Después de disfrutar con el cine checo y el polaco, en su
versión de progresía desatada - Jiri Menzel y Milos Forman - no he podido resistirme a seguir
la estela hacia el sur hasta toparme con el yugoeslavo Dusan Makavejev y su “Misterios
del organismo” también titulada, mas propiamente “Wilhelm Reich”, quien es el
eje de esa, por lo demás, perfectamente olvidable, película. Semidocumental
biográfico al que quizás le pertenezca el merito de emular la actitud de
rompepelotas que fuera la marca de autor del insigne psiquiatra, filósofo, e inventor.
Solo recorriendo telegráficamente los aspectos mas
llamativos de su carrera, podemos quedar subyugados por cualquiera de sus capítulos
hasta el punto de querer saber mas de cualquiera de ellos, de conocer mas a
fondo al personaje, e incluso de sucumbir al peligro de adoptar su credo. Porque, a fin de cuentas, también era
predicador de una religión subversiva, el amor libre.
Y hablo de 1897-1957, en
el intervalo que incluye su aprendizaje con Freud, su expulsión de la sociedad
psicoanalista de Viena tras su radicalización de la realización sexual frente al psicoanálisis, que era según él, solo una cháchara inconsecuente
si se limitaba exclusivamente a la cháchara.
Expulsado de Alemania por su tratado “Psicología de masas del fascismo”, y de Dinamarca, Suecia... hasta amerizar en la tierra prometida, América, donde sería encarcelado por el FBI, en plena caza de brujas, muriendo en el psiquiátrico, un par de años después, acusado de esquizofrenia progresiva, según la versión de los carceleros, y quemados todos sus libros e inventos, en un incinerador especial, emulando la hoguera de la Bebelplatz berlinesa de 1933, que a su vez no era otra cosa que la repetición de las luminarias inquisitoriales, o de la florentina hoguera de las vanidades, gestada por nuestro admirado fraile dominico, ese cuyo gran parecido físico y moral comparten miríadas de políticos de la cosa, de la cosa nuestra.(Véanse retratos de Savonarola, y establézcanse las correspondientes analogías).
Expulsado de Alemania por su tratado “Psicología de masas del fascismo”, y de Dinamarca, Suecia... hasta amerizar en la tierra prometida, América, donde sería encarcelado por el FBI, en plena caza de brujas, muriendo en el psiquiátrico, un par de años después, acusado de esquizofrenia progresiva, según la versión de los carceleros, y quemados todos sus libros e inventos, en un incinerador especial, emulando la hoguera de la Bebelplatz berlinesa de 1933, que a su vez no era otra cosa que la repetición de las luminarias inquisitoriales, o de la florentina hoguera de las vanidades, gestada por nuestro admirado fraile dominico, ese cuyo gran parecido físico y moral comparten miríadas de políticos de la cosa, de la cosa nuestra.(Véanse retratos de Savonarola, y establézcanse las correspondientes analogías).
Bien es cierto que llamándose Wilhelm, como el Káiser, y apellidándose
Reich, como aquello; la animadversión de muchos ignorantes la tenia probablemente ganada de antemano.
Pero no cabe el simplismo ni el sarcasmo ante la obra de un
gigante como él. Que, a su modo lo fue. A pesar de le estrecha relación entre
genialidad y delirio que puede ser aplicada a gran parte de su trabajo.
“La importancia sociológica de Hitler no reside en su
personalidad sino en lo que las masas han hecho de él”
O dicho en Román paladino: El análisis de Reich de los mecanismos que
llevaron al pueblo alemán a lanzarse en los brazos del Führer, permiten
calificar también de fascismo al capitalismo estadounidense y, en general, a
cualquier régimen represivo que produzca en las masas impulsos sádicos que
puedan ser aprovechados en guerras imperialistas. (Justificando sobradamente al senador McCarthy,
emulo del Führer, en su decisión de declararlo persona non grata).
“Dejad que la Vida fluya
libremente. Será el primer paso hacia la libertad y la paz en la Tierra”.
Y sobre ese texto fundamenta su doctrina que desde 1919
asocia la fuerza vital de la humanidad a un soporte real y biológico al que
denomina “orgón”.
El predicador del amor libre, cuyo revival en los sesenta pondría de manifiesto la
actualidad de sus teorías, deriva hacia la experimentación científica, más o
menos desajustada a los cánones académicos, y a intentar poner en funcionamiento
la piedra filosofal de su biblia particular.
La fabricación y puesta en funcionamiento de su “Cloudbuster” máquina
que concentra los biones liberados por la energía sexual, los citados orgones, y
los expulsa al cielo al objeto de provocar la lluvia. Cosa que llegó a
conseguir en el desierto de Nevada, o Arizona, que no recuerdo bien.
El aparato podéis construirlo en casa con medios muy
discretos. Hay varios videos en YouTube que lo explican en detalle y cuyo
enlace no voy a facilitar por aquello del agnosticismo que me invade.
Lo cierto es que esas historias circulares, en las que el
final del psiquiatra acontece en el manicomio, como la del médico de Chejov en "la sala
numero seis"; son unos cuentos que una vez leídos se hacen imposibles de
olvidar, o dejar de recordar, cada vez que ves a alguien dedicando su vida, su energía
vital como intuía Reich a luchar contra el dolor, la locura, ese monstruo
inaprensible que acaba atrapando al valeroso héroe entre sus redes, y para las que no hay escapatoria alguna.
Chejov volvería a su Moscú en un vagón refrigerado, cubierto
su cadáver por cajas de ostras – de las que hablamos hace poco- en la forma menos
digna para uno de los mejores retratistas que ha tenido ella, la dignidad
del hombre.
Reich resurge en la memoria colectiva, gracias a sus méritos
y, en cierta medida, a la estupidez de la cremación del contenido de su
biblioteca, de su clínica, y de su hogar que hoy es un museo y centro de
peregrinación para sus admiradores, que no son pocos.
Quizás haya sido también el subconsciente, sobre el que
tanto nos enseñaron los psicoanalistas, el que me hace evocar uno de los primeros
fantasmas de mi infancia, el terrible “coco” que nos llevaría con él, al menor
descuido, y que estaba personificado en Don Celedonio, el médico de los locos
del manicomio mas cercano; al que iban, y no volvían, aquellos que no se habían
portado bien, según las monjas, o no se habían
comido toda la sopa, según la yaya.
El tema de la locura era un tabú, y lo sigue siendo, suficiente
para englobar el terror a lo desconocido, para culpabilizarlo de los males que
nos afligen y para los que solo disponemos de soluciones harto limitadas. Chejov,
Reich y Don Celedonio, comprenderían perfectamente lo que intento decir.
Según la leyenda, alimento infantil insustituible, Don Celedonio perdió la razón y terminó sus días encerrado en el mismo sanatorio donde intentaba curar a los
alienados. (Lugar al que hoy llaman “Centro Socio Sanitario”, por aquello de poner
de manifiesto la obstinación colectiva en luchar contra, o en negarse a aceptar, una
enfermedad tan vieja como el mundo, y también por justificar vidas
revolucionarias como la de Wilhelm Reich, quien no hubiese dudado en disparar
contra tanto obtuso los orgones de su “Cloudbuster”).
Otra vez, más de lo mismo.
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