Ninguna buena acción queda sin castigo. (Billy Wilder).
Por eso premian tanto a las malas. Digo yo.
Son unas fechas estas, dignas de encomio visual. Permiten contemplar la última hornada de películas, calentito el celuloide todavía, recién pasado por el ardiente secador; y previamente seleccionada entre aquellas que reúnen un mínimo de presunta calidad y un máximo de presunta e inmediata recaudación. “Toma el dinero y corre”. Ya sabéis.
Si además, podemos disfrutarlas en copias con calidad Dvd/Blu-ray, y con los sobretítulos incrustados que nos recuerdan, esporádicamente, que “esta copia es para uso exclusivo de los componentes de la academia” y que “deberá ser destruida una vez visionada”, con la exclusividad que, este año, acompaña también el cartel final, el mismo tríptico multicolor que aparece en la página de Megaupload, cuando intentamos acceder a ella, pues mucho mejor.
Se agradece que tengan la delicadeza de solicitar el juicio de los auténticos destinatarios del cine universal, de los cinéfilos de pro, como un servidor; y me hagan llegar, aunque de manera harto espuria, los preestrenos para que opine sobre ellos. Cosa que hago desde aquí, no sin antes haber destruido las copias facilitadas a tal fin.
Descartando los títulos infantiles (La invención de Hugo, Millennium), marujiles (Criadas y Señoras), y hagiográficos (La dama de hierro, Hoover), que de todo hay en la viña – ahorita en el barrio la viña son los carnavales, lástima que esta hercúlea tarea de vilipendio me impida disfrutarlo -. Descartando, pues, casi todo; me quedo con cuatro que he terminado de disfrutar, y que paso a comentar.
The Artist.-
Bien. ¿Y qué?.
El árbol de la vida.-
Gloriosa. De las que el tiempo convertirá en clásicos, aunque ahora sea incomprendida por aquellos que no aguantaron en el asiento hasta el final.
Los descendientes.-
Estupenda y disfrutable película. De no ser porque las penas, incluso las tragedias, de los muy ricos y de los riquísimos que renuncian a serlo más; resultan bastante alejadas de las mías. Sin olvidar el trauma que supone ver a un actor, que no actúa, en el cuadro teatral del compianto sul corpo morto de la sua donna. O sea, en las lamentaciones, y recordar la misma escena que Marlon Brando hace excelsa en El último tango. ¡Snif!.
Nader y Simin. Una separación.-
Palabras mayores.
Pocas veces he visto reunidos en una historia, en noventa minutos, semejante cantidad de problemas tan intemporales como universales, y expuestos de manera tan económica y brillante.
La pareja y la familia, la adolescencia y el terrible trauma de abandonarla forzosamente,- y no como algunos compatriotas nuestros que van a conseguir hacerla vitalicia – la religión y su terrible paralelismo con los ayatolas autóctonos, el daño inmisericorde que hacen – o el beneficio, según - , y sobre todo, el terrible drama de cuatro mujeres – la pequeña también cuenta – en un mundo hecho por y para hombres. El final, maravilloso, que te hace meditar durante horas, o días, después de haberla visto, y que no voy a contar. Pero, sobre todo lo anterior, la confirmación de algo que nos vienen ocultando desde pequeños, la similitud entre ellos y nosotros, y la esperanza cierta de que un mundo, donde las barreras entre razas –uy, perdón- países y religiones, vayan cayendo paulatinamente, y nos permitan reconocernos en personajes como los de esta película iraní. ¿Irán?. Me obligo a releer los créditos, para comprobarlo. ¿Irán?.
Juraría que esas escenas, que esas personas de carne y hueso, las he visto yo aquí mismo. Pero no. Es el trampantojo del cine, que me engaña una vez más.
Yo, que siempre pensé que la películas de Almodóvar o Torrente, eran iraníes por lo menos, - tan lejanas estaban de lo que siento, y merezco - . Que las series televisivas, orgullo de la estulticia patria, eran persas, por lo menos. Y ahora descubro el cine iraní. ¿Irán?. ( No insisto en nombrar ese país. Lo vamos a ver repetido en la tele, si el tiempo no lo impide, como en la fiesta sangrienta que es nuestro orgullo). Descubro que es el cine iraní, el que se solidariza conmigo. Con la fe en la necesidad de airear las habitaciones largo tiempo cerradas, y dejar gateras en las puertas para que el minino haga fuera sus necesidades. Además de confirmar que existe la posibilidad de un cine real y extraordinario, mas allá del producido, o subvencionado interesadamente, por la industria del primer mundo. Me han dado una gran alegría.
¿Irán?
P.D.- Las tres últimas citadas, probablemente las mejores, comparten temática: familia, adolescencia y religión.
Coincidencia que me hace pensar, más que en intereses inconfesables de los manipuladores de masas – Orwell y Huxley se manejaban en otro contexto- en la previsión de los guionistas, y productores, sobre la necesidad del espectador agobiado, de reconocerse en personajes cercanos. Indudablemente, han acertado.
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