Lecturas veraniegas- 4.
Los raros es lo que tienen.
Los raros es lo que tienen.
Aquí, vamos entrando en materia. Confieso que es el primer
libro que leo del sudafricano, de un sudafricano. Y a pesar de no encontrar boers
ni referencias mandelares, es difícil sustraerse al fondo de la acuarela, a las
pinceladas que, los que aprendimos a leer mediante obras de teatro, nos
resultan tan familiares, Aparecían entre paréntesis, a veces en negrita, antes de
cada acto. (Sala de estar de una familia acomodada, chaise longue de cara al espectador, ocupando
el centro del escenario, entre la librería, de escalera móvil, y la chimenea).
La escenografía que pinta el autor es bien diferente, árido
y alejado suburbio rural, si ello fuese posible, en el que somos testigos de
la transformación melancólíca de los
últimos colonos blancos, iniciada ya en los tiempos de esplendor económico y
social basado en el poder omnímodo de unos cuantos invasores sobre un país
salvaje e indefenso.
Esa melancolía que va dejando paso al descubrimiento de la
debilidad del antiguo colono en un medio absolutamente hostil. Y por tanto la
incapacidad de aceptar el esfuerzo prodigioso que supone la transformación del
confortable colono en el luchador por la supervivencia frente a un enemigo que
ni siquiera es el descendiente directo del indígena primitivo, sino la degeneración,
o adaptación al medio, como perros asilvestrados
, de los inadaptados que antaño encontraron el confort suficiente para vivir en
la marginalidad y que hace tiempo cruzaron la barrera, esa que no admite la
vuelta atrás, del respeto a normas, leyes o convenciones que vayan mas allá de
sus instintos mas primitivos.
Pero ese es el paisaje, solamente. El lienzo pintado que han
deslizado en el entreacto entre las otras bambalinas, y que, en cierto modo, igual que
el lector adivina, mas que recrearse en, su presencia, puede servir para
escenas similares de historias superponibles a las de tantos otros personajes
idénticos prácticamente en cualquier país del globo. Quizás la época, la suya
que es la nuestra, sea la única que no pueda extrapolarse a otras pretéritas,
al menos la de ese pasado vivido y conocido que nos ha tocado en suerte.
Una vez superados los dos primeros capítulos,
imprescindibles para presentar al sujeto, y que por momentos asemejaban la trampa editorial de caca culo pedo pis, habitual en nuestras librerías,
comienzo a darme cuenta de que estoy en una de esas situaciones de trascendente
humanidad en las que nos colocan Haneke, o los hermanos Dardenne, en las que nos
hacen ver las tremendas fisuras que presenta la sociedad en que nos
encontramos, y que ante el desliz mas insignificante nos hacen caer al abismo
inimaginable que subyace bajo el asfalto, bajo las aceras de nuestras ciudades.
Nos hace ver el espejismo en que hemos vivido los últimos
años y las consecuencias del despertar. La adaptación a la realidad de la
ensoñación nocturna, algo imposible. Si bien cuando los sueños se mantienen
como habito vital durante toda una vida, el abrir los ojos solo puede tener la
expectativa que apunta el autor, la desgracia.
La bonanza económica del mundo occidental , y sus aledaños, transformada en cierto grado de confort que
hace innecesaria la preocupación, primero inmediata y luego absoluta por las
necesidades básicas del animal humano,
alimentarse, reproducirse, y sobre todo la de trabajar de manera productiva,
obteniendo un beneficio por su esfuerzo que, a la larga le permitirá prevenir
dificultades futuras que pongan en peligro su supervivencia. El beneficio
colectivo de ese trabajo es secundario, comparado con los instintos primarios
individuales, pero de alguna manera es el que ha ido conformando a lo largo de
miles de años, la humanidad que conocemos.
Cuando en esta sociedad nuestra, los excedentes permiten
ignorar esas premisas fundamentales, esa necesidad de procurarse la
alimentación propia y la de la familia, y la de trabajar para conseguirlo, así
como la de aceptar los errores como necesarios para el aprendizaje y no como
modus vivendi ; entonces resulta fácil
vivir en la nube, "Get Off of my cloud" de los Rolling, y no querer bajar de ella.
Claro que ni el individuo, ni la sociedad pueden tener siempre dieciocho años,
y cantidades ilimitadas de cáñamo, o similares, para vivir autoexcluidos del
mundo real.
Algo así, pero bastante mas estilizado, casi imperceptible
en el desarrollo de la trama ficticia, que no lo es, es lo que viene a contar
Coetze. Ese contraste absurdo entre la
marginalidad autoasumida por los hijos de la sociedad mas rica de la historia
conocida y la bendición social de esa actitud. Casi me atrevería a extrapolarlo
con los participantes en esas ONGs que ignoran la solidaridad con su entorno mas cercano, y lo que es peor,
bendecidos y financiados por ese estúpido entorno, dedican erróneamente su trabajo,
en base a un concepto socialmente inaceptable como es el de la
generosidad, a intentar convertir los perros asilvestrados
en canes domésticos, por ejemplo.
Serán devorados sin
duda, su fragilidad será puesta de manifiesto de la manera mas cruel, y gran parte de la responsabilidad será de la
sociedad que los ha tolerado, auspiciado, y hasta santificado. Un amargo
despertar para los que lleguen a ver la luz después de la batalla. La mayoría
se irán al otro mundo sin haber bajado de la nube.
Ya, ya sé que la novela, o más bien cuento corto, por su
extensión ínfima comparada con el de mis lecturas veraniegas, poco o nada tiene
que ver con lo que estoy escribiendo. Pero es la consecuencia de haberla leído,
el hecho de pensar, reflexionar sobre la condición humana, las trampas en las
que acabamos atrapados, y lo que es mas terrible, el como hemos entrado en
ellas a sabiendas de lo que nos esperaba.
Mira que somos
generosos o egoístas, inteligentes o necios, bondadosos o malvados, pero sobre todo, mira
que somos raros. Y si los raros han
gozado de todo el glamour disponible en la alacena en épocas de vacas gordas,
también es cierto que son los primeros en arder, en ser quemados, en los
tiempos oscuros.
Me ha hecho pensar, ya os digo, y es lo menos que se le
puede pedir a un escritor. Supongo que
tendré que leer otras cosas suyas.
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