miércoles, 10 de abril de 2013

MUÑOZ MOLINA EN EL TEATRO KODAK.(Donde los Oscar).-



La de cal y la de arena.- 



Suponemos que ambas son necesarias, y que la argamasa necesita una proporción tan estricta de la mezcla, que excluye la posibilidad de que una de las partes aislada pueda tener la mínima utilidad. De ahí, supongo, el referirnos a la paletada de cal y a la de arena como algo cuya alternancia llena de sentido, o al menos hace soportable, nuestra vida.


La cultura maniqueista, base de nuestra educación, exige que la virtud y el pecado sean inmiscibles, que el bien y el mal estén separados por barreras infranqueables y que estemos obligados a etiquetar las personas, y sobre todo, las cosas, como buenas o malas. Y además, ello es conveniente para no someter la mente a esfuerzos perniciosos, más allá de la novela, el encuentro de futbol –lo de llamarlo partido deberían prohibirlo para no confundir al personal con el otro, el que detenta el poder- o la serie televisiva.


Por ello, seamos ortodoxos y dejemos de incordiar.
Además, Marifé ya lo dice bien claro: 

Torre de arena
que mi cariño supo labrar.
Torre de arena
donde mi vida quise encerrar.
Noche sin luna,
río sin agua, flor sin olor...
Todo es mentira, todo es quimera,
todo es delirio de mi dolor.

Torre de arena  (Marifé de Triana) (Próximamente en nuestras pantallas).

La arena es la mala, por si no os habíais dado cuenta.
Igualito que la etiqueta C.V.C. en los vinos de marca, aclarando que es el Conjunto (es decir los restos) de Varias Cosechas, cuyo año de producción no figura entre los agraciados por los expertos con el adjetivo de excelente, condenándolos, por tanto, al nivel más cercano al de la frasca o incluso  de la garrafa.
La cosecha cinematográfica de este año, pertenece desgraciadamente a esta categoría, C.V.C. o si lo preferís, a la paletada de arena.

 
Terminas de cumplir con tu afición, ante la remesa que te presentan los artistas y quedas con la sensación deprimente de haber perdido el tiempo, y el dinero, de la manera más lamentable.
Solo perdono el “Amour” de Haneke, y lo hago exclusivamente porque todavía no me he repuesto de la sorpresa, ante la filmación, con excelentes actores por medio, de la inevitable tragedia crepuscular que cierra el ciclo vital de uno de cada dos ciudadanos en la europa decadente y senil que nos ha tocado en el reparto. 
Con lo bonito que era el melodrama de antes, y lo saludable  que las lágrimas lavasen los conductos propios, en la oscuridad de la sala idem, y ahora lo que se lleva es esto, puñetazo en la boca del estómago (antes, plexo solar) y la constatación de tu indefensión ante la nueva putada con que nos obsequia el Haneke. 

Y conste que aunque la de la cinta blanca ya fue espeluznante, sobre todo considerando que si los niños son  tradicionalmente la esperanza de la humanidad, los presagios resultaban amargos,  no era comparable en intensidad a la previa paliza moral que nos asestó, al shock anímico que sufre el personaje – cualquiera de nosotros- en Caché. Nos vuelca encima las terribles consecuencias que pueden tener sobre el prójimo, la más pequeña de las innumerables estupideces que hemos hecho, inconscientemente a veces, a lo largo de nuestra vida. Tan terribles que hacen venial al pecado original, ese que tiene tanto predicamento.  Por eso, porque todavía guardo la desazón, recordaré Amour como lo único salvable de la cosecha anual, realmente de arena.

El resto de títulos no merece ni ser nombrado, no vaya a ser que alguno piense que porque se hable de ellas o porque tengan media docena de muñecos dorados, puedan ser consideradas películas que vayan más allá del cine televisivo propio de la tarde de los domingos. Telefilmes infames cuando las series no existían como tales. Con la particularidad de pertenecer, casi todas al subgénero de moda, el falso documental, que viene a ser al cine lo mismo que la novela histórica es a la novela. 
Nada de crear unos personajes con su correspondiente entorno, que es fatigoso para el que escribe y realmente duro para la mente del espectador, acostumbrada a disponer de las claves, cuantas más, cuanto más digerida esté la píldora que os danMary Poppins ya lo sabía - mejor.

Solo que, la oferta insiste en argumentos seudohistóricos, manipulados convenientemente al gusto de la corriente sociopolítica imperante, un cierto grado de progresismo, otro de salsa patriótica, que diluye los pasajes  inevitables de las víctimas inocentes (daños colaterales en el argot), y ale chicos, todos al cine, que el Reader digest ya no tiene apenas seguidores, y la tele está pensada en exclusiva para los partidos, sean los de futbol, sean los otros.
 
Total, que convierten en un absoluto desperdicio, que no traerá nada bueno, las costosísimas puestas en escena , los sofisticadísimos medios empleados – la vida de Pi si que me ha gustado, otra excepción que no rebate la norma general- y la docena de excelentes actores que todavía sobreviven en este circo.
 
Una salvedad debo hacer, un fragmento de mica brillante en el montón de arena, la belleza de la actriz a la que obsequiaron con el Oscar a la mejor - este año todos lo fueron, obsequios-  Irreconocible protagonista de “Huesos de invierno” y si el título os parece fuerte, probad a verla, “Winter bones” y me lo contáis. Aunque ahora, en la comedia romántica y musical, que pretende serlo, brille como algo con que Hollywood andaba racaneando en las últimas décadas,  las actrices guapas.
Y es que, además de la propaganda, del encumbramiento como sex simbol de alguna chica discretamente mona, o sencillamente hija de este o kuki de aquel, además del maquillaje y la promoción, es necesaria una cara realmente guapa, para hacernos soñar frente a la pantalla, que es a la postre a lo que hemos ido. Ojo a esta chica, de la que no os doy el nombre para que no me suceda lo de siempre, que me la levantan en cuanto me descuido.

 
 La de cal,  también sirve para intentar hacer desaparecer los cadáveres, y  sin embargo es la parte aglutinante de la mezcla, la que convierte a la escurridiza arena en soporte digno para la pizarra, para el ladrillo, o para el granito, permitiendo edificaciones duraderas y haciéndonos sentir que todavía hay cosas solidas, en las que podemos confiar.



La de cal ha venido este año gracias al texto escrito, a esa cosa indefinible a la que llamamos libro, y a la pluma, o más bien al teclado, de Muñoz Molina, el futuro nobel en lengua española, o al menos el futuro merecedor de semejante homenaje.
Una novela histórica – mentiré, intentando que la lean los que pierden el tiempo con ellas- ambientada en ese pasado tan reciente que no está escrito, como tampoco lo está el futuro inminente, y sin embargo no necesitamos acudir a adivino alguno “ prevoyants del avenir” para percibir su aroma pestilente.

Lo que antes era sólido,  un título, una oración difícil de digerir al quedar el sujeto ausente y sobre todo desnudo. Desconozco, aunque sospecho, a que