viernes, 21 de julio de 2017

EN EL MUNDO DE FERLOSIO.-


El testimonio de Yarfoz.- (y de Ferlosio).

Resulta ser un apéndice o compendio de las guerras berciales, aquellas infinitas e inmemoriales que a buen seguro el autor ha escrito y reescrito innumerables veces para asegurarse de que una obra de tal magnitud no irá a publicarse de cualquier manera.
Presumo que, lamentablemente, seguirán inéditas, al menos hasta la irreversible ausencia del escriba que, esperemos suceda con idéntica demora que la de ofrecer al público este brillante resumen de nuestra historia ficticia, suponiendo que todas lo son.
“La historia me absolverá” proclamaba Fidel, y sus victimas le devolvían la pelota. “Pero la geografía no lo hará jamás”.

Y es de geografía, tan real como inventada, de donde surge la trama del bordado de Ferlosio. Desconozco si es anterior este territorio presuntamente ficticio, o quizás simultaneo a la Región de Juan Benet, su amigo y cómplice supongo en esta revelación de la verdad a través de la palabra, en tiempos en que había que disfrazarla con ficciones inteligibles para el lector inteligente, y solo para este. El resto solo encontraría una disertación brillante pero tediosa de unos sucesos históricos que se repiten con un bucle infinito en el país titular de la lengua de Cervantes, mira por donde. La lengua, la sin hueso de Quevedo, y la inestimable fortuna de aquellos herederos que todavía son capaces de darle un uso adecuado durante centenares, miles de páginas, en las que el verbo certero se adorna con la riqueza propia del idioma en el que nos expresamos. Si le añadimos que detrás de estos artistas hay unos tremendos intelectuales, y que estos siempre han antepuesto la ética, la moral personal, por encima de la peligrosa ingratitud de la política, y han desdeñado la insufrible amenaza, para un escritor, del presunto y probable desdén de la mayoría de los lectores, nos encontramos con unos especimenes humanos, dedicados a la escritura y al pensamiento, algunos a tiempo completo como Ferlosio, a los que hay que cuidar como receptáculos vivientes, como vasos canopeos donde se guardan las vísceras de nuestro país.

Algo de esta divinidad literaria se aprecia como aura evidente cuando uno se acerca a una obra menor ¿? Como El testimonio de Yarfoz. Testimonio como el de aquel escriba morisco o judío que le relataba a Cervantes la historia de Alonso Quijano, para que él, simplemente la trascribiera. Testimonio monumental, de una historia que a buen seguro los editores, ávida dolars, publicarán con sus correspondientes borradores, en cuanto el nombre del autor cobre la viralidad oportuna, por aquello del nunca más. Después de leer el último Pla, sus diarios anotados en calendarios publicitarios, estoy preparado para cualquier cosa, aberraciones crematísticas incluidas.

Para ello se inventaron el artefacto literario de las obras completas, todavía abierto en el caso de Sánchez Ferlosio, hijo del otro Sánchez (Mazas), y consorte ocasional de Martín Gaite, amén de hermano de Chicho, En todo caso fruto el Yarfoz de cierta época en la que las anfetaminas colocaban a su generación en la dirección y la necesidad de la dedicación a los altos estudios eclesiásticos. Si bien el hombre siempre ha insistido en que ese era el eufemismo bajo el que los obispos ocultaban a los párrocos conflictivos, convictos de aquel pecado imperdonable de entonces, el escándalo.

Esplendida saga de tronos y sus herederos, de caballeros andantes, y del reflejo de un tiempo cuando la concordia entre príncipes les otorgaba el sobrenombre de “Concordantes” a la vez que aseguraba la paz a sus pueblos. Paz que podía desvanecerse tras algún incidente fortuito, con el añadido de la inestimable colaboración de la concatenación de circunstancias que transformarían un resbalón en el pavimento en un traumatismo craneoencefálico fatal.

A veces me recordaba a Frodo y sus compis de los tiempos de los anillos, si bien es de otras guerras y otros tiempos más cercanos, y reales, de que nos estaba hablando Ferlosio. Pero no es el fondo de la historia, ni su desarrollo lo que justifica la publicación de Yarfoz, en todo caso. 
Los críticos expertos hablan del pasaje de “Los babuinos mendicantes” como algo absolutamente genial y sobre lo que quizás la generosidad de Ferlosio tenga a bien extenderse en sus guerras berciales, al dejar al lector con la sensación de que esa brillante parábola quede reducida a tan escaso número de páginas. El lector, que esto suscribe, encuentra más adelante otra tribu urbana “Los hijos del Rey” al menos tan estimable como el episodio de los babuinos, y que te explica perfectamente, el devenir social y moral de gran parte de la sociedad de aquí y de ahora. Tan mendicantes y tan desnortados como los babuinos de aquel camino, para los que siempre han previsto los dirigentes, ciertos sacos de mendrugos.

El buen Yarfoz, el tusitala del cuento, circula por regiones, a través de cierto estado plurinacional, muchas décadas antes de volvieran a darnos la lata con aquello del independismo, a sabiendas de que uno, como los personajes de Ferlosio, es, será y seremos, metecos en la Galia, charnegos en Cataluña y, lo que es mucho peor, en nuestro propio país, donde el trato recibido desde nuestros gobernantes, a través de sus democráticas amnistías fiscales, y de sus irrisorias condenas – libertad condicional- previas a cualquier veredicto, sean cada vez más similares a las que observa Alicia en la justicia de la reina de corazones.
No tiene tanta profundidad como Alicia, el testimonio de Yarfoz, aunque quizás tenga otro tipo de profundidad no tan evidente; pero la brillantez del texto, lo atractivo del viaje –película on the road, siempre adictiva- y el canto a la palabra, al verbo, la madre del pensamiento, justifican plenamente el tiempo que le he dedicado, y su permanencia en mi cartera de valores: D. Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los últimos sabios vivos de nuestro país.




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