domingo, 4 de diciembre de 2016

LA BICICLETA. (DE OJOS RASGADOS).-






Siempre he buscado sin hallarla la formula, la piedra filosofal, el sentido de la oportunidad unido a la experiencia, el que convierte a mindundis, ejém, en dioses del predicatorio;  el secreto de los DJs qué, por más que alguno de ellos lo haya publicado generosamente, cinco tres, cinco tres, y luego tres cinco, tres cinco, siendo cinco las canciones movidas, o frenéticas si ha lugar, y tres las lentas, las apacibles que usamos para acercarnos al baño o a la barra a pedir otra copa, y que antaño, virgen santa, incluso eran usadas para el arrimo, vulgo pecado. Te lo confiesan, tú lo intentas y nada, nunca es igual. Es un don intransferible, por más que novelistas y cineastas de pro ejecuten el cambio de tempo con absoluta naturalidad y con resultados gratificantes para el espectador. No hay manera. Supongo que hasta para poner un disco detrás de otro, hay que valer.

Lo curioso es que la vida te ofrece incansablemente esas situaciones de estrés y también las de placentero relax, y según el azar, o el karma, de cada uno, el resultado puede ser tan enervante que te haga ansiar el fin del torbellino, debido a que las catecolaminas liberadas por la ansiedad disfrazada de emoción, suelen acelerar el metabolismo, y con él la producción de orina para que, al igual que en la disco, busques perentoriamente el lugar liberador, a la vez que intuyas que es posible que el disc jockey invisible que mueve las horas del dia, te reconforte con un ratito de paz.

Algo así sucedió en aquella jornada, tras el emocionante paseo por el bosque de bambú, en el pueblo aquel atravesado por el imprescindible rio, con sus aguas saltando un par de desniveles para insinuarte que encontrarás cascadas cercanas, si gustas de ellas, y para darte a entender que no ha lugar para mentecatos usando sus aguas para navegar insensatamente por ellas y ensuciar el paisaje, la visión de ese prodigio natural y anterior a la presencia masiva de admiradores extasiados por algo tan sublime como es un curso de agua fresca y transparente.

Creo recordar un par de puentes, preciosos y largos, tanto como el rio que los motiva, y cruzar ambos en sentido recíproco, al comprobar el error en la dirección deseada. Tras preguntar a amables paisanos sobre el camino a seguir para encontrar el bosque mágico, y ante la incapacidad de ellos para interpretar nuestro incipiente lenguaje de signos, y la propia para hacernos entender, decidimos acertadamente, seguir la turba, incluirnos dentro de la columna de peregrinos que seguramente iba , o venía, del ansiado destino.
Aquí acertamos, y más nos valió, la táctica de prueba y error, permitiéndonos llegar, después de unos kilómetros en constante ascenso, algo habitual a lo largo de todo el viaje, y rodeados de kimonos y chicas sonrientes. Evidentemente su Camino de Santiago es festivo y divertido, y las etapas salpican al azar todo el país, sin un final ni un comienzo definidos.

El caso es que el ritmo a lo largo del sendero, el hallazgo vegetal, prodigioso, y su inevitable final, pertenecen al cinco de los pinchadiscos, a las cumbias y rumbas iniciales que te obligan a bailar y te ofrecen la promesa de una velada estupenda. Después, agradeces la paz, te relajas, y aprovechas el camino, afortunadamente llano, que te acerca, sin prisas hasta la parada de autobús que te llevará a otra de las cinco. Pero ahora estás en las del tres, y descansan las piernas y el espíritu, mientras contemplas lo más valioso, quizás, de los viajes, la gente corriente, sus casas y sus calles, su modo de vida pasando ante tus ojos y ofreciéndote, como en los tiempos lentos de las películas, erróneamente llamados tiempos muertos, la ocasión de descubrir ese detalle luminoso, en su aparente insignificancia, que te alegra el dia, y te hace salir del cine, y terminar la novela, dejando doblado discretamente el borde de la página, para saber que allí tienes escondida una pequeña maravilla.

Aquí me ocurrió, algo tan absurdo aparentemente como el enamorarme de una bicicleta, perdón, la bicicleta. Bien es verdad que ya llevaba días observándolas, tan limpias, cuidadas y exóticas, con adminículos, trasportines y remolques increíbles, cargadas con madres e hijos, a veces dos, o manejadas por frikis orgullosos de llamar la atención con diseños y pinturas inverosímiles. Las tiendas de alquiler, por doquier, y los accesorios ofrecidos, los antirrobos ligeros y de diseño en el que la tecnología punta, que esperaba de los nipones, te hacía creer en algo que supongo imposible, el que un antirrobo sirva como tal. Ganas me dieron de traerme un par de ellos, pero la prudencia, siempre, maldita ella, me hizo ver que hasta la estupidez más superdotada, como la mía, tiene un límite, y en este caso era la carencia de bicicleta, de la que tuviese que prevenir pérdida dolorosa. Ahora recapacitando, veo que tendré que indagar y, más tarde o temprano, conseguir uno de aquellos artilugios.

El caso es que la caminata se acercaba a su fin, al menos una de ellas, y al divisar el lugar del destino, embriagado por la certeza de que podías medir la distancia con tus ojos, sintiendo de alguna manera que estás en casa, en aquello parecido al hogar, supuestamente el final de cualquier etapa, es en esos momentos cuando el nivel de alerta mental desciende apresuradamente y deja emerger los sentimientos, aplastados hasta ese momento por la absoluta responsabilidad de cumplir con tu objetivo cotidiano.
Miras a tu alrededor y ves todo desde otra perspectiva, ultra definición en colores, y en cuatro dimensiones, aparece otra nueva, que es la que polariza tu mirada hacia un punto determinado, abriendo en ti la espita del descubrimiento, del haber encontrado algo sublime, algo que te hace evocar, retroceder y a la vez proyectar idéntico placer sobre un futuro a tu alcance, todo en un instante al que algunos llaman esperanza, la cuarta dimensión.

