jueves, 24 de mayo de 2012

JORGE SEMPRÚN EN EL MANUAL DE USO CULTURAL (CARA A).-


 

Dicen que todo exiliado lleva a la espalda dos mochilas difíciles de abandonar, la nostalgia y el resentimiento. Habría que añadir una tercera, la impostura, hija natural de las dos citadas y de las expectativas exageradas de aquellos que en la patria, esperan ansiosamente el regreso de los seres queridos.

Uno recordaba su nombre como guionista, en películas de grandes figuras del cine de culto de los sesenta, Resnais, Gavras, incluso Losey, y el sopor plomífero de las horas perdidas en la sala oscura, intentando no ya comprender, sino captar algún mensaje, alguna idea que esos señores quisieran transmitirle. Incluso la esperada versión sobre la  realidad española que el exiliado ilustre encontraba a su regreso. “La guerra ha terminado” o “Las rutas del Sur”, planas y tediosas. Me temo, y agradezco, que el tiempo los haya puesto a todos en su lugar, el de la letra pequeña de la enciclopedia cinematográfica. Bueno, a casi todos.
 
 Después comenzaron a publicarse sus novelas y volví a intentar descubrir parte de aquella verdad que nos estaba vedada Pirineos mediante. “La segunda muerte de Ramón Mercader” de Semprún, fue un hallazgo en el sentido de conocer hechos y personajes de cierta trascendencia. Así, saber que el asesino de Trotsky había sido un español, héroe, por supuesto y por protagonista, y que incluso había visitado su pueblo natal años después de haber muerto y de haber sido enterrado en Cuba.
Y así lo creí hasta escuchar a Sarita Montiel,  sobre su estancia en Méjico en la fecha de autos. ¿Asesinato? – No. ¡Aquello fue una ejecución! - “Asaltar los cielos”  de Linares y Rioyo 1996. La lengua sin pelos de la manchega – que tan gustosamente mostraba en sus películas-  me hizo añicos la ficción literaria. (Y la ficción política).
Más tarde, en novelas como “Aquel domingo”, “El largo viaje”,  y  en la del título mas esclarecedor “Viviré  con su nombre, morirá con el mío”, invita a conocer otro asunto vedado para nuestro conocimiento, la vida en el campo de Buchenwald, relatada en primera persona y desde el punto de vista de un personaje en el que, a la larga, terminaría convertido su autor.
Realmente Semprún  como personaje, es mucho más rico y generoso para los aficionados a la literatura, que las obras que dejó escritas, por cierto, en francés.

Leo a su muerte, con estupor, los editoriales, y las columnas de ilustres colaboradores de prensa, de políticos y estadistas, junto a la necrológica. Y busco entre los panegíricos, sin encontrar el menor atisbo de una controversia que, sorprendentemente, como la de Ramón Mercader, o como la de Federico Sánchez- su nombre clave en el PCE - nunca existió. Años de deserciones, de autoinmolaciones, de terribles enfrentamientos dentro de la gauche divine, de traidores y revisionistas, de publicaciones criticas con el comunismo, y curiosamente silenciadas en nuestro país, “El cero y el infinito” Koestler, “Homenaje a Cataluña” Orwell, o casi todo Albert Camus - figura de la que la cultura española debería sentirse especialmente orgullosa-  cuyo rumor de denuncia intelectual obligatoria sobre los crímenes contra el hombre no cesará hasta la caída del muro.

Solo los habituados a navegar entre dos aguas – la superficial en un sentido y la profunda en el contrario, sobrevivieron al caos vital. El moral era otra cosa. Y como buen personaje de novela con final feliz, el aristócrata comunista es nombrado ministro de cultura de un país, el nuestro, que necesitaba figuras de prestigio internacional.
A su muerte, recibe los correspondientes honores de ambos estados vecinos, y  la cobertura informativa del grupo Prisa – era consejero delegado de Sogecable - y de la editorial Gallimard;  poniendo el punto y final sobre cualquier epitafio que no sea el de un gran escritor y un personaje de peso en la historia de la cultura europea.

Solía citar la frase de Scott Fitzgerald, según la cual  "la señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas al mismo tiempo y, a pesar de ello, ser capaz de seguir funcionando".

 
“Jedem das Seine”, en la puerta de entrada de Buchenwald,  significa literalmente "A cada uno lo suyo" y no se refiere expresamente al argumento de la novela de Sciascia. Aunque tampoco parece un desproposito volver a leerla..

(Continuará).







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