Siempre he
buscado sin hallarla la formula, la piedra filosofal, el sentido de la
oportunidad unido a la experiencia, el que convierte a mindundis, ejém, en
dioses del predicatorio; el secreto de los
DJs qué, por más que alguno de ellos lo haya publicado generosamente, cinco tres,
cinco tres, y luego tres cinco, tres cinco, siendo cinco las canciones movidas,
o frenéticas si ha lugar, y tres las lentas, las apacibles que usamos para
acercarnos al baño o a la barra a pedir otra copa, y que antaño, virgen santa,
incluso eran usadas para el arrimo, vulgo pecado. Te lo confiesan, tú lo
intentas y nada, nunca es igual. Es un don intransferible, por más que
novelistas y cineastas de pro ejecuten el cambio de tempo con absoluta
naturalidad y con resultados gratificantes para el espectador. No hay manera. Supongo
que hasta para poner un disco detrás de otro, hay que valer.
Lo curioso
es que la vida te ofrece incansablemente esas situaciones de estrés y también
las de placentero relax, y según el azar, o el karma, de cada uno, el resultado
puede ser tan enervante que te haga ansiar el fin del torbellino, debido a que
las catecolaminas liberadas por la ansiedad disfrazada de emoción, suelen
acelerar el metabolismo, y con él la producción de orina para que, al igual que
en la disco, busques perentoriamente el lugar liberador, a la vez que intuyas
que es posible que el disc jockey invisible que mueve las horas del dia, te
reconforte con un ratito de paz.
Algo así
sucedió en aquella jornada, tras el emocionante paseo por el bosque de bambú,
en el pueblo aquel atravesado por el imprescindible rio, con sus aguas saltando
un par de desniveles para insinuarte que encontrarás cascadas cercanas, si
gustas de ellas, y para darte a entender que no ha lugar para mentecatos usando
sus aguas para navegar insensatamente por ellas y ensuciar el paisaje, la
visión de ese prodigio natural y anterior a la presencia masiva de admiradores
extasiados por algo tan sublime como es un curso de agua fresca y transparente.
Creo
recordar un par de puentes, preciosos y largos, tanto como el rio que los
motiva, y cruzar ambos en sentido recíproco, al comprobar el error en la
dirección deseada. Tras preguntar a amables paisanos sobre el camino a seguir
para encontrar el bosque mágico, y ante la incapacidad de ellos para
interpretar nuestro incipiente lenguaje de signos, y la propia para hacernos
entender, decidimos acertadamente, seguir la turba, incluirnos dentro de la
columna de peregrinos que seguramente iba , o venía, del ansiado destino.
Aquí
acertamos, y más nos valió, la táctica de prueba y error, permitiéndonos llegar,
después de unos kilómetros en constante ascenso, algo habitual a lo largo de
todo el viaje, y rodeados de kimonos y chicas sonrientes. Evidentemente su Camino
de Santiago es festivo y divertido, y las etapas salpican al azar todo el país,
sin un final ni un comienzo definidos.
El caso es
que el ritmo a lo largo del sendero, el hallazgo vegetal, prodigioso, y su
inevitable final, pertenecen al cinco de los pinchadiscos, a las cumbias y
rumbas iniciales que te obligan a bailar y te ofrecen la promesa de una velada
estupenda. Después, agradeces la paz, te relajas, y aprovechas el camino,
afortunadamente llano, que te acerca, sin prisas hasta la parada de autobús que
te llevará a otra de las cinco. Pero ahora estás en las del tres, y descansan
las piernas y el espíritu, mientras contemplas lo más valioso, quizás, de los
viajes, la gente corriente, sus casas y sus calles, su modo de vida pasando
ante tus ojos y ofreciéndote, como en los tiempos lentos de las películas,
erróneamente llamados tiempos muertos, la ocasión de descubrir ese detalle
luminoso, en su aparente insignificancia, que te alegra el dia, y te hace salir
del cine, y terminar la novela, dejando doblado discretamente el borde de la página,
para saber que allí tienes escondida una pequeña maravilla.
