miércoles, 25 de enero de 2012

GRANDES - Y NO TAN GRANDES - MOMENTOS DE LA HISTORIA.- V.-


Por eso volvemos sobre Napoleón. O sobre la imagen que el cine, ha proyectado en la memoria de unos cuantos. A los demás siempre les quedará el Kindle de Amazon. (Lo siento por el patrocinador de los canapés, pero es que su tiempo, también, se agota).

Y, como no, valorar la figura de Bonaparte más allá de su papel de verdugo del directorio o del de loco ególatra que arruina la vida europea durante diez años convulsos, cuando acabo de contemplar en la pantalla –siempre- la causa de su derrota en Waterloo, en su intento fracasado de revival, que deberá esperar otros ciento cincuenta años hasta que el revival de Creedence Clearwater consiga imponerse. (estoy escuchando “ I put a spell on you”, disculpad. O pinchad el enlace, para fijar las ideas).

http://

I PUT A SPELL ON YOU
BECAUSE YOURE MINE.
YOU BETTER STOP
THE THINGS THAT YOURE DOIN.
I SAID
"WATCH OUT!
I AINT LYIN, YEAH!

Otra vez, el loco bajito, que en el manicomio se hace pasar por Napoleón, nos recuerda que, mas allá de las batallas, deberíamos valorar la expansión por Occidente de los vilanos, las semilla del nuevo mundo, el nuevo contrato social – Rousseau – que ofertaba un amanecer mitad utópico, mitad real, marcando un antes y un después en los libros de historia – contemporánea desde entonces – y que aquí rechazamos con el grito casi unánime de “Vivan las caenas”.

Pero la causa de nuestro destino, el punto de no retorno, Waterloo mediante, no fue otra que las hemorroides imperiales, y su castigada próstata, en ataque agudo que, unidos a los planetas, al agua pura y a los planetas unidos, los tres vieron la hermosura de los troncos retorcidos (Hernández). Todos fueron la negrura, la premonitoria e insomne compañía del emperador en las interminables horas de la batalla final. Sic transit gloria mundi.



Y es que hay razones que motivan a los personajes, que los mueven a lo largo de sus momentos de gloria y de ocaso, más allá de las 24 imágenes por segundo, ahora 25, y de los tópicos que los envuelven sus interesados cronistas.

Sin ir más lejos, resulta incoherente que, una lumbrera como Marat le pregunte a Charlotte la razón de la puñalada. Tan ausente de su culpabilidad en la traición y en la masacre, que no comprende, no quiere comprender la fuerza que guía la mano femenina. Tan obtusas puede volver el poder a las mentes más brillantes. Y lo malo es que también suele hacerlo con otros que no brillan en absoluto. Recientes y cercanas experiencias nos confirman el aserto.

Y sin necesidad de salir del territorio gabacho, añadiendo doscientos años a la caída del emperador, nos encontramos a otro, De Gaulle, presuroso en tomar el cetro de jefe de estado, sin necesidad de preguntarles el parecer a sus paisanos. Estupor entre los herederos de Wellington que acababan de liberar el territorio francés de otro clon.

De la película, el Napoleón de Abel Dance, 1926, de su estreno, recuerdo nítidamente una única y breve secuencia, aquella en que el joven Bonaparte, contempla tras los cristales del bar en el que se encontraba con sus amigos esperando el partido- del Real, supongo- la turba asesina que arrastra por el suelo los símbolos y las vidas de lo que hasta entonces habían sido el orden establecido.

Cine mudo, secuencia sin palabras, solo el rostro asombrado, luego irritado, del cadete, y la iluminación, en la serena mirada del actor irrepetible, la visión del domador ante la fiera tan peligrosa, y a veces tan dócil, en que se convierte la masa humana, tanto mas fácil de manejar cuanto mas descontrolada e irritada parece.



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