En mi caso, reconozco que el exceso de información ya había sesgado
cualquier posibilidad de encontrar el shangri la espiritual mediante un viaje a
Oriente.
Ya la historia del yogui con los cuatro Beatles, reclamando este la
quinta parte de los beneficios, del cielo en la tierra, a cambio de algún
mantra, del karma correcto y la música del sitar, me había puesto sobre aviso
de que los paralelismos, y los caminos del señor, son infinitos. Por otra
parte, los programas de acogida al viajero en templos de difícil acceso,
perdidos en las montañas, eran absolutamente diáfanos sobre como dar la esperada satisfacción al turista, además
de compartir comida y rezos con los monjes, y de ser tratados en todo momento
como los componentes paganos (doblemente) de la excursión o extensión del
viaje, contratada en la agencia de viajes de cualquier esquina. No tuve
necesidad, ni ganas, de comprobarlo.
Pero es que además, llevaba recomendaciones de primera mano, la filmografía
de amigas tan alejadas como diferentes, alemana y japonesas, que suelen ser
monotemáticas en el fondo, y en los escenarios de sus películas. Visiones desde
dentro y fuera sobre ciertos
tópicos a los que a veces confirman en su
fundamento, y en otras, sencillamente los desvanecen.
Doris Dorrie: Busca el zen desde la perspectiva de un europeo.
Píldoras budistas con agradables resultados para el espectador.
-Sabiduría garantizada 1999
-Der Fischer und seine Frau 2005
-How to cook your life o “Encuentra
el nirvana en la cocina” 2007
-Cerezos en flor (Hanami) 2008
-Fukushima, mon amour 2016
Naoko Ogigami: Retratos amables sobre gente sencilla. Megane fué el
anzuelo que me atrapó en su cine.
-Barber Yoshino 2004
-Kaome shokudo 2006
-Megane 2007
-Toiretto 2010
-Rentaneko 2012
Naomi Kawase: Sintoismo puro, un estado filosófico que envuelve el
tiempo hasta el extremo de hacerlo innecesario.
-Moe no suzaku 1997
-Sharasoju 2003
-El bosque del luto 2007
-Nanayomachi 2008
-Hanezu no tsuki 2011
-Aguas tranquilas 2014
-Una pasteleria en Tokio 2015
Solo unas pinceladas sobre el cine y Japón, desde el punto de vista de
algunas directoras. Hay otras imprescindibles, como la asistente de Kurosawa y
el film biográfico sobre su familia. Necesario también para conocer que sucedió
en Japón con los « desafectos » al régimen durante los años treinta y
cuarenta. Odiosas e inevitables comparaciones.
Todas ellas son culpables, naturalmente, de incitación al delito, el de
viajar para comprobar si ese mundo atisbado a través de la pantalla era real o
imaginado por los creadores de sueños. Después de ver esas películas y de
encontrar suficientes pistas sobre el terreno que confirmasen su existencia,
uno se alegra de ambas cosas, de haber realizado una excursión tan especial, y
de haber sufrido la adicción al cine japonés en general y al de estas mujeres
extraordinarias.
Supongo que ver esas películas, todas, constituyen un bagaje necesario que
convierte en superfluas la media docena de guías de viaje sobre este país que
han caído en mis manos. Eso, y el prudente alejamiento de las películas y best
sellers norteamericanos. Afortunadamente existe un mundo más allá del sushi, de
las geishas, y de los tsunamis, aunque estos también resulten a veces
inevitables.

Japón tuvo eso que ahora estúpidamente llamamos crisis en los primeros años
ochenta, y justo ahora, hace un par de meses, es decir treinta y seis años después,
su economía, que no su índice Nikkei, ha recuperado los niveles de entonces.
Bucles de la historia, como parte inexorable de ella, cuando llamar a un valle
profundo y extenso crisis, se convierte en una estupidez, pero el considerar el
tiempo y el esfuerzo que lleva salir de él, no lo es en absoluto. Y vuelve el
parangón, inevitable, la nuestra del 2006 ¿Para cuándo ?. Una canción
estupenda de Palito Ortega, ¿Para cuándo joven, para cuándo? preguntaba con
insistencia harto molesta el padre de la novia al cantante, en referencia
diáfana a la fecha de la boda. Y si treinta y seis años parece mucho tiempo de
relaciones prematrimoniales, no quiero pensar cuanto llevará la espera para una
pareja como la nuestra, en la que el chico aporta la titularidad de una deuda
superior a los ingresos de toda su vida, y la novia ha ido reuniendo para su ajuar una
maravillosa colección de pagarés con fecha fijada. Comparaciones odiosas,
futuro más oscuro que aquel que me pronosticaba el papelito de la fortuna, y lo
peor de todo es que me está distrayendo de Japón, que era el asunto principal.

Por otro lado, resulta evidente que la disciplina colectiva, sin rebasar
ciertas líneas que para el resto de la humanidad se suponen infranqueables, es
la base junto a la cultura, de la prosperidad y otras canonjías a las que deberíamos
todos aspirar.
Disciplina que se muestra espectacular
en los niños en general, independientemente de su edad, silenciosos y
atentos a lo que les rodea, sin molestar jamás a familiares ni extraños, y sin
perder por ello el encanto propio de esos años, y sobre todo en los colegiales
desde el parvulario hasta el bachillerato,
gorros de colores que identifican su nivel escolar, uniformes en los que
no faltan las carteras de cuero colgadas a la espalda, con el aspecto de la
cartera definitiva que nunca tuvimos, el cabás añorado, aquel de la infancia
perdida.

Algo agobiante para el viajero temeroso de que el papel publicitario que le dieron el primer dia, volverá en su
bolsillo junto a las cáscaras de las castañas asadas, hasta que en el aeropuerto
de origen se reencuentre con ese artilugio imprescindible y maravilloso que es
la papelera.
Pasas malos ratos hasta que vas descubriendo e interiorizando las claves que te permiten
recuperar el confort sin interferir con el suyo.
Para nosotros, el aspecto de la limpieza que allí observamos, tiene tintes
de psicopatía paroxística. Creo que
solamente he visto despintada la parte trasera de un pickup que transportaba
material de construcción, y oxidadas las cadenas de dos bicicletas en Takayama,
bajo lluvias perennes. El resto del espectáculo contemplado durante tres
semanas, solo puedo calificarlo de inmaculado. Recorrer el mercado pescadero
mayorista de Tsujiki, el mayor del mundo según dicen, veinte minutos después
del cierre, y constatar que allí no huele a pescado, ni a mar, ni queda el
menor estigma de lo que ha sucedido hace un rato, produce escalofrios. La
sensación de que estás dentro de una película y, simplemente, han cambiado de
secuencia sin avisarte.
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