De como Arquillo se transformó en
La Villa del Arco y su olmo milenario en un refugio de los gorgojos
supervivientes de la grafiosis. Esqueleto de acero inoxidable y
costosas placas metálicas explicando en fallido presente el pasado
que fue. Siempre a cuenta del mismo pagador.
La encina -azinha- grande de Idanha a Velha
sigue frondosa en cambio, merendándose sus raíces las enormes y
graníticas piedras que los romanos usaron en la muralla. La
naturaleza, y la corrupción, son las única que han vencido a Roma,
y solo en ciertas ocasiones.
Las pousadas, donde me escatimaron el cabrito, ya no son lo que eran.
Fueron privatizadas durante la transición portuguesa, en la época
que las malas lenguas acusaban a los rojos de llegar a comerse la
ganadería Mihura, con mayoral incluido. Pasó la crisis, una de
tantas, y las pousadas, mas melancólicas que nunca, acusan las
prisas de exprimir el jugo que tienen los nuevos
gestores-arrendatarios.
Aquí la
comparación nos beneficia, las nuevas hospederías extremeñas, son
tan excelentes que miedo me da publicitarlas. no vaya a ser que la
próxima vez me hagan esperar mas de diez minutos para pasar al
comedor y no acompañen la demora con una cerveza de cortesía y las
correspondientes disculpas. Ambientes palaciegos, mantel y
servilletas de lino y menús ajustados en todos los sentidos. Incluso
tienen en carta la “Perdiz a la moda de Alcántara” basada en
recetas de los frugales e inapetentes guerreros pertenecientes a las
ordenes militares del medioevo. Recetas que robaron las huestes del
general Junot antes de su derrota en estas tierras, y que sirvieron
para hacer creer al mundo que la cocina francesa....bla, bla, bla.
Nada como el
nacionalismo de aldea para unir a los supervivientes con la creencia
de algo tan obtuso como el hecho diferencial. Claro que, bien
gestionado el asunto, puede seguir manteniendo con vida el espíritu
de los creyentes-complices en su superioridad. El mas antiguo, el mas
grande, el más valeroso, incluso el más pequeño, superlativos
siempre, mientras la discrepancia entre la fantasía,
espectacularmente sostenida con dinero ajeno -europeo, que ya no
resulta tan ajeno- y la realidad, donde la juventud escapa por los
cauces de los arroyos secos, nos hace ver la incongruencia de
pueblos, villas, o ciudades magníficamente restauradas y
conservadas, establecimientos hoteleros donde la factura que pagas es
solo una fracción despreciable del coste real del servicio, y donde
se recrean rutas e incluso áreas geográficas, milenarias según sus
administradores, al objeto de fomentar la única industria
floreciente en nuestro tiempo, el turismo.
¿Y esto quien
lo paga? Preguntaba Pla. ¿De donde saca pa tanto como destaca? el
chotis; y el viajero recorre centenares de kilómetros en carreteras
excelentemente asfaltadas y señalizadas, plazas con pavimentos de
laborioso empedrado, sin ver un alma, sin cruzarse con signos de
vida, ni siquiera con otros viajeros perdidos como él en este
aparente purgatorio, para el que no me sirven ya las indulgencias
que llevo atesorando desde la infancia, tras el cierre oficial de
aquel albergue antesala del paraíso, y que van a acabar como la
tarjeta de fidelidad de la gasolinera cuando tomé consciencia de que
periódicamente ponían su valor a cero.
Quizás no haya
que pensar absolutamente nada sobre quien, como, o cuando nos van a
pasar la factura de estas limosnas, y limitarnos a disfrutarlas, a
devorar el contenido de los sacos que los caballeros, al pasar,
entregaban a los babuinos mendicantes, mendicantes y gesticulantes,
incluso parloteantes de un discurso incomprensible, como los mensajes
de un anciano tras un ictus, en el que las palabras se vuelven
indescifrables, incluso para la novísima maquina “Enigma”, que es
el traductor automático que viene dentro de mi cuaderno de viajes
digital.
He visitado
pueblos desiertos, incluidos en la guía oficial correspondiente de
pueblos fantasmas -sic-, y he comprobado como, las ruinas que
contemplé y afortunadamente fotografié hace cincuenta años, se han
convertido en una villa recién construida, perteneciente a un
gigantesco parque temático de dudoso gusto, donde florecen como
setas de primavera, como espárragos trigueros, las viviendas rurales
-cerradas, o nunca abiertas, tras recoger la subvención
correspondiente- los albergues para peregrinos de las futuras vías
compostelanas – igualmente deteriorados ante la demora de su puesta
en servicio y de la escasez de almas en busca de perfección.
Carreteras magnificas, recientemente restauradas que llevan a
destinos donde no vive nadie, y donde las familias de domingueros
despistados se turnan para poder vigilar inútilmente el horizonte avizorando sobre el improbable peligro de ser vistos, mientras
alguno hace sus necesidades en un rincón recoleto.
Hasta el cambio
en el nombre resulta más elocuente que todas mis cuitas en el papel,
que tampoco lo es. “Arquillo” el pueblo abandonado de la Sierra
de Cañaveral, ahora se llama “Villa del Arco”, cincuenta años y
muchos millones después. Lo de abandonado no ha cambiado, ya digo
que la realidad es habitualmente molesta.
