Entre el blanco y el negro existe una gama infinita de
grises. Limitarnos a elegir solo un extremo implica renunciar al resto de la
gama, y conduce a la ceguera. Probadlo.
( con cautela).
Esta situación, la de tomar un partido excluyente sobre los
demás, puede tener cierta validez, más o menos divertida, en el terreno
deportivo, al que según ciertos sociólogos dedicamos el 90% de nuestra
actividad cerebral.
Pero esta actitud bipolar creó tendencia en nuestro medio,
(Lo de crear tendencia es una memez, lo de aplicar el adjetivo viral
gratuitamente, ya se sale de la gráfica) y cobró inusitada virulencia, desde
tiempos inmemoriales, en que nuestros ancestros decidieron elegir entre estar a
favor o en contra de… cualquiera; y
desde entonces se bailan los fandangos de Santiponce; con lo bonitos que son los de la blanca
palidez de Procol Harum (We skipped the light fandango) por un suponer,
demostrando que hay otros también, que el mundo no se acaba en el santiponce
particular de cada uno.
Aquí nos resulta más fácil elegir un color llamativo, condicionados
por una parte minúscula de uno de nuestros hemisferios cerebrales (el resto tiene otro dueño, el
futbol) y despreciar estúpidamente las otras circunvoluciones, contralaterales y rellenitas de neuronas
deseando expresar sus ideas, trabajar en
su futuro, para no dejarlo en manos ajenas.
Sobre su predominio, el del monotema, en el terreno de la
política ficción que nos asuela, no voy a insistir. Uno de dos y ya está, y
solo hay que participar, sin coste alguno – esto es muy importante, gratis-
cada cuatro años en el juego que han organizado otros y luego esperar los noventa minutos de rigor para saber si ha
ganado nuestro equipo. Ese es todo nuestro esfuerzo, toda nuestra entrega
democrática. Y sobre la responsabilidad que nos atañe respecto a las consecuencias
del encuentro deportivo, o sobre la
idoneidad de semejante liga, no queremos saber nada. En todo caso el culpable
es siempre el equipo rival. Denuestos y lapidatio si las cosas se tuercen en
demasía.
Resulta tremendamente asertiva la extensión de esta
pantomima a la madre del cordero. Ahora que comienzo a escuchar voces –tímidas-
respecto a si monarquía o república, si churras o merinas, si aquello fue o
esto dejó de ser. Y vuelvo a sufrir pesadillas en las que tengo que elegir
forzosamente entre tinto y blanco, como si no existiesen otras bebidas
saludables y divertidas.
A mí se me ocurren siempre otras posibilidades, reales, y
cercanas, y no entiendo como los parroquianos del bar, o los tertulianos de la
barbería – qué tiempos- no la mientan en sus quinielas. De los súbditos mejor
no hablo, felices ellos.
Hay una tercera vía, entre una cosa y la otra, bastante
cercana y sentida, estuvo cuarenta años entre nosotros, y no es por tanto
ningún sistema extraño para nuestras condiciones gestoras de la cosa nacional.
Claro que tiene mala prensa, indudablemente, y que la ha soportado
a lo largo de las diversas ocasiones en que ha sido nuestro único contrato
social, y que también así ha resultado la
proyección de su imagen, cuando ha polarizado a países más poderosos que el
nuestro, demostrando su trágica condición, siempre y curiosamente, al perder la
guerra que termina con ella, y nunca antes, cuando gozó de una prensa mejor que
excelente.
Hablar de ciclos de libertad y represión, de carta magna o
de principios fundamentales, no tiene mucho sentido, y menos cuando el titular
de los unos es quien nombra al sucesor, el de la otra.
Pero la masa se agita, se caldea, y la turba se prepara, de
momento para el numerito de la detención en el huerto –en Sevilla ya están
templando tambores y cornetas- y después
solo queda esperar la tontería aquella de la levadura, de la masa crítica, y de
la violencia que todos llevamos dentro para iniciar otra kermesse.
O bien me equivoco y dimite media docena, encarcelan a
docena y media, y milagrosamente la economía da un vuelco para hacernos olvidar
la más antidemocrática de las situaciones, la del desempleo y el
empobrecimiento acelerado de todo un país, o mal...
Todo es posible. De momento he observado el nacimiento de
esta criaturita, aparentemente inofensiva, solo es un bebé todavía, y me pregunto si así ha comenzado otro ciclo
similar a los de antes, y si estos
son realmente los brotes verdes, tan
alejados en apariencia de los rojos y los azules, y tan terriblemente dañinos
como ellos.
Corolario.- Entre monarquía y república existe la
posibilidad de la dictadura. ¿Lo habíais olvidado?.
P.D.- “Sublime decisión” es una obra de Miguel Mihura que se
hizo carne entre nosotros gracias a Fernán Gómez y Analía Gadé. Trata, en clave de humor, el valor de la mujer
a la hora de incorporarse al mundo laboral. Hoy el valor se le supone, pero no
es suficiente para lograrlo, y lo que es peor, ha dejado de tener gracia.
De todas formas, no es a esa indecisión a la que me estoy
refiriendo.
Abajo el enlace de Santiponce:
http://www.youtube.com/watch?v=Mb3iPP-tHdA
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