domingo, 5 de febrero de 2012

FASSBINDER EN EL MANUAL DE USO CULTURAL .(TAKE TWO). BERLIN ALEXANDERPLATZ.



“Berlin Alexanderplatz” Rainer Werner Fassbinder. 1980


Dicen que la novela original inaugura la narrativa moderna alemana, Alfred Döblin 1929. Dicen que explica las razones de lo que vino después. Dicen que, quizás, Franz esté representando a un país, a una nación, a una época, y no solo a una persona.
Todo es factible. Igual que lo es el componente autobiográfico del que Fassbinder la haya impregnado, cincuenta años después. Puede ser.
Como pueda ser el que, una función teatral televisada en catorce capítulos y un epilogo, con una duración de quince horas escasas (le faltan seis minutos), permanezca en el imaginario de un servidor, y de tantos otros, después de haber pasado el calvario del cine y televisión en su país, de la copia de respaldo en pocos milímetros, del VHS, y ahora de la merecida remasterización.

Pero no estamos hablando del soporte, ya digo que no es únicamente novela, teatro, cine o televisión, incluso que no es Fassbinder a pesar de ser su obra cumbre, su obra seminal. No lo es..
Hay mujeres en la vida de Franz, y hay amigos, hay hambre y frío, cárcel, esperanza, crimen y traición. Hay de todo, menos un trabajo, o un final feliz.

El espectador termina cada episodio, con la necesidad imperiosa de respirar, de salir a dar un paseo urgente, de insuflar un poco de aire fresco en los pulmones de Franz. Con el deseo contradictorio de no volver a contemplar semejante sufrimiento en un ser humano, a la vez que la sensación de que muy pronto, inevitablemente, va a estar sentado ante el siguiente capitulo. (teil en alemán).

Tampoco es un melodrama, por mas que realmente lo sea, o por mas que la vida no sea otra cosa, para unos agridulce y para otros casi agrio o casi dulce, pero melodrama al fin y al cabo. Es el retrato realista, y esa es su etiqueta, de una sociedad desesperada donde la ausencia de trabajo y de justicia constituye el nido perfecto para que germine el huevo de la serpiente. Y ya se que no todas las serpientes ponen huevos -algunas víboras nacen en el vientre de la madre donde se mantienen hasta que deciden devorarlo- ni que estos se incuben sin la temperatura adecuada; pero cosas mas grandes se han visto.

Curiosidades, al personal le gustan las curiosidades, las anécdotas, y no el sentido de la vida, el discernir los obstáculos donde pueda tropezar la humanidad, o prevenir los medios para que pueda levantarse cuanto antes, tras la caída.

Curiosidad es que los escenarios fueron aprovechados de la recién acabada “El huevo de la serpiente” de Bergman, que trataba el mismo tema. Al parecer el huevo de estos reptiles tiene una cubierta semitransparente a través de la cual puede observarse el monstruo que lleva dentro. Ahora, nuestra bola de cristal es plana, y es de plasma, y a través de ella, y de esta serie fassbinderiana, quizás podremos intuir el futuro, el presente interminable de la recesión europea que terminó con la república de Weimar. Quizás, también podamos evitarlo. Por ello es bueno releer a Döblin, contemplar las imágenes de Fassbinder, meditar, como ellos, sobre la condición del ser humano, desde dentro de Franz Biberkopf. Cualquiera de nosotros.

Fassbinder tiene una idea fija en todas sus películas. Dramas cotidianos sobre la marginalidad, sobre las imposiciones con que los fuertes esclavizan a los débiles. Inevitables en las relaciones personales, condicionadas por el sexo, por las diferencias sociales, fuente de amor y odio. Difíciles de enjuiciar desde otro punto de vista diferente al de sus ambiguos personajes. El mismo Rainer acaba confundiéndose con su obra, con sus muñecos de guiñol.

El dramaturgo yonqui de la chupa de cuero, el prolífico escenógrafo de las pequeñas miserias -y de las no tan pequeñas- que nos alertan de la decadencia de una sociedad tan reconocible como cercana, se deja llevar por el texto de quien lo escribió antes. Limitándose a prestar su característica puesta en escena donde, a veces, únicamente el rostro del actor principal, Günther Lamprecht, en un interminable gesto silencioso, nos está diciendo aquello que, por nuestro bien, jamás deberíamos olvidar.

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