Hubo, hace no
mucho tiempo, un intento de crear una nueva región europea,
incluyendo todos los territorios pertenecientes a “La Raya” con
objeto de que esta zona, una de las mas pobres de Europa, continuase
recibiendo las ayudas que inevitablemente van a dejar de llegar, con
la incorporación de nuevos babuinos mendicantes. Supongo que
mientras las guerras nos sigan olvidando, y las crisis económicas no
pasen de baches aéreos en las rutas imperiales, no hará falta
semejante osadía, para la que, a buen seguro, ya tienen nombre
preparado.
Y es que, es muy
duro, recorrer un paisaje, y los restos de un paisanaje, tan
maravillosos como este, extasiarte ante los pájaros, y los rebaños
pastando la verde hierba primaveral, sin encontrar seres humanos en
el trayecto. Ruinas majestuosas, dólmenes y menhires, pueblos
amurallados, castillos que perduran, a pesar de su inevitable puerta
falsa o de la traición, que digo yo que ya son ganas de hacerlos con
semejante puerta, sabiendo para qué va a servir.
En fin que,
volveré cuando me sea posible a recorrer esos lugares que Jaramago
-en portugués Saramago- reseña en su libro sobre Portugal y en los
que nunca estuvo, si cotejamos sus descripciones con la realidad.
Monsanto,
Marvao, Idanha a Velha, Castelo de Vide, Coria, Brozas, Arquillo, El
Palancar, son lo mas parecido que tengo al condado faulkneriano de
Yoknapatawpha, y me corresponde sufrirlo, disfrutarlo y, sobre todo,
quererlo. Mientras pueda.
P.D.-
1.- Ordenes
militares y desamortización. Los caballeros del Templo llegaron a
poseer extensiones superiores a las de las actuales provincias. Los
de la orden de Alcántara no hicieron otra cosa que ocupar el vacío
de poder propio de la reciente conquista de terrenos musulmanes por
los ejércitos cristianos. Sus restos patrimoniales fueron usados
siglos más tarde, para intentar cancelar las deudas del estado
español mediante las consecutivas desamortizaciones que
transformaron en ruinas los fastos arquitectónicos, militares o
religiosos, convirtiendo conventos y palacios en naves ganaderas o
talleres de artesanos, cuando los hubo, reconvertidos algunos ahora
en residencias u hoteles, gracias al maná, a la limosna recibida de
las autoridades, las mismas que, hace menos de dos siglos arruinaron
al país para distribuir los restos de este pasado de dudosa gloria
entre los pudientes. Hoy mustio collado.
Curioso ver las
ermitas supervivientes dedicadas al santo patrón local, idéntico en
los pueblos de uno y otro lado, cercanos a la raya marcada por el rio
Sever. Distinto país, lengua diferente, idéntico santo.
Igualmente las
picotas, los rollos castellanos o manuelinos, plantados en la plaza o
en el camino de entrada de todos estos lugares, nos recuerdan que el
poder real llega hasta lugares infinitos, y no importa si
deshabitados, si es menester. Los innumerables menhires y dólmenes
que pueblan los campos desde tiempos difíciles de precisar, añaden
la pátina misteriosa de la civilización que precedió a aquellas
que nos dejaron pistas sobre las que nuestra imaginación, ayudada
por esos profetas del pasado a los que llamamos arqueólogos, y a las
que llamamos ancestrales.
Los que lleguen, o queden, después de nosotros, seguirán sorprendiéndose igualmente, y volverán a entonar los versos de la canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro.
Los que lleguen, o queden, después de nosotros, seguirán sorprendiéndose igualmente, y volverán a entonar los versos de la canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro.
Joyas esparcidas
desde el neolítico a lo ancho de esta zona, como el gigantesco
Menhir de Meada, junto a Castelo de Vide, el más alto de la
península, o el altar rupestre de Peña Carnicera en Mata de
Alcántara, como tantos otros, esperando su “puesta en valor”
según modismo político, o al menos el libre acceso a los
interesados por la cultura megalítica.
2.- Las casas de
misericordia, residencias para pobres de solemnidad, casas de “Por
Dios” a este lado, y dedicados en la otra parte a determinados
gremios y oficios, sobreviven bajo la dirección de ordenes
religiosas en un país oficialmente laico, donde el estado es el
titular de la mayoría de edificios eclesiales de cierto valor,
dedicados hoy a actividades culturales, de culto profano obviamente.
Las residencias de ancianos nuestras, al menos las públicas,
justifican, afortunadamente, la sensación de vivir tiempos más
solidarios.
3.- No hay
niños en el camino del viajero, más allá de los rubios que alguna
pareja joven de turistas pasea por lugares que difícilmente van a
recordar. Tampoco inmigrantes en un terreno absolutamente inadecuado
para ellos, donde durante siglos, estamos en el sexto de ellos, las
migraciones aquí solo tienen un sentido, hacia fuera.
4.- Privatizar o
nacionalizar, esa es la cuestión.- Las pousadas portuguesas,
ubicadas en edificios históricos, tan singulares como majestuosos,
han sido cedidas para su explotación al grupo privado de hoteles
Pestana, que intenta, logicamente, mantener los ingresos por encima
de los gastos, reducidos estos últimos hasta su practica extinción.
El resultado es dantesco, ni un café puedes tomarte en ellos sin
tener la sensación deprimente de que te va a alcanzar la ruina a ti
también, si no huyes rápidamente de estos lugares.
Conste que
también he vivido esos momentos en Zafra o en Tordesillas, pero en
general los paradores están vivos e invitan a volver a ellos a todos
los que de la apacibilidad de su vivienda han gozado. (Cervantes).
Los del grupo Pestana y los gobernantes portugueses hacen un mal
negocio de cara al futuro, sin duda.
5.- Sorpresa en
Idanha a Velha, que merece otra versión más novelada.
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