Allí estaba entre otras bicis impecables, perfectamente alineadas en el lugar destinado a su descanso. Inconscientemente, mirando sin ver, como todo el tiempo en que piensas con los ojos abiertos, ignorando lo que tienes delante, debí estar minutos observándola, seguramente sin verla, hasta que sucedió el flechazo, eso que pasa cuando ves unos ojos bonitos frente a los tuyos, a tan corta distancia que las heridas pueden hacerse mortales, y de hecho se hacen para alguna de las escasas vidas que guardas esmeradamente, a sabiendas de que la que venga después, puede que no sea igual. Es uno de esos misterios sobre el que los eruditos tienen tanto que decir, que prefieres ignorarlos y dejarte llevar por el sentimiento que todo lo puede, ese.

No sabía yo, aunque era previsible, que mi faro sentimental tuviera dueño, al igual que en otras vidas fuese un servidor quien tuviese dueña, generando la apertura de un nuevo espacio, doloroso, el melodrama, al que podríamos considerar directamente como la sexta dimensión, la quinta es la que queda en el olvido.  Los ensayos suelen estar preñados de citas sesudas que dan vueltas alrededor de la nada. En este sentido, no puedo evitar traeros a colación a Joselito para que apoye nuestra tesis con un bolero:  ¿Dónde estará mi vida?

Una vez un ruiseñor / con las claras de la aurora / quedo preso de una flor / lejos de su ruiseñora.

Esperando su vuelta en el nido / ella vio que la tarde moría / y de noche cantándole al rio / medio loca de amor le decía:

¿Dónde estará mi vida ? /¿por qué no viene? /que rosita encendida, /me lo entretiene..

Apareció súbitamente su pareja, un sonriente colegial que la liberó de sus ataduras y me miró francamente, manteniendo el contacto visual, algo que suele ser evitado por los japoneses,  orgulloso de que su elección me hubiese dejado estupefacto, y a la vez en cierto modo compadecido de que el gaijin viniese de un mundo donde probablemente no existieran bicis como ella, la suya, la única. A veces pienso si no es más fácil , menos complicado, ser fiel a una sola bici, cuidarla y mimarla, y compartir tus viajes con ella, no dedicando tu tiempo ni tu interés a las otras, para las que además no habría hueco en el rellano de tu escalera. 

Pero, afortunadamente, como en otras vidas anteriores, tuve tiempo, una milésima de segundo suele ser suficiente, para grabar en la arena su imagen bella, como la de Aline, y soñar con la posibilidad, harto probable de que tuviese hermanas gemelas, dejando abierta la puerta del quién sabe si..
Si os muestro la imagen, sobran las explicaciones, pero la vida nos enseña que la belleza, al fin y al cabo solo refleja lo más superficial de la persona, perdón, de la bici, y que es algo después, cuando los valores que realmente importan  salen a relucir para bien o para mal, que ello dependerá en gran parte de nuestra consideración sobre el vaso medio lleno o medio vacío, es decir del observador, teniendo en cuenta que el vaso lleno hasta los bordes solo implica la constatación de que no ha servido para nadie, lo que no es nada halagüeño para el vaso ni para quien lo juzga. En fin..

Pase que lo primero que llamó mi atención fuese la curvilínea barra, de diseño absolutamente revolucionario, que bien mirado supondrá un grave compromiso para el ciclista habituado a la barra recta, a la hora de apoyar los pies en el suelo y comprobar que los compañeros han sufrido una inesperada y dolorosa compresión sobre la pesadilla surgida de la mente del diseñador, heredero sin duda de Mary Shelley.  Aun así la atracción inmediata queda justificada, y los detalles del resto de su constitución, al aire como en todas las bicicletas, solo pueden certificar y amplificar el deslumbramiento.

Ya su nombre resulta sugestivo de alcurnia, lejanía, y aventura. Raleigh, como el de aquel noble inglés, al que primero decapitaron y luego convirtieron en héroe, heredando su heroicidad, sus mismos decapitadores, por aquello de la perfidia de la historia y de los hombres que la hacen.  Sir Walter Raleigh, Guantarral para nuestros escritores, guarda un hueco en mi corazoncito por aquello de haber sido el primer científico que consiguiese pesar el humo. Cosas que pasan.
El apellido Mustang Sport, de la bici, no del inglés, me sume en la doble redundancia, no se puede ser mustang sin ser sport, y tampoco ser bici. Perdonado queda.

Frenos de disco, a la vista, de última generación, cuadro de fibra de carbono, componentes de aluminio, y ruedas... sin cámara interior, tubeless como las de las motos y los automóviles. Cubiertas especiales antipinchazos, dicen, y vuelvo a cuestionar los antirrobos en las bicis, objeto de diez kg de peso este, que fácilmente puede ser embarcado con su antirrobo puesto. Ya los anticapitalistas, como los antiimperialistas, o los anticomunistas me han mostrado sobradamente su ineficacia y la impostura de su adjetivo, así que me permito ser escéptico, una vez más, con esto de los antipinchazos, teniendo en cuenta que voy a transitar con ella, mi amada, por rutas impenetrables, y quizás también inconfesables.


Aun así, el amor es ciego, ya lo sabéis, y los reyes están cercanos, lo que indica para un antimonárquico y anticonsumista, que no es cosa de mantener la obstinación contumaz hasta el extremo del psicópata, que también.



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