martes, 23 de octubre de 2012

ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVIA A MANDERLEY.-



“Anoche soñé que volvía a Manderley, me encontraba ante la verja pero no podía entrar, porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseído de un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí.”

Anoche soñé que volvía a Salambó.-

Dos veces, dos, me despertaron ellos. A las tres y a las cinco. El ruido del infierno sobre mi cabeza. El de un infierno invisible, como el otro, solo que real.
Las oleadas de aviones, B-52 supongo, que vuelven a surcar la ruta entre la Nueva Roma, el imperio, y ese enorme reservorio de arena y petróleo al que llamamos oriente medio.
Esta sensación ya la experimenté hace una semana y no le di más importancia que la de aquellas repetidas en los sueños que tanto gusta escuchar a los psiquiatras. Aunque evocaba el presagio de otras similares, y de la terrible experiencia de la primera guerra del golfo (1), hace ya ventidos años, en la que uno de estos aparatos tuvo la gentileza de sobrevolar mi ciudad a una distancia tan corta que pudimos ver las luces de la cabina que presumiblemente facilitaban a la tripulación el contemplar como las tejas y los cristales tiritaban en medio de la noche y convertían las  pesadillas del sueño en otra totalmente diferente. 

Desconozco, y además no me importa, si fue un antojo de algún comandante que intentaba rememorar la apacible jornada de su excursión desde Morón o Rota  hasta nuestra sierra; o simplemente fue el fruto de alguna apuesta, o quizás únicamente motivo de distracción para unos tripulantes aburridos en un vuelo algo más que transoceánico, en el que hasta el repostaje lo hacen en el aire.
En todo caso, el despertar bajo semejante maquina de exterminio fue una experiencia difícil de olvidar. Y es que, obviamente, te sitúas en la piel de aquellos a los que va realmente dirigida la carga, aquellos cuyo despertar y sobresalto no va a desaparecer en treinta o sesenta segundos como aquí fue, aquellos para los que la palabra infierno tiene un sentido diferente del figurado. En fin, esta pesadilla continúa. Al parecer, vuelve otra vez.
Ayer, en medio de la noche llegué a sospechar que era solo la paranoia del que no cesa de recibir noticias ominosas y deprimentes y ya no distingue lo más probable, que el ruido sea producido por los compresores centralizados del aire acondicionado, y no haga otra cosa que mezclar los sueños con la realidad. Pero la mente no descansa y, en segundos me convence de que la temperatura exterior de 11 grados, anoche, hace poco probable la puesta en marcha de la refrigeración, y que si, que son ellos otra vez.

 

Tampoco se, aunque sospecho, quienes son los malos esta vez, los poseedores de armas secretas, prohibidas según para quien, y de destrucción masiva, dispuestos a terminar con la humanidad todas las veces que sea necesario y que, por tanto, bien merecida tienen la vacuna. (Acabo de ponerme, esta mañana la de la gripe y, espero que los virus estén pacificados otro año más. Aunque pensando que ahora lo de viral significa otra cosa, no se si hago bien vacunándome o será mejor  plantear medidas mas estupefacientes. No se).

Otras reflexiones se retuercen dentro de mi cabeza, intentando escapar. Que si los imperios fetén son los militares y no los económicos. Que nos distraemos con una Europa que no medra en su desarrollo y los expertos dudan entre la poda o el injerto para hacerla viable. Que si la China es el futuro (para los chinos, seguro).
Que quién sigue mandando es el señor de la guerra, y que la primera vez que nuestro anterior jefe del estado apareció en público con chaqueta civil y corbata, sin sus habituales ropas talares, fue para recibir al emperador y ofrecerle terrenos, sin urbanizar por supuesto, para que ubicase bases aéreas, marítimas y hasta de onda corta para convencer al mundo que se escondía tras el telón de acero, de lo equivocados que estaban.
Reflexiones que continúan aceptando, cincuenta años después, quizás sesenta, que su sucesor, y heredero, haya ampliado la oferta con nuevas bases de misiles (anti-misiles, al parecer nos vacunan contra los malos) por otras decenas de años.
Y mi reflexión lo acepta con la naturalidad de lo inevitable, y quizás correcto, la asunción de que hay un país lo suficientemente poderoso para que no tengamos que perder el tiempo en dimes y diretes.
Y ello ha sido así desde…

Vuelvo a rememorar guerras lejanas, las de Cartago, las púnicas, en un terreno africano tan parecido a este oriente de Lawrence y de los políticos ingleses, que la hicieron parda, al repartir la arena sin pensar lo que escondía debajo. Eso que llaman geopolítica, a la que intermitentemente vuelve a prender fuego la intolerancia religiosa en este caso, cuando no la nacionalista, la tribal que se esconde agazapada esperando su oportunidad para enarbolar espadas y banderas.
Que poco, o nada, hemos evolucionado desde la época que retrata Flaubert en Salambó. En ese tratado de historia, tan alejado del subgénero de supermercado llamado novela histórica, y que tan extraordinariamente relata el horror de una guerra de hace veintidós siglos. Y lo hace con tal precisión en los detalles, con tal pulcritud en su descripción que todavía hoy es considerado como un documento imprescindible para historiadores o sociólogos interesados en como un país puede aniquilar a otro por muy alejado que esté.
Pienso que seguimos con las guerras púnicas a nivel imperial, y con las carlistas a nivel local. Ya escucho a algunos calentando al personal.


Menos mal que nos quedan el futbol y otras distracciones masivas, como el cine malo, o la literatura peor, que pueden seguir confundiendo a Salambó, personaje tan ficticio como secundario en la novela, a la vez que mito erótico para los espectadores, no para los lectores, con la inmersión que nos ofrece Flaubert en el infierno ese que, ayer, volvían a sugerirme los magníficos aeroplanos que, cual elefantes (2) de Aníbal, demostrarán otra vez quien manda aquí, en este valle de lágrimas.

Comprenderéis que yo prefiera lo de Manderley, pero la realidad es obstinada. Mucho.



(1).- Lo de la guerra del golfo, para un iluso como yo, no dejaba de ser sorprendente. Pensar que todo el mundo podía llamar golfo al jefe del estado más poderoso de la tierra, y hacerlo con la mayor naturalidad. Mientras que otras naciones cuyos jefes de estado merecían propiamente ese adjetivo, se abstenían de hacerlo. Para mi algo incomprensible.


(2).- Los elefantes de Aníbal, los B-52 (3) de la época, terminaron mal, como todas las armas secretas y exclusivas. Ello quedó perfectamente explicado en Salambó que, aviso, es para lectores exigentes.



(3).- Los B-52 son, en realidad, un grupo pop-rock de lo más divertido. Algo en la línea de Los Ramones, solo que aptos para tímpanos con el suficiente deterioro, como los míos, que necesitan ritmos digeribles.






Cuantas veces lamento el haberme salido del cine, de una interminable sesión continua, y el haber desenchufado los auriculares de la música benefactora, para aparecer otra vez en este mundo inmisericorde. Cuantas veces.
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