Dicen que todo exiliado lleva a la espalda dos mochilas
difíciles de abandonar, la nostalgia y el resentimiento. Habría que añadir una
tercera, la impostura, hija natural de las dos citadas y de las expectativas
exageradas de aquellos que en la patria, esperan ansiosamente el regreso de los
seres queridos.
Uno recordaba su nombre como guionista, en películas de
grandes figuras del cine de culto de los sesenta, Resnais, Gavras, incluso
Losey, y el sopor plomífero de las horas perdidas en la sala oscura, intentando
no ya comprender, sino captar algún mensaje, alguna idea que esos señores
quisieran transmitirle. Incluso la esperada versión sobre la realidad española que el exiliado ilustre
encontraba a su regreso. “La guerra ha terminado” o “Las rutas del Sur”, planas
y tediosas. Me temo, y agradezco, que el tiempo los haya puesto a todos en su
lugar, el de la letra pequeña de la enciclopedia cinematográfica. Bueno, a casi
todos.

Y así lo creí hasta escuchar a Sarita Montiel, sobre su estancia en Méjico en la fecha de
autos. ¿Asesinato? – No. ¡Aquello fue una ejecución! - “Asaltar los
cielos” de Linares y Rioyo 1996. La
lengua sin pelos de la manchega – que tan gustosamente mostraba en sus
películas- me hizo añicos la ficción
literaria. (Y la ficción política).
Más tarde, en novelas como “Aquel domingo”, “El largo
viaje”, y en la del título mas esclarecedor
“Viviré con su nombre, morirá con el mío”,
invita a conocer otro asunto vedado para nuestro conocimiento, la vida en el
campo de Buchenwald, relatada en primera persona y desde el punto de vista de
un personaje en el que, a la larga, terminaría convertido su autor.
Realmente Semprún
como personaje, es mucho más rico y generoso para los aficionados a la
literatura, que las obras que dejó escritas, por cierto, en francés.
Leo a su muerte, con estupor, los editoriales, y las
columnas de ilustres colaboradores de prensa, de políticos y estadistas, junto
a la necrológica. Y busco entre los panegíricos, sin encontrar el menor atisbo
de una controversia que, sorprendentemente, como la de Ramón Mercader, o como
la de Federico Sánchez- su nombre clave en el PCE - nunca existió. Años de
deserciones, de autoinmolaciones, de terribles enfrentamientos dentro de la
gauche divine, de traidores y revisionistas, de publicaciones criticas con el
comunismo, y curiosamente silenciadas en nuestro país, “El cero y el infinito”
Koestler, “Homenaje a Cataluña” Orwell, o casi todo Albert Camus - figura de la
que la cultura española debería sentirse especialmente orgullosa- cuyo rumor de denuncia intelectual obligatoria
sobre los crímenes contra el hombre no cesará hasta la caída del muro.
Solo los habituados a navegar entre dos aguas – la
superficial en un sentido y la profunda en el contrario, sobrevivieron al caos
vital. El moral era otra cosa. Y como buen personaje de novela con final feliz,
el aristócrata comunista es nombrado ministro de cultura de un país, el
nuestro, que necesitaba figuras de prestigio internacional.
A su muerte, recibe los correspondientes honores de ambos
estados vecinos, y la cobertura
informativa del grupo Prisa – era consejero delegado de Sogecable - y de la
editorial Gallimard; poniendo el punto y
final sobre cualquier epitafio que no sea el de un gran escritor y un personaje
de peso en la historia de la cultura europea.
Solía citar la frase de Scott Fitzgerald, según la cual "la
señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas
opuestas al mismo tiempo y, a pesar de ello, ser capaz de seguir funcionando".
“Jedem das Seine”, en la puerta de entrada de
Buchenwald, significa literalmente
"A cada uno lo suyo" y no se refiere expresamente al argumento de la
novela de Sciascia. Aunque tampoco parece un desproposito volver a leerla..
(Continuará).
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