Aquí me ocurrió,
algo tan absurdo aparentemente como el enamorarme de una bicicleta, perdón, la
bicicleta. Bien es verdad que ya llevaba días observándolas, tan limpias,
cuidadas y exóticas, con adminículos, trasportines y remolques increíbles,
cargadas con madres e hijos, a veces dos, o manejadas por frikis orgullosos de
llamar la atención con diseños y pinturas inverosímiles. Las tiendas de
alquiler, por doquier, y los accesorios ofrecidos, los antirrobos ligeros y de
diseño en el que la tecnología punta, que esperaba de los nipones, te hacía
creer en algo que supongo imposible, el que un antirrobo sirva como tal. Ganas
me dieron de traerme un par de ellos, pero la prudencia, siempre, maldita ella,
me hizo ver que hasta la estupidez más superdotada, como la mía, tiene un
límite, y en este caso era la carencia de bicicleta, de la que tuviese que prevenir
pérdida dolorosa. Ahora recapacitando, veo que tendré que indagar y, más tarde
o temprano, conseguir uno de aquellos artilugios.
El caso es
que la caminata se acercaba a su fin, al menos una de ellas, y al divisar el
lugar del destino, embriagado por la certeza de que podías medir la distancia
con tus ojos, sintiendo de alguna manera que estás en casa, en aquello parecido
al hogar, supuestamente el final de cualquier etapa, es en esos momentos cuando
el nivel de alerta mental desciende apresuradamente y deja emerger los
sentimientos, aplastados hasta ese momento por la absoluta responsabilidad de
cumplir con tu objetivo cotidiano.
Miras a tu
alrededor y ves todo desde otra perspectiva, ultra definición en colores, y en
cuatro dimensiones, aparece otra nueva, que es la que polariza tu mirada hacia
un punto determinado, abriendo en ti la espita del descubrimiento, del haber
encontrado algo sublime, algo que te hace evocar, retroceder y a la vez
proyectar idéntico placer sobre un futuro a tu alcance, todo en un instante al
que algunos llaman esperanza, la cuarta dimensión.
Allí estaba
entre otras bicis impecables, perfectamente alineadas en el lugar destinado a
su descanso. Inconscientemente, mirando sin ver, como todo el tiempo en que
piensas con los ojos abiertos, ignorando lo que tienes delante, debí estar
minutos observándola, seguramente sin verla, hasta que sucedió el flechazo, eso
que pasa cuando ves unos ojos bonitos frente a los tuyos, a tan corta distancia
que las heridas pueden hacerse mortales, y de hecho se hacen para alguna de las
escasas vidas que guardas esmeradamente, a sabiendas de que la que venga después,
puede que no sea igual. Es uno de esos misterios sobre el que los eruditos
tienen tanto que decir, que prefieres ignorarlos y dejarte llevar por el
sentimiento que todo lo puede, ese.
No sabía yo,
aunque era previsible, que mi faro sentimental tuviera dueño, al igual que en
otras vidas fuese un servidor quien tuviese dueña, generando la apertura de un
nuevo espacio, doloroso, el melodrama, al que podríamos considerar directamente
como la sexta dimensión, la quinta es la que queda en el olvido. Los ensayos suelen estar preñados de citas
sesudas que dan vueltas alrededor de la nada. En este sentido, no puedo evitar
traeros a colación a Joselito para que apoye nuestra tesis con un bolero: ¿Dónde estará mi vida?
Una vez un ruiseñor / con las claras de la aurora / quedo
preso de una flor / lejos de su ruiseñora.
Esperando su vuelta en el nido / ella vio que la tarde moría /
y de noche cantándole al rio / medio loca de amor le decía:
¿Dónde estará mi vida ? /¿por qué no viene? /que rosita
encendida, /me lo entretiene..
