domingo, 5 de octubre de 2008

De como las ideas pueden brotar del suelo.-










Digging up bones - Van Gogh








Este verano, la jefa perdió un pendiente en la piscina y, no pude menos que despertar el sentido del deber que los hombres de bien tienen siempre a punto para tamañas ocasiones. Arrojé displicente el tarugo que estaba leyendo, uno de esos escritos en letras pequeñas, sin puntos aparte , con apenas mayúsculas que distraigan un poco el renglón, y con centenares de paginas detrás, siempre detrás, de la que estas leyendo. O sea que sacando ventaja, también, del hecho de cambiar de ocupación, me ofrecí a buscar la perla. Porque era uno de esos de perlita pequeña ensartada en palito dorado, que en este caso debió perder el anclaje a mi amada oreja y no pudiendo resistir la separación del complemento siguió su camino, perdiéndose también. Resulta curioso tener que soportar las acusaciones del desequilibrio en el reparto de tareas en el hogar y anejos entre los miembros¿? de la pareja. Manejan los sociólogos los porcentajes de tiempo e incluso la exclusividad femenina de la mayor parte de las tareas, prácticamente de la totalidad, relegando al varón, o lo que sea en que han acabado de convertirnos, a labores que no suelen llevar mas del 10-15% en el mejor de los casos, labores sencillas, especificas y absolutamente imprescindibles como sacar la basura, poner o quitar la mesa(las dos cosas ya es un claro abuso de parte), comprobar si han llegado las niñas, o tal vez ir a comprar el pan los fines de semana. Cosas que solemos hacer bastante rápido (nos quitan un tiempo precioso de sofá, de ordenador, o de ambos) y bastante mal, siempre traemos el panecillo equivocado, aunque este sea el ultimo que quedaba y la posibilidad de error fuese nula, dejamos la basura donde no corresponde, con lo fácil que es dejar el vidrio en los contenedores apropiados, llenos a rebosar, que están a trescientos metros de los de toda la vida y haciendo un triangulo equilátero, de trescientos metros de lado ,por definición, con los otros en discordia, los del papel, que tienen las hendiduras llenas de cartones que asoman como los pelos de las orejas de quien yo me se . Vaya, que no existe justificación para el pecado climático que acabo de cometer, y eso que no se entera de que las pilas…también. Del resto, de esas cosas que siempre nos habría gustado hacer, desde que pequeños veíamos a nuestra mama en ello, o sea jugar a las cocinitas, a regar las macetas, e incluso a eso tan creativo de cortar la tela y coser los botones, nada de nada. Bien sea porque las naturales inclinaciones fueron coartadas en la mas tierna edad, ante la idea equivocada de que podría condicionar un trauma sexual en la adolescencia y después; bien sea porque acusan a nuestras manos de una actitud monstruosa, como si fuesen un diseño de Harry Harryhausen para el cíclope tuerto del ciego Homero, el caso es que no nos dejan tocar ciertas cosas de la casa, y no hablemos de otras, y por tanto, nuestra actividad domestica queda, aparentemente, reducida, al stand by, a la disponibilidad absoluta a que en cualquier minuto de los 1440 que tiene el día (ya saben 60 x 24) escuchemos el grito aquel en el que nuestro nombre se convierte en un tiempo verbal, el imperativo, por supuesto. Esta disponibilidad y entrega absoluta no suele ser tenida en cuenta por esos sociólogos de tres al cuarto que no ven más que cantidad y calidad, sin darse cuenta de que hay algo más valioso en nuestro sentido de la responsabilidad conyugal. Es como si los bomberos tuviesen que estar apagando fuegos o los policías deteniendo gente las veinticuatro horas del día para justificar o dignificar su trabajo. Pues no. Están ahí y punto, como nosotros estamos.
