jueves, 30 de enero de 2014

SEÑAS DE IDENTIDAD III .- EL LAMENTO BORINCANO.-






La botella medio llena.-


No significa solamente, o al menos no debería significar, el enfoque optimista de una situación en la cual, afortunadamente, disponemos todavía de algunos tragos por delante. Supongo que una actitud más realista, e incluso más inteligente, sería la de entender que, el nivel del vino a lo largo de su envase translúcido, no es estático, si no algo dinámico, y que, además, no tiene ningún sentido la valoración del volumen de un licor si nos limitamos a su exclusiva contemplación. Esa imagen inmediata, nos está denunciando la evolución, el descenso de nuestras reservas, e incluso, si hemos estado atentos, la velocidad de esa caida, el tiempo en suma, que nos resta antes de agotarlas.

Nos está pidiendo a gritos que nos apartemos de las imágenes metafóricas y vacías, del palabrerío inútil, para buscar con urgencia la manera de evitarlo, de impedir que llegue a vaciarse completamente cuando, probablemente, seamos incapaces, carezcamos de los medios suficientes para volver a llenarla.

Viene a cuento de tantas situaciones en nuestro país, del falso estado de bienestar que, lógicamente se cae a pedazos, como todo ídolo con pies de barro – otra figura retórica para los bobos – de tanta parafernalia falsa sustentada en la ficticia igualdad de oportunidades, que no soy capaz de decantarme por una sola, una de tantas.

Quizás la más reciente, la de ayer mismo, en la que la comunidad autónoma madrileña  -las minúsculas son merecidas – renunciaba heroicamente a privatizar, o externalizar, la gestión de la sanidad pública, sin reconocer expresamente que es el tribunal de justicia el que lo ha impedido. Sin olvidar el eco exagerado de la victoria de la “ciudadanía” madrileña, súbditos ellos y nosotros, según consta en la constitución – todos en minúsculas- y de los grupos políticos de la oposición que la han motivado con sus mareas blancas y demás.
Magnífico NO a todo  lo que venga del otro lado, sin aportar solución alguna al deterioro imparable  de esa pata fundamental del estado del bienestar, la sanidad pública.
Magnífico “vivan las caenas” otra vez, y tremendo motín de Esquilache por un quítame allá los chambergos, cuando la copla no ha cambiado desde el siglo de oro, y mirad que ha llovido, solo que no ha sido vino, licores o ambrosias, tan solo agua que, al paso que vamos también nos la van a cobrar – la lluvia, que la del grifo, ya lleva tiempo-, y no deja de resonar la música en mi cabeza cada vez que miro la botella:



Tanto vestido blanco,

tanta parola,

y el puchero en la lumbre

con agua sola.

Y el país, desde entonces casi, con el “y tu más”, dividido estúpidamente en dos bandos que se culpan mutuamente de los males patrios, a la vez que se niegan a toda solución no solo que venga del contrario, sino que le suponga individualmente el aporte imprescindible, o el cese en el disfrute –que es lo que nos toca como deudores- de cualquier privilegio, por inasumible que sea.
Que no lo es precisamente, la sanidad pública, ni privilegio, ni inasumible, tan solo es la tercera parte del gasto público de un  país que ha multiplicado por dos su deuda en los últimos siete años, que gasta en pagar los intereses de esa deuda, gran parte de sus ingresos, y que se muestra ufano de presentar un crecimiento futuro inferior al 1%, cuando todo el mundo –viene en los libros- sabe que por debajo del 3% se continuará destruyendo empleo. Ese empleo que ha hecho disminuir el pasado año, en 60.000 el número de parados mientras reconoce, simultáneamente, la pérdida de 200.000 puestos de trabajo. Demasiado elocuente como para tener que explicarlo.

No a la privatización, vale, estamos de acuerdo.
Alternativa – imprescindible, ya que no nos van a seguir fiando vino en el colmado-  no hay otra que un cambio radical en la gestión pública. Pero esta es obviamente una gestión política, monopolizada por el partido en el poder, por la dictadura de los partidos que señalaba Camus - nadie le ha mandado flores por primavera, y fue su aniversario- en su discurso de Estocolmo, como culpables de usurpar en beneficio propio, de utilizar pro domo sua, la rebelión de las masas (ese es Ortega, y Flaubert, y Montaigne, y Emerson…).
Supongo que el nivel seguirá bajando, vistas las circunstancias, y vista la satisfacción de los responsables, los beneficiados, al parecer casi todos, menos alguno que pensaba aparecer en la lista Forbes de años venideros, y satisfecho el pueblo llano cuyas movilizaciones creen ellos que han resultado exitosas, y que continúan, inconscientemente, sin mirar todos los días el nivel de la pobre botella, de la frasca del tendero y del odre manchego, del pellejo al que pronto, si no lo remediamos, solo podremos extraer las pocas gotas de liquido amargo que nos indican que solo le resta dentro la pez.
Si, y además, cuando la pez se seca, como en la bota, el pellejo ya no sirve para nada, irremisiblemente.

Solo existen soluciones, que haberlas haylas, que pasan por disminuir las prestaciones sanitarias, activa o pasivamente, empobreciendo la asistencia a la vez que cobrando por ella. Los pobres no tenemos otra opción. Y ningún político, de los que solo pretenden llegar y quedarse, a cambio de los votos cuatrienales, va a acometer ni a plantear nada parecido si con ello pierde los votos que le son tan necesarios a su partido.

Cambiar el modelo de gestión, optimizarlo según otros, implicaría arrancarlo de las manos que lo han conducido hasta la extenuación durante décadas y décadas, y aparte de que ellas no estarán dispuestas a cederlo gratuitamente, no hay vía legal para hacerlo.
Tan solo, pues, esperar a ver la extinción del líquido elemento, de la sanidad para todos, y a que otro barrio burgalés, llegue a ponerlo todo patas arriba con los inconvenientes dolorosísimos que eso conlleva.
Por cierto que ellos también han conseguido que NO se haga nada, que todo siga igual, que como país conservador, o reaccionario a los cambios, perdamos nuestras energías en el “No nos moverán”, el no a la república, el no a la reforma – mejor contrarreforma -, el no a todo.

Tengo en mente al personaje que mejor nos define como pueblo, en los últimos doscientos años al menos - aunque yo suelo llegar hasta Viriato-, el que da nombre al mejor cuento de Chaves Nogales, en “A sangre y fuego”, el que se deja la piel en el intento a pesar de contemplar como los demás retroceden ante el enemigo, y lo hacen a sabiendas de que ese retroceso significa su muerte segura y el hacer frente al menos les da una oportunidad de seguir vivos, una probabilidad,  y la seguridad de haberlo intentado. La renuncia colectiva a asumir nuestras responsabilidades individuales para dejarlas en manos ajenas. La tragedia infinita de esos dos siglos perdidos y de la que ahora tan solo estamos sufriendo una de sus innumerables consecuencias.
El apostar sobre cuando nos llegará otra oportunidad, o sobre cuál será el resultado de la apuesta, ya lo dejo para viciosos que, en todo caso van a tener la botella absolutamente yerma, inútil. Eso seguro.

La parte optimista, que la hay, está por llegar. Está en la respuesta de los de Gamonal, de los indignados de hace poco, y de los de mañana, a la pregunta que sigue en el aire:

¿Y ahora qué?



P.D.- La letra de “Lamento borincano” aparte de ser otro lamento, viene a decir lo mismo, a través de una canción preciosa. . Si, claro que si, el lamentarse esterilmente es otra de nuestras señas de identidad.

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