miércoles, 11 de enero de 2012

GRANDES - Y NO TAN GRANDES - MOMENTOS DE LA HUMANIDAD.-



De como aprender historia de la peor manera posible, a golpes de aniversario.

Y conste que, a aquellos que nos pilló el aprendizaje “oficial” celebrando los 25 años de paz, no salimos tan mal parados. Después de todo era “La Paz” lo que se festejaba, que no es algo baladí. Aunque luego algún escritor memoriado nos contaría en su autobiografía que para muchos, la paz no fue exactamente el final de la batalla, sino algo más temible aun. Cosas de los abuelos, o los ya bisabuelos, en el mejor de los casos.

Pero a la ausencia de una formación mínima, imparcial, y sobre todo formativa para el enriquecimiento personal del alumno, se nos sigue añadiendo el disparate de los centenarios, o bicentenarios , que suelen usar la letra gorda de los titulares, los escuetos y a la vez inmensos carteles informativos que, a la vez que no explican nada, oscurecen , ocultan y tergiversan todo lo que sucedió, entonces y ahora. Todo los que nos sea útil para aprender de los errores, y de los aciertos, propios y ajenos.- que es, en resumen, la finalidad de esa mirada hacia atrás, a la que llamamos historia- para que no cometamos la torpeza de pensar, de reflexionar sobre lo que nos cuentan en los libros de texto, que en los años cruciales para nuestra formación, lo fueron con la exclusiva finalidad de memorizar datos, nombres y fechas, con la misma encomiable intensidad, con que los olvidaríamos inmediatamente después de cada examen.

Tuvimos, bien es cierto, el complemento alimenticio aportado por los rescoldos europeos del plan Marshall - ¡Americanos, os recibimos con alegría..! Justo, cuando en nuestro país la gente había dejado de morir de hambre, por motivos climáticos añadidos, y también justo cuando los benefactores toman posesión estratégica de media docena de bases militares, a la vez que nuestro jefe de estado aparece, por primera vez, vestido de civil. Ya digo que hay que mirar, siempre, el lado bueno de la historia. Que lo tiene.

El complemento a la formación en la materia que hoy nos ocupa, fue de mayor enjundia, de amplia aceptación popular y de extensión educativa a aquello que entonces se denominaba “cultura general”. Me estoy refiriendo al cine, naturalmente. A las películas históricas, si bien este genero no ha sido nunca reconocido por los eruditos del séptimo arte, ya que se desdobla desde sus principios en media docena de subgeneros con nombre propio: romanos, western, bélico, etc.
Y gracias a ellas logramos desaprender, a la vez que fijar en la memoria colectiva- nada que ver con la memoria histórica, como se vio algo después- aquellos sucesos claves en la cuestión del porqué estamos donde estamos, y del porqué estamos como estamos.

Al igual que las películas, ahora y siempre, la literatura popular continúa alimentando el hambre insaciable de conocer los hechos remotos y otros no tan remotos. En los libros, al menos han respetado la etiqueta, para no engañar a nadie, novela histórica.

Cierto es que la cocina, con el esplendor propio del bien yantar, unido al inefable bienestar, no ha dejado de evolucionar en el sentido correcto, a mejor. Aunque quizás su exceso de velocidad nos esté jugando algún traspiés con resultados ingratos. Exceso de velocidad que en el cine que pudimos ver se convirtió en lentitud apacible y en obstáculos facilitadores de la digestión, de la comprensión del mensaje que, muchas veces, las películas encierran.

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