domingo, 5 de septiembre de 2010

Jornadas místicas y gastronómicas en La Provenza, o casi...(6)

--------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------




6ª Etapa.- Mi templo favorito. La catedral laica de Maguelone.



Resulta curioso que, cuando visité Francia por primera vez, hace cuarenta años, todo me parecía tan lejano y diferente- entonces el país vecino era “el extranjero”- y que ahora, manteniendo ciertas peculiaridades que nos siguen haciendo distintos, los veo demasiado cercanos y parecidos. Y se me ocurre pensar que, dentro de otros cuarenta años, los voy a ver realmente idénticos, al fin. ¡Je, Je!

Esta catedral no debería ser laica, por definición. Y ello obliga a hacer una acotación sobre el laicismo.
Este es solo un invento inaceptable de las religiones para marcar – religiosamente - a aquellos que no las aceptan. Por tanto declararse laico es solamente aceptar el juego, la negación de lo religioso. Cuando en puridad, la sociedad civil es eso, civil, lo que antes implicaba una negación, una alternativa a la sociedad militar, y hoy resulta solo un pleonasmo, ya que la sociedad es civil, y solo civil, también por definición.

Y las religiones, todas ellas, son y deben ser únicamente un asunto íntimo y personal de cada creyente, y no debe interferir en absoluto con los derechos “laicos” de los demás. Se trata de no dar a dios lo que es del césar. Aunque me temo que el asunto de derechos y deberes, propios o ajenos, en el terreno religioso, queda fuera de lugar.

No obstante, como catedral, un templo como este, que lo fue en su día, tiene detrás una connotación imperecedera en ese sentido, y voy a usurpar el adjetivo para acercarme al sentido que encierra para el viajero.
Dicen que su último obispo la abandonó en 1700 más o menos, para nunca más volver, refugiándose en Montpelier al abrigo de unos feligreses más poderosos, o sea más generosos. Y desde entonces ha sido expropiada por la revolución, vendida y revendida en tres o cuatro ocasiones, y abandonada hasta adquirir un estado ruinoso, parecido al que le ocasionó Carlos Martel en el ochocientos, al arrasar la isla, en poder de los infieles de siempre.
Porque se trata de una isla, treinta hectáreas fértiles en medio de un lago, con un clima esplendido y acceso fácil al Mediterráneo de Serrat.
Capilla sobre castillo, y sobre este otra capilla, desde el siglo segundo de nuestra era – que tiene poco de laica en el nombre y en el fondo- dejando en cada piedra de sus ruinas la huella de los que por allí pasaron – hasta tres papas en el libro de visitas ilustres – y el hilo de la civilización cristiana con sus periodos de esplendor y decadencia, hasta el siglo de las luces, cuando el equilibrio se inclinó en un sentido tal que las piedras solo quedaron en forma y modo de las de Itálica famosa.
Desde hace poco más de cien años, la asociación – civil, insisto – “Amigos de Maguelone” se dedica a reunir fondos de donde debe, instituciones públicas, y de donde puede, y comienza la reconstrucción – aquí hablar de restauración es un eufemismo- de las ruinas, es decir la reposición de las piedras de manera que acaben simulando el templo en sus días de gloria; unen la isla a tierra firme por un estrecho vado que apenas es un sendero, y consiguen declarar parque natural toda la zona.

El resultado es envidiable. Una catedral para mi solito, sin mármoles, sin pan de oro, sin iconos, sin otros símbolos divinos que el sobrecogedor ambiente, la cúpula gótica sobre las cabezas de los escasos, y extraños visitantes, y el sonido eterno, el de los pájaros y el viento amable en el exterior.
No puedo explicar por qué me ha impresionado de tal manera, o por qué me ha hecho sentir la apacibilidad que su sombra transmite .
Supongo que el hecho de que no me cobrasen entrada, ni la remota posibilidad de hacerlo, por visitar la cripta o el tesoro episcopal, inexistentes ambos por supuesto, haya influido como contraste con el habitual mercadeo semiprofano de los templos al uso turístico, y no haya tenido mucha influencia en mi reflexión.
Pienso que la magia del entorno, los viñedos en la época en que el racimo rompe el capullo para iniciar su fase de crisálida, el edificio intemporal con las cicatrices de cien batallas, y sobre todo el esfuerzo altruista de un grupo humano que pasa el relevo, la antorcha, a los que vienen detrás con el objetivo de recuperar y mostrar a quien quiera verlo, un bien cultural. Todo eso, así como que los anejos - antigua residencia de canónigos – son utilizados para rehabilitación de discapacitados, y sobre todo – uno es pragmático- la jarra de agua fresquita que me ofrecieron con el café, influyeron sin duda en la excelente vivencia espiritual que me deja esa breve estancia.

Hay mucho de admiración. De sana envidia.
Ya me gustaría, ya. Pero comprendo que tenemos otras prioridades, - el circo, deportivo, siempre es más barato y satisfactorio – entre las que la propia supervivencia no está ausente, por más que sigamos entretenidos con las banderas , los himnos sin palabras, o el lado hacia donde cargamos en el pantalón nuestra servidumbre humana. (Cosa que un buen sastre siempre tiene en cuanta, pero que hoy con la ropa de bajo coste, ha dejado de tener importancia).

No obstante, cuando uno encuentra un oasis como el de Maguelone, reanuda su camino reconfortado, y con la esperanza de repetir la experiencia, con más tiempo a su disposición, con la esperanza de encontrar otros similares, que debe haberlos, y con la imperiosa, la urgente necesidad de contarlo y de recomendarlo. Cosa que hago.


"Y tu deberias valorar mas, la suerte que tienes de vivir en un pais laico"
--------------------------------------------------------------------------
----------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opinar es una manera de ejercer la libertad.

Archivo del blog