Apareció súbitamente
su pareja, un sonriente colegial que la liberó de sus ataduras y me miró
francamente, manteniendo el contacto visual, algo que suele ser evitado por los
japoneses, orgulloso de que su elección
me hubiese dejado estupefacto, y a la vez en cierto modo compadecido de que el gaijin
viniese de un mundo donde probablemente no existieran bicis como ella, la suya,
la única. A veces pienso si no es más fácil , menos complicado, ser fiel a una
sola bici, cuidarla y mimarla, y compartir tus viajes con ella, no dedicando tu
tiempo ni tu interés a las otras, para las que además no habría hueco en el
rellano de tu escalera.
Pero,
afortunadamente, como en otras vidas anteriores, tuve tiempo, una milésima de
segundo suele ser suficiente, para grabar en la arena su imagen bella, como la
de Aline, y soñar con la posibilidad, harto probable de que tuviese hermanas
gemelas, dejando abierta la puerta del quién sabe si..
Si os
muestro la imagen, sobran las explicaciones, pero la vida nos enseña que la
belleza, al fin y al cabo solo refleja lo más superficial de la persona, perdón,
de la bici, y que es algo después, cuando los valores que realmente importan salen a relucir para bien o para mal, que ello
dependerá en gran parte de nuestra consideración sobre el vaso medio lleno o
medio vacío, es decir del observador, teniendo en cuenta que el vaso lleno hasta
los bordes solo implica la constatación de que no ha servido para nadie, lo que
no es nada halagüeño para el vaso ni para quien lo juzga. En fin..
Pase que lo
primero que llamó mi atención fuese la curvilínea barra, de diseño absolutamente
revolucionario, que bien mirado supondrá un grave compromiso para el ciclista
habituado a la barra recta, a la hora de apoyar los pies en el suelo y
comprobar que los compañeros han sufrido una inesperada y dolorosa compresión
sobre la pesadilla surgida de la mente del diseñador, heredero sin duda de Mary
Shelley. Aun así la atracción inmediata
queda justificada, y los detalles del resto de su constitución, al aire como en
todas las bicicletas, solo pueden certificar y amplificar el deslumbramiento.
Ya su nombre
resulta sugestivo de alcurnia, lejanía, y aventura. Raleigh, como el de aquel
noble inglés, al que primero decapitaron y luego convirtieron en héroe,
heredando su heroicidad, sus mismos decapitadores, por aquello de la perfidia
de la historia y de los hombres que la hacen.
Sir Walter Raleigh, Guantarral para nuestros escritores, guarda un hueco
en mi corazoncito por aquello de haber sido el primer científico que
consiguiese pesar el humo. Cosas que pasan.
El apellido
Mustang Sport, de la bici, no del inglés, me sume en la doble redundancia, no
se puede ser mustang sin ser sport, y tampoco ser bici. Perdonado queda.
Frenos de
disco, a la vista, de última generación, cuadro de fibra de carbono,
componentes de aluminio, y ruedas... sin cámara interior, tubeless como las de
las motos y los automóviles. Cubiertas especiales antipinchazos, dicen, y
vuelvo a cuestionar los antirrobos en las bicis, objeto de diez kg de peso este,
que fácilmente puede ser embarcado con su antirrobo puesto. Ya los
anticapitalistas, como los antiimperialistas, o los anticomunistas me han
mostrado sobradamente su ineficacia y la impostura de su adjetivo, así que me permito
ser escéptico, una vez más, con esto de los antipinchazos, teniendo en cuenta
que voy a transitar con ella, mi amada, por rutas impenetrables, y quizás también
inconfesables.
Aun así, el
amor es ciego, ya lo sabéis, y los reyes están cercanos, lo que indica para un
antimonárquico y anticonsumista, que no es cosa de mantener la obstinación
contumaz hasta el extremo del psicópata, que también.
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