martes, 29 de diciembre de 2009

GRANDES ESPERANZAS (Dickens)


-----------------------------------------------------------------------------------------------------------Después de diez días de lluvia ininterrumpidos, no tiene sentido hacerme ilusiones sobre el tiempo que va a hacer mañana. Ni menos hacerme sangre al pensar que la autoridad suprema aconseje arrimar el hombro y mirar adelante, todos juntos, para que deje de llover.

Casi me quedo con las rogativas a la Santa o con hacerle vudú al Maldonado, ya de puestos. Hasta echarle una parrafadita al cielo, y cantarle las cuarenta puede ser más eficaz, al menos implica una actividad personal y una mayor liberación de los miasmas internos, que el limitarme a escuchar a los responsables del diluvio aconsejándonos el intercambio de paraguas entre unos y otros.

Y es que, después del chaparrón del otro día, sucedió algo infrecuente, pero no inédito. El que los sapos de mi jardín, que estaban hibernando tan felices las criaturitas, en sus guaridas húmedas y fresquitas, han sido arrojados por el intempestivo chorro y sin misericordia alguna al suelo de grés, justo tres meses antes de la primavera, la fecha en que allí los insectos estarán esperándolos para jugar a aquello tan natural del ciclo vital, del depredador y del depredado.
No sé si un anfibio puede llegar a morir ahogado. Tal como veo el asunto, sospecho que sí. Pero si los mayores, los creciditos, tienen cierta posibilidad de hacerlo, incluso de sobrevivir a esta macabra broma del clima, y guardar reservas suficientes para volver al agujero, cuando escampe y renovar los votos en marzo, los pequeños, las dos docenas de pulguitas multicolores que intentan infructuosamente buscar un hueco exento de agua, no tienen mayor futuro que el convertirse en un lamina de piel que en cuanto se seque se la llevará el viento junto a las hojas residuales del pasado otoño.
Ganas me dan de explicarles, a través de la ventana desde donde contemplo el cataclismo, lo útil que seria que arrimen el hombro, que miren hacia delante y que confíen en que su esfuerzo será recompensado.

Realmente el sarcasmo siempre me ha parecido una de las actividades humanas más repugnantes. No solo por la gratuidad de hacer daño al prójimo con el único fin de que el autor se divierta, si no además porque en este caso, el de las autoridades que desde hace tres años largos, y desde mucho antes si atendemos a su falta de previsión, no hacen mas que enviar mensajes del tipo de que hagamos nuevos agujeros a nuestro cinturón cuando tenemos el sacabocados colmadito de badana.
Parece que, al menos, comienzan a usar términos más coherentes con la situación como los de depresión o recesión. Incluso he llegado a leer en el diario de mayor tirada el prefijo gran, justo delante de esas palabras malditas. A buenas horas mangas verdes.

Y es que mangas verdes, y de ahí la frasecita, tenían los representantes del orden, tiempo atrás. Y como solian llegar después del momento ese, fatal, justo cuando ya no eran necesarios, provocaban e invocaban la espontaneidad popular del dicho. A buenas horas.
Porque lo cierto es que eran funcionarios a sueldo, profesionales que cobraban por evitar que no sucediesen ciertas desgracias o en todo caso por evitar que fueran a peores. El hecho de que se limitasen a hacer acto de presencia cuando ya simplemente resultaban innecesarios era simplemente puro sarcasmo.

Es lo mismo que está sucediendo aquí y ahora, y no solo con mis sapos, con el agravante de que siguen ignorando el porllegar mas cercano, cuando el riesgo ya no está en que estemos todos mojados porque la techumbre podrida se vino abajo, sino en las consecuencias inevitables del día después, del tiempo que nos toque vivir al raso y de su duración así como de sus efectos sobre la higiene personal.
Siguen sin plantear rumbo alguno que nos aleje de la tormenta que todavía queda por delante, ni mucho menos de realizar, de actuar con medidas esperables de quien dirige la nave. Los consejos sobre la necesidad de que, los demás, hagamos acopio de virtudes, no dejan de ser eso, una tomadura de pelo.

Afortunadamente uno tiene recursos para casi todo, -otro día les explicaré como acabar con el cambio climático, que lo he aprendido en un manual para torpes donde lo explican clarísimo-, pero de momento me limitaré a seguir en positivo, y a invocar a mi superhéroe favorito para que nos saque del atolladero. Seguro que algo bueno hará por nosotros. En situaciones peores lo he visto yo desenvolverse y siempre triunfando.
Absolutamente siempre.
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