martes, 28 de agosto de 2012

GATOS EN EL TEJADO.-



Lecturas veraniegas (5).-
Riña de gatos.-

 

Realmente no merece dedicarle una sola página, dedicarle nada.
Pero sigo asombrándome cuando coloco en el cesto de la compra – de los libros- algunos que me resisto una y otra vez a leer, bajo la sospecha de que va a ser tiempo perdido, como  fue la ultima, y la penúltima vez que caí en el vicio atroz de comprar, y leer, más motivado por la simpatía que me inspira el autor, que por el juicio previo, con cierto viso de imparcialidad, sobre la obra en cuestión. Es algo así como la deuda que tenemos con un viejo amigo o un viejo amor, para quienes siempre tenemos abiertas las puertas del corazón.  Somos humanos, lo somos,  o no somos nada.

El caso es que sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante, soy quien más te ha querido, con eso tengo bastante. Esto es de un poeta cuasi apócrifo, conocido por esto y nada más, a quien no guardo en la memoria, sección autores, y a quien tampoco leería un libro de versos suyos que cayera en mis manos. Y ello posiblemente estaría más justificado que lo sucedido con el que estoy despiezando. Al que guardo, he guardado, cierta fidelidad con la excusa de ser un escritor divertido, uno de los escasísimos humoristas de la narrativa de aquí, del último medio siglo. Como esos cómicos a los que ofreces la mejor de tus sonrisas, la de las expectativas de pasar un buen rato, ante su mera aparición en escena, sin necesidad de que hayan comenzado la actuación.

Este Mendoza perdió la vis cómica hace tiempo, como el marino que perdió la gracia del mar (Mishima), si es que la tuvo alguna vez.
No se si lo ha escrito en su mas tierna infancia, y es una de esas obras inéditas que guarda uno en el anaquel mas lejano, avergonzado de que llegue a ver la luz, hasta que las necesidades pecuniarias - películas alimentarias las llamaba Buñuel, que también fue humano-  las llevan a la imprenta, remendadas con frecuentes corta y pega de la Wikipedia o de ciertos sueltos que llevaban tiempo en el escritorio amarilleando por la nicotina y por los restos sólidos de las bebidas espirituosas de base cereal de las que ya hemos hablado.

Lo cierto es que nos encontramos con una novela portadora de un adjetivo nefasto para ella, el de histórica, pretexto para vender aire, como tantos otros. Novela no es, en el sentido de que los personajes, pueriles, tópicos, y rancios de tocino malo, que andan perdidos en descripciones cutres y entradas , salidas y todo lo que suele hacer  un personaje ficticio en un Madrid ídem, en esos momentos carentes de interés para el lector, son cosidos por un ostentoso pespunte en el que los fragmentos enciclopédicos sobre la pintura de Velázquez, y los prolegómenos del Glorioso (alzamiento nacional contra las hordas) llenan capítulos de juicios artísticos sobados y desconocimiento histórico realmente temerario.
Una lástima que alguien, aparte del hijo-a del editor-a o algún-a Kuki del susodicho-a se atreva a poner su nombre en semejante tocho.

 El que lo haya hecho el autor de El laberinto de las aceitunas, para mí su obra cumbre a partir de hoy, es imperdonable. Nunca más Eduardo. Cruz y Raya.

Y si, propósito de la enmienda. A partir también de hoy, escogeré con mas tiento, que no tino, ese no está en mi mano, los libros que vaya echando al cesto y dedicaré prioridad absoluta- es decir, lo de siempre, prometo prometer, muchas veces- a esos imprescindibles que hay que leer antes de… sentarme a escribir.

 

Transcribo, parte de la pagina 348, y no solo para que comprobéis que ese lenguaje no se “estila”, sino porque su contenido me resulta familiar y reafirmante, como un aura premonitora del momento en que nos encontramos, y que no debe ser otro que el enésimo bucle en el ADN de nuestro hormiguero. Tanta coincidencia acojona, la verdad.

Pág. 348

-          Cuando se me propuso venir, me fue ofrecida una remuneración, y con posterioridad usted mismo ratificó el compromiso en varias ocasiones. Desde el primer momento he tratado de cumplir mi cometido y creo haberlo hecho, hasta donde me ha sido posible, con lealtad, entrega y competencia. Cobrar no es solo justo, sino digno. Los profesionales tenemos el derecho a ser remunerados, y hemos de defenderlo en beneficio de toda la profesión. Repruebo la arbitrariedad de los aficionados: renunciar a la retribución implica declinar toda responsabilidad. Usted, señor duque, de acuerdo con su posición, piensa y actúa según otros parámetros, pero estoy seguro de que entiende y aprueba lo que le estoy diciendo.

-          - Sin la menor duda.

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