Hasta la aparición de las
pantallas planas, sean de plasma o LCD, retroiluminadas o táctiles -es decir
antesdeayer - los televisores y también los monitores del PC, funcionaban
gracias a un tubo de rayos catódicos que requería ciertos ajustes periódicos,
para satisfacer las expectativas de sus usuarios respecto a ciertos factores de
la imagen que, desde entonces, se nos hicieron familiares, brillo, color,
contraste...
Estos ajustes eran manuales y
se realizaban mediante unos mandos semiocultos, o totalmente ocultos para los
profanos, que permitían optimizar la imagen antes y al final de cada sesión.
A tal efecto, las emisiones
televisivas dedicaban unos minutos al terminar la programación, colocando la
imagen fija de un cuadro relleno de líneas, marcos, círculos y zonas blancas,
negras y grises, la carta de ajuste que presuntamente iba dirigida a eso, a
ajustar los tonos, la luz, y el encuadre dentro del marco del televisor.
En realidad, la utilidad
efectiva de tal carta no fue otra que la de enviarnos a la cama, como
confirmación de que no habría nada más después del “Himno”, el segundo himno nacional para una generación alejada del sentimiento patrio, mas que nada por aquello
de la insistencia gubernamental, la “Generala” militar, que compartía su tiempo con la
carta de ajuste y que precedía a lo mejor de la programación para algunos
telespectadores, el chisporroteo de lucecitas,
jaspeado tornasolado de puntos blancos y grises acompañado de un ruido
similar al del agua al caer en una catarata, sirviendo para facilitar la
conciliación del sueño a la vez que para
mitigar la soledad de muchos, soslayando la crueldad del silencio.
Lo cierto es que, para la
mayoría no tenia otra utilidad aparente que la de marcar el fin de una jornada,
a pesar de que su funcionalidad estaba dirigida a preparar correctamente el
inicio de la jornada siguiente.
Surge la inevitable
comparación con el fin del año, las alharacas de la noche vieja, los excesos de
media humanidad- la otra media solo puede disfrutar los defectos- las
serpentinas, los confetis y la sidra el gaitero reconvertidas en petardos,
cohetes, lujosos fuegos artificiales y champán francés, todo ello para algo tan
simple como despedir una jornada y recibir la que viene a continuación.
Momento necesario e
imprescindible para que hagamos un análisis de nuestra situación personal, de
los errores, si los ha habido, y del correspondiente acto de contrición
verdadera, la que nos recuerda los efectos dolorosos de los errores, si los
hubiera o hubiese, para no repetirlos. De recapacitar, ajustando los controles
del alma, para tenerla dispuesta en la mejor de las condiciones, para el año
venidero.
En su lugar, volvemos a
repetir el error pretérito que cometimos con las cartas de ajuste, limitándonos
a reconocer exclusivamente el hito festivo del calendario que nos marca algo tan
obvio como es el antes y el después.
Reconozco mi error, mi
ignorancia asociada a la pasividad que le es inherente, y el desprecio hacia
esa herramienta fantástica que era la carta de ajuste, a la que no hice ascos a
la hora de afinar el monitor del ordenador con los patrones del Photoshop, y
que ahora, cada 31 de diciembre, como siempre sin tarjeta, suelo degustar un caramelo
de violeta, evitándome el tiempo de su
disfrute de seguir bebiendo, y permitiendo cierta lucidez a la hora de mirar
hacia atrás y ajustar cuentas con el pasado reciente, sobre el que los
controles ya no tienen la menor utilidad, para intentar mitigar los efectos del
inevitable porvenir.
No hay mejor carta de ajuste
que las doce campanadas. Mejor aprovecharlas en su significado real y no
distraernos con el aspecto superficial de la hora en el reloj.
FELIZ AÑO
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.