domingo, 16 de septiembre de 2012

PIEDRA, PAPEL Y TIJERA.-

LECTURAS VERANIEGAS (7) .- (CAPOTE).




Piedra, papel o tijera es un juego infantil conocido también como cachipún, jankenpón, yan ken po, chis bun papas, hakembó, chin-chan-pu o kokepon. Es un juego de manos en el cual existen tres elementos. La piedra que vence a la tijera rompiéndola; la tijera que vencen al papel cortándolo; y el papel que vence a la piedra envolviéndola. (Wikipedia)
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-Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen.
-Ley Orgánica 15/1999 de 13 de diciembre de Protección de Datos de Carácter Personal, (LOPD), garantizar y proteger, en lo que concierne al tratamiento de los datos personales, las libertades públicas y los derechos fundamentales de las personas físicas, y especialmente de su honor, intimidad y privacidad personal y familiar.
-Directiva Europea 95/46 CE de 24 de octubre del Parlamento Europeo y Consejo relativa a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de datos personales.
-Constitución española de 1978: En el artículo 18.4 se dispone:
"La Ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos"
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Nunca, en mi vida, he jugado al juegecito en cuestión. Y bien que lo siento, porque ciertos juegos, al menos los inofensivos como ese, siempre son educativos y supongo predisponen al futuro adulto a una actitud más festiva y deportiva, incluso ante las calamidades. Lástima.
Aunque supongo que nunca hubiese aceptado, de buen grado, es decir, sin rechistar, una de sus premisas, concretamente la que hace referencia a que el papel vence a la piedra envolviéndola.
Se necesita estar muy necesitado de que a uno lo dejen jugar, para aceptar una regla tan disparatada. Aunque a los millones de jugadores, felices ellos, les parezca lo más normal del mundo.
La piedra es la piedra - lapidatio por ejemplo- y el papel solo tiene supremacía frente a ella para los que creen en él con los ojos cerrados y, obviamente, para los que se benefician de estos creyentes.

Veamos:
 Tenemos leyes orgánicas, directivas europeas, artículos constitucionales, decretos, etc., que abundan en el mismo sentido, el de la protección al honor, la intimidad y la privacidad personal. (Papeles).
 Y a la vez, encontramos publicaciones, más o menos literarias, con recopilaciones de cartas escritas por tal o cual señor. Generalmente el señor suele estar muerto en la fecha de la publicación, es decir indefenso, más indefenso si cabe ante la piedra - envuelta por el papel- que hace trizas todos los presuntos derechos a la intimidad, honor, etc.
Cartas que fueron escritas para ser leídas exclusivamente por sus destinatarios y que, lógicamente, desnudan a quien las escribe hasta el límite de desnudez que este consideraba adecuado para sus presuntos receptores, y para nadie más.

De cómo estos queridos, estimados, apreciados, o como fuese, en que la primera palabra se anteponía a sus nombres, han guardado esas cartas, permitiendo que ese legado que, obviamente terminaba en ellos y en aquel instante -y solo entonces-  han consentido que sus herederos y otros buitres varios, las coleccionen de manera exhaustiva y las publiquen urbi et orbe, dejando al descubierto historias y sentimientos cuya manifestación publica rompe el fundamento moral básico del respeto ajeno, sin considerar la infracción de las leyes citadas (papeles) al respecto, es algo que se me escapa, como tantas otras cosas.
El que lo hagan, los beneficiarios, con total impunidad, no se me escapa en absoluto. Algo consuetudinario.

Y si, he tenido que leer las cartas de Capote, supongo que solo algunas de ellas, las que estaban en manos de indeseables dispuestos a venderlas, o la de los cándidos que los legaron a ciertas instituciones para las que ciertas palabras escritas con mayúscula como Historia y Cultura lo justifican todo, o casi.
Resulta inevitable, y hasta espectacular, sumergirse en esa época en la que los medios de comunicación y las actividades culturales, incluso las políticas, y otras de índole diversa llegaban a confundirse. Y hacerlo a través de un elemento como este chico malo al que tan difícil resulta buscar un adjetivo a medida sin caer en banalidades tan merecidas como el de crápula, es una  manera fácil y divertida de sumergirse en los años cincuenta y sesenta saltando de uno a otro de los medios de entretenimiento que el imperio americano regalaba a la humanidad global. Cine (guiones), teatro, cuentos (la panacea de las revistas literaria, alimento de la progresía e intelectualidad de postguerra), fotografía (Cecil Beaton como destinatario habitual de estas cartas), pintura, poesía (poca, no se llevaba entonces, tampoco), y sobre todo la crónica mundana de la jet económica y política, cuya degeneración personal retrata Capote, y  no solo en estas cartas, con el color que tanto disgustaría, supongo, a sus destinatarios. Color poco favorable, la verdad.

Pero las misivas recogidas en el tocho, aparte de tener nulo interés literario o histórico en su mayoría, dejan desnuda la piel del camaleón de Capote, expuesto a que cualquiera que las lea, realice un impúdico juicio sobre la intimidad, la parte expuesta de ella, de quién dedicó media vida, o tres cuartos, si hemos de creer lo que escribe, a redactar en Palamós, una historia tan macabra como la reseñada en su sobrevalorada “A sangre fría”, hasta el extremo de remar con todas sus fuerzas para que la parte final de los hechos , trágicos y crueles a más no poder, se adaptasen minuciosamente, al guión que previamente había escrito, y vendido.
Resulta espeluznante comprobar como una mente tan brillante –algo indudable- pudo estar enfangada durante años en una tarea semejante. Ese retrato, indirecto, se convierte en un autorretrato perfecto de un individuo que, como todos, tiene, debería tener derecho, a que esa parte de su privacidad, incluso después de fallecer, jamás fuese hecha pública.

Y volvemos al principio, al estado o estados de derecho, de ausencia de ellos. De cómo el papel envuelve la piedra y, al parecer, la vence.
Algunos seguimos sin creerlo, y lo que es peor, sin querer jugar a este juego tan absurdo, por infame.
Las próximas cartas que voy a leer serán de ficción, o no serán cartas. (Aunque habla el Capote tan bien de las de Wilde, que...).
 


Si, somos humanos, curiosos y pérfidos, ya lo se. Pero no hablo del individuo, y menos en primera persona - angelito mío-, hablo de la sociedad, de la que hace leyes y las usa para envolver piedras, y consentir cantazos impunes. De eso hablo.

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