“Anoche
soñé que volvía a Manderley, me encontraba ante la verja pero no podía entrar,
porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí
poseído de un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se
alzaba ante mí.”
Anoche
soñé que volvía a Salambó.-
Dos
veces, dos, me despertaron ellos. A las tres y a las cinco. El ruido del
infierno sobre mi cabeza. El de un infierno invisible, como el otro, solo que
real.
Las
oleadas de aviones, B-52 supongo, que vuelven a surcar la ruta entre la Nueva
Roma, el imperio, y ese enorme reservorio de arena y petróleo al que llamamos
oriente medio.
Esta
sensación ya la experimenté hace una semana y no le di más importancia que la de aquellas repetidas en los sueños que tanto gusta escuchar a los psiquiatras. Aunque evocaba el presagio de
otras similares, y de la terrible experiencia de la primera guerra del golfo
(1), hace ya ventidos años, en la que uno de estos aparatos tuvo la gentileza
de sobrevolar mi ciudad a una distancia tan corta que pudimos ver las luces de
la cabina que presumiblemente facilitaban a la tripulación el contemplar como
las tejas y los cristales tiritaban en medio de la noche y convertían las pesadillas del sueño en otra totalmente
diferente.
Desconozco,
y además no me importa, si fue un antojo de algún comandante que intentaba rememorar
la apacible jornada de su excursión desde Morón o Rota hasta nuestra sierra; o simplemente fue el
fruto de alguna apuesta, o quizás únicamente motivo de distracción para unos tripulantes
aburridos en un vuelo algo más que transoceánico, en el que hasta el repostaje
lo hacen en el aire.
En todo caso, el despertar bajo semejante
maquina de exterminio fue una experiencia difícil de olvidar. Y es que,
obviamente, te sitúas en la piel de aquellos a los que va realmente dirigida la
carga, aquellos cuyo despertar y sobresalto no va a desaparecer en treinta o
sesenta segundos como aquí fue, aquellos para los que la palabra infierno tiene
un sentido diferente del figurado. En fin, esta pesadilla continúa. Al parecer,
vuelve otra vez.
Ayer,
en medio de la noche llegué a sospechar que era solo la paranoia del que no
cesa de recibir noticias ominosas y deprimentes y ya no distingue lo más
probable, que el ruido sea producido por los compresores centralizados del aire
acondicionado, y no haga otra cosa que mezclar los sueños con la realidad. Pero
la mente no descansa y, en segundos me convence de que la temperatura exterior
de 11 grados, anoche, hace poco probable la puesta en marcha de la
refrigeración, y que si, que son ellos otra vez.
Tampoco
se, aunque sospecho, quienes son los malos esta vez, los poseedores de armas
secretas, prohibidas según para quien, y de destrucción masiva, dispuestos a
terminar con la humanidad todas las veces que sea necesario y que, por tanto,
bien merecida tienen la vacuna. (Acabo de ponerme, esta mañana la de la gripe
y, espero que los virus estén pacificados otro año más. Aunque pensando que
ahora lo de viral significa otra cosa, no se si hago bien vacunándome o será
mejor plantear medidas mas
estupefacientes. No se).
Otras
reflexiones se retuercen dentro de mi cabeza, intentando escapar. Que si los
imperios fetén son los militares y no los económicos. Que nos distraemos con
una Europa que no medra en su desarrollo y los expertos dudan entre la poda o
el injerto para hacerla viable. Que si la China es el futuro (para los chinos,
seguro).
Que
quién sigue mandando es el señor de la guerra, y que la primera vez que nuestro
anterior jefe del estado apareció en público con chaqueta civil y corbata, sin
sus habituales ropas talares, fue para recibir al emperador y ofrecerle
terrenos, sin urbanizar por supuesto, para que ubicase bases aéreas, marítimas
y hasta de onda corta para convencer al mundo que se escondía tras el telón de
acero, de lo equivocados que estaban.
Reflexiones
que continúan aceptando, cincuenta años después, quizás sesenta, que su
sucesor, y heredero, haya ampliado la oferta con nuevas bases de misiles
(anti-misiles, al parecer nos vacunan contra los malos) por otras decenas de
años.
Y
mi reflexión lo acepta con la naturalidad de lo inevitable, y quizás correcto,
la asunción de que hay un país lo suficientemente poderoso para que no tengamos
que perder el tiempo en dimes y diretes.
Y
ello ha sido así desde…
Vuelvo
a rememorar guerras lejanas, las de Cartago, las púnicas, en un terreno africano tan parecido
a este oriente de Lawrence y de los políticos ingleses, que la hicieron parda,
al repartir la arena sin pensar lo que escondía debajo. Eso que llaman
geopolítica, a la que intermitentemente vuelve a prender fuego la intolerancia
religiosa en este caso, cuando no la nacionalista, la tribal que se esconde
agazapada esperando su oportunidad para enarbolar espadas y banderas.
Que
poco, o nada, hemos evolucionado desde la época que retrata Flaubert en Salambó.
En ese tratado de historia, tan alejado del subgénero de supermercado
llamado novela histórica, y que tan extraordinariamente relata el horror de una
guerra de hace veintidós siglos. Y lo hace con tal precisión en los detalles,
con tal pulcritud en su descripción que todavía hoy es considerado como un
documento imprescindible para historiadores o sociólogos interesados en como un
país puede aniquilar a otro por muy alejado que esté.
Pienso
que seguimos con las guerras púnicas a nivel imperial, y con las carlistas a
nivel local. Ya escucho a algunos calentando al personal.
Menos
mal que nos quedan el futbol y otras distracciones masivas, como el cine malo, o
la literatura peor, que pueden seguir confundiendo a Salambó, personaje tan
ficticio como secundario en la novela, a la vez que mito erótico para los espectadores, no para los lectores, con la
inmersión que nos ofrece Flaubert en el infierno ese que, ayer, volvían a
sugerirme los magníficos aeroplanos que, cual elefantes (2) de Aníbal,
demostrarán otra vez quien manda aquí, en este valle de lágrimas.
Comprenderéis
que yo prefiera lo de Manderley, pero la realidad es obstinada. Mucho.
(1).-
Lo de la guerra del golfo, para un iluso como yo, no dejaba de ser
sorprendente. Pensar que todo el mundo podía llamar golfo al jefe del estado
más poderoso de la tierra, y hacerlo con la mayor naturalidad. Mientras que
otras naciones cuyos jefes de estado merecían propiamente ese adjetivo, se abstenían
de hacerlo. Para mi algo incomprensible.
(2).-
Los elefantes de Aníbal, los B-52 (3) de la época, terminaron mal, como todas
las armas secretas y exclusivas. Ello quedó perfectamente explicado en Salambó
que, aviso, es para lectores exigentes.
(3).-
Los B-52 son, en realidad, un grupo pop-rock de lo más divertido. Algo en la línea
de Los Ramones, solo que aptos para tímpanos con el suficiente deterioro, como
los míos, que necesitan ritmos digeribles.
Cuantas
veces lamento el haberme salido del cine, de una interminable sesión continua,
y el haber desenchufado los auriculares de la música benefactora, para aparecer
otra vez en este mundo inmisericorde. Cuantas veces.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.