miércoles, 8 de agosto de 2012

HAMBRE Y SED DE VERBENA.-


La música y el verano.

 

La necesidad cíclica de contemplar el crepúsculo mientras el oído se evade  con el ritmo de la orquesta, banda o combo, grupo o conjunto. Incluso con la contemplación de un señor bajito y calvo que cambiaba discos en medio del jardín de un museo, siendo al parecer el  afamado DJ (otra marca de whisky, supongo) del lugar. Por cierto que puso varios temas, cortes, canciones, o coplas de mis discos de toda la vida. Por ejemplo la versión del  Paint it black de los Rolling, por Gabor Szabo, del jazz que abriría el clasicismo de Wes Montgomery a los poperos. Y que conste que ya estaban Clapton, Hendrix e incluso Carlos Santana (que grabó algún tema de Szabo) meciéndonos con sus seis cuerdas.
 Pero nunca es lo mismo una Fender que una Gibson, y ahí está Szabo para el que quiera comprobarlo.
La verdad  es que el calvito, y los jurdeles que sin duda cobraría por el rato que estuvo cambiando los discos de la funda al plato y viceversa, me dieron esperanzas. Puedo hacerlo tan bien como él si me dejan, incluso puedo balancearme también  un poquito entre gin-tonics, y además lo haría tras las bambalinas que es donde deben estar los pinchadiscos, pienso yo, y no monopolizando un escenario que debería ser para otra cosa.

La cosa, es decir la sesión estival de conciertos noctámbulos, comenzó algo antes, concretamente con Pájaro en la presentación de su último disco (¡Ah! Pero ¿Es que se ha comprado otro?, era el chiste desmitificador habitual en los estertores del pop, que por cierto nunca muere, sigue agonizando estupendamente). Magnifico el descubrir que Silvio tiene apóstoles, predicadores de su mensaje veinte y treinta años después, y que siguen recitando sus versos con sus mismos arreglos. Por supuesto que los creyentes cantábamos los salmos, uno tras otro, con el placer de la comunión entre los elegidos. Ya resulta extraordinario que uno acierte en la elección de sus ídolos malditos, y que comparta sus rarezas con un millón o dos de correligionarios. Puro ego y puro placer el escuchar a un tío tan feo cantando tan guapamente su ”Per qué”.

Ha habido intermedio sinfónico, como es de rigor, sin necesidad de acudir a Salzburgo que este año ha estado bastante flojito según los puristas de la copla, ni a Bayreuth, que nosotros pronunciamos igualito que se lee para simular que tenemos mundo, mientras que nuestro extranjero se ha limitado, y gracias al cielo por la gracia recibida, al Largo de Sao Carlos, en sus jueves al aire libre y a  la Orchestra Chinesa de Macau que , chinezas aparte, me hicieron ver que la música sinfónica no entiende solo de instrumentos tradicionales occidentales ni de las dos docenas de autores del olimpo de siempre,  violines chinos de dos cuerdas, y mástil largo, erhu,  parientes de los rabeles, o las  tiorbas de bolsillo, y las cornetas que parecen vuvucelas pero suenan como chirimías, sin ignorar, imposible, los encargados de la percusión que abarca desde el batir de las alas de la alondra hasta el estampido del rayo de 60.000 voltios, en el momento que la luz se hace sincrónica con el sonido, es decir cuando te ha caído encima.
Elegancia, ascetismo y magisterio en unos intérpretes orientales que nos vuelven a recordar las deficiencias propias, mal asunto y bella estampa la suya.  Incluso se permitieron unos arreglos sublimes, que me hubiese gustado atrapar, sobre un género que te obliga a bailar, soñar y a veces llorar, “Olhos negros” el bolero al que los portugueses  llaman fado, por aquello del nacionalismo y la saudade. 

Verano cumple con sus deberes, va cumpliendo de momento, como el gran señor que siempre ha sido.




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