LECTURAS VERANIEGAS 3.-
Por este motivo Greenpeace
acredita que este libro cumple los requisitos ambientales y sociales necesarios
para ser considerado un libro “amigo de los bosques”.
Así termina el preámbulo religioso, introductorio a la
edición española del libro homónimo de Coetze.
Clavadito al nihil obstat de la censura eclesiástica de los
últimos veinte siglos.
Hoy su aggiornamiento la convierte en una certificación
tan innecesaria como absurda por parte de Greenpeace, que habrá cobrado el
sello correspondiente, la bula, a la editorial especializada en lectores
gilipollas, como el que suscribe.
Vamos a ver, criaturas, no se puede hacer un libro sin
madera, y esta no puede conseguirse sin amputar algún fragmento arbóreo a la
madre naturaleza. Las tortillas también implican cascar embriones de pollos y convertirlos
en delicias gastronómicas. Si no quieres desfoliar el Amazonas –al bosque de al
lado de tu casa, que le den- ni que el insomnio por tu grave falta medioambiental
te quite el sueño, no leas papel. Limítate
a ver la tele o vuelve a los relatos de tradición oral, en la peluquería. Podrías
también leer la biblioteca de Alejandría en formato digital, pero todavía la
progresía no ha sacado el correspondiente edicto que de validez a las palabras
evanescentes de las pantallas retroiluminadas. Esperando estamos el próximo
concilio, en el que la encíclica de la ONG que tiene el monopolio, nos confirme
que esto que estáis leyendo, realmente está escrito. Hasta entonces... a
suspirar.
Otro timo aparece ya en el título del libro de Perec –no en el de Coetze, que no miente, es una
autentica desgracia y lo dejaremos para otro día - cuando te hace esperar eso que todo lector busca inconscientemente
en la lectura, su formación personal, su aprendizaje moral, sentimental y hasta pragmático sobre cualquiera de las
variadísimas situaciones con que se va a enfrentar a lo largo de su vida.
No
aparece la menor instrucción de uso en ninguna de sus seiscientas páginas, y
referencias a “la vida” solo las encuentro en su título. La única pincelada de
“autor” que he encontrado es aquella, repetida, pensando en nosotros, los
torpes, que explica aquello tan metafísico de que dos piezas de puzzle una vez
que se han unido, desaparecen como tales para convertirse en otra nueva, con
identidad propia. Esto si lo extrapolamos al proceso en el que el individuo,
inevitablemente desaparece como tal al
sumergirse necesariamente en la convivencia familiar, laboral o vecinal, tiene
el sello poético del escritor que se lo ha currado. Bellísimo.
El resto, tan inagotable como inaprensible, y autoeliminable
en la memoria del lector tras el paso de pagina, se limita a condensar la
prensa francesa de los últimos cien años, con predilección por las páginas de
sociedad, sucesos, y algún toque deportivo, aliñados por una descripción exhaustiva
de cualquier figura o personaje que aparezca reflejada en la imagen de una
pintura, grabado, o esmalte de la caja de las galletas. Todo vale.
Una vez que lo has leído – y digo lo, a él, porque no es una
novela- te das cuenta de todo lo que atesoran esos museos a los que no te gusta
entrar sin saber muy bien por qué. Museos de la decoración, de los utensilios domésticos,
del mueble, de la moda, de los oficios , o de las palabras perdidas. Todos
ellos y sus catálogos , exquisitamente reunidos en capítulos clónicos y tan
subyugantes como pueda serlo el contenido de los cajones del chifonier de la tía
Eduvigis (para sus afortunados sobrinos). El resto, un servidor, termina
abrumado entre tanto bibelot, animado o no, y entre tanto libro iluminado – creo
que es algo como miniado- de los que aparecen en la lista.
Ciertamente que se aprenden un montón, centenar mas o menos,
de palabras, que supongo ya eran
innecesarias y por ello difuntas, antes de ser reunidas en esta enciclopedia.
Pero donde esté un buen diccionario… Incluso los programas televisivos tipo Quiz
Show (El Dilema, Robert Redford, 1994), o Saber y Ganar, entre nosotros, pueden
ser mas formativos en este aspecto, e indudablemente mucho mas divertidos.
Vuelvo a lamentarme del error repetido por enésima vez, de leer la contraportada de los libros de aparente
prestigio, literatura alternativa, rara, o simplemente foránea, con le
ingenuidad de pensar que cualquiera de esos adjetivos sean sinónimos de
calidad, cuando tan solo lo son de identidad y, en todo caso relativa. Pero es
la lectura de la tapa posterior, y la fe en los autores consagrados que firman
opiniones lapidarias, condensadas en un par de líneas, las que suelen conducirme
hacia el impulso pecaminoso una y otra vez, caer en la tentación y, volver a realizar
el actor de dolorosísima contracción verdadera que estáis contemplando.
Y es que es otro de los misterios de la vida para los que no
encuentro explicación alguna. El como se pueden rellenar centenares, miles de páginas
y cuando uno las revisa con
detenimiento, comprueba que están vacías. Todas, absolutamente vacías.
Pobres arbolitos míos.
Hoy en el cast: Camús, Patricia, Faulkner, y hasta Peter Sellers, un tanto resfriado.
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