasta inerte, policarbonato
supongo, como imitación de animalitos o figuras relativas a personajes de
series televisivas más bien viejunas, por aquello de no –tampoco- pagar royalties
a las productoras de siempre. O sea para que lo del respeto a la propiedad
intelectual quede como algo intramuros, de donde nunca debió salir, por razones
espirituales.
Esas figuritas también, obviamente han dejado de ser
atractivas, para el fetichista coleccionista que es uno, que ha reunido media
docena de gallinitas en el alfeizar de la chimenea, esperando el gallo que las transformaría
en “ponedoras” y que, visto lo visto, este ya nunca llegará.
4.- Incapaz de callarme, os voy a revelar un misterio. Años
y años de práctica me han llevado a intuir, con innegable precisión, los lugares
del roscón donde se ocultan las sorpresas, son aquellas depresiones de la
superficie que la deducción analítica atribuye correctamente a los puntos con
menor masa, la sustituida por las figuritas que, como podeis suponer, no crecen
con la cocción. Si bien, sigo sin tener todavía resuelto el asunto fundamental,
el lugar donde se oculta ella, la titular de mi destino.
En fin que el haba, que ya es oficialmente artificial y
porcelánica, augura, sigue haciéndolo, tiempos nuevos y , como quería contaros
desde un principio, y ya habeis supuesto, me ha vuelto a tocar este año.
Aunque temo que no he
sido el único perjudicado. Y no voy a sugerir que consideréis este asunto como metáfora
alguna, porque ya se que lo estáis haciendo.
Nos ha tocado a todos.
P.D.-
En aquellos roscones que, por imposiciones de la moda –
innecesaria como casi siempre- son
servidos rellenos de nata, vuelve a repetirse curiosamente, idéntico
fraude al de los cirios compostelanos. La nata procedente de la leche - ¿De
donde si no? – es sustituida por grasa no
láctea, de origen animal, el mismo sebo de los mismos cerdos, solo que ahora,
seguramente ni siquiera han sido alimentados con el haba, o la haba, ya digo.
Y el consumidor, el pagano, el sufrido pueblo, tan feliz en
su inconsciencia, que al fin y al cabo debe ser lo único que importa, la inconsciencia,
no la felicidad cuya consecución suele ser harto molesta, incluso para los que
la encuentran.
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