O sea que con capacidad de planificación, estrategia y ejecución, que nuestras hormonas tienen a bien concedernos mas o menos generosamente, digamos un poquito, me dirijo al lugar de los hechos, con la clarividencia del que no sabe realmente cual es dicho lugar, porque en caso contrario, el pendiente estaría ya con su dueña. Recorro el camino inverso con cierta lentitud, aparentando que busco el objeto mientras realmente estoy pensando las soluciones razonables de que dispone mi sistema operativo, a saber: Primero, le compro un puñado de chuches al niño que lo encuentre en el fondo de la piscina, aunque si es el gordito de la pelotita que me ha tirado dos veces el gintonic, y en una de ellas lo tenia en la mano, no se si voy a tener que confiscarle el premio, porque la pelotita va ser que no, creo que es un objeto imprescindible para la deformación de su futura personalidad, dejémoslo. En segundo lugar hablo con el encargado de mantenimiento al que explico el problema con la esperanza de que me confirme lo que estoy pensando, que el filtro de agua retendrá el articulo y estará resuelto el problema con la simple revisión del cajetin en el que yo presumía que se acabarían juntando pendientes, monedas, anillos y demás accesorios perdibles, que los nadadores suelen llevar en el agua ex profeso, para poder comprobar a la salida que -!Oh contrariedad!. Me temo que lo he perdido.- Me hizo ver que tampoco, que el liendro en cuestión tiene una malla con un tamaño desmesurado que permite que, a partir de cierto tamaño, los objetos perdidos vayan directamente al sumidero, si bien en el caso de que los brillantes tuviesen determinado numero de kilates podría considerarse la posibilidad de desmontar el sifón del desagüe e incluso la fosa séptica a donde van aparar los susodichos. La irónica facies que pone mientras me lo explica me impide tener la necesidad de replicarle que no es para tanto, que además no la dejo yo bañarse con los brillantes, porque estos si que son invisibles bajo el agua. Faltaría más. Será por brillantes. La tercera opción, esta asumo que es específicamente masculina, es la de la aceptación de la fatalidad. (ese no lo encuentra ni el Paquillo de Triana). Así que doy media vuelta y comienzo realmente la búsqueda, el paseo palmo a palmo, escudriñando una y otra vez cada brizna de césped de los apenas cincuenta metros que hay desde el borde de la piscina hasta la tumbona donde, realmente, fue descubierta la ausencia. Cuello abajo, lomo doblado, y a musitar aquello de camino verde, camino verde, que va a la ermita, mientras pienso si no pensaran que olvidé el farol en casa, el de Diógenes, y me habré convertido en el tonto del farol, pero tan tonto que ni siquiera lleva farol. Todo dentro de lo previsible. Cuello estirado, mano en el lomo que comienza dar señales de contracturarse, y una pose como la de Tati en Mi tío, solo que sin paraguas que, además, seria un incordio para mi tarea. Y, en un periodo de tiempo mas corto del que yo estaba dispuesto a dedicarle (mas o menos hasta la segunda vez que escuchase aquello de –eres un inútil hasta para esto-) ocurre lo imprevisto, encuentro el pendiente, lo recojo del suelo y veo que es un zarcillo, o sea que no es, lo guardo y sigo, muy cerca del anterior veo el verdadero, el de la perla, con tanta facilidad que empiezo a sospechar si no me habrán hecho el truco de ponerlo allí para que lo encuentre y así justificar la soldada de mi psicólogo. Y, voy a entregar el trofeo cuando, sigo encontrando mas cosas, una pulsera de plástico, y una cadena de llavero sin ídem, ya ni me agacho. Los entrego a la jefa, y comprobamos con el consabido estupor que no es ese. Es muy parecido, pero un poco más grande. Vino el anochecer y suspendí la tarea tras haber indagado por los dueños de los pendientes sin dueño, y delegado este nuevo e insondable misterio en el barman. Agotado que estaba yo después de los doce trabajos de Hércules en uno solo, y miren por donde todavía me quedaba, de vuelta casa, in itenere, otro nuevo. Pues estaba yo pensando que, a veces, buscando una cosa, excavando bajo tierra si es preciso, se encuentran otras. Otras que pueden dejarnos indiferentes, pero que también pueden alegrarnos o amargarnos la tarde, pero no, no es eso, no es ese tema en el que estais pensando. La necrofilia es otro tipo de patología diferente de la mía. Ya seguiremos luego, mas tarde, y podreis comprobarlo.








Artist seeking the intelectual Truth

Rick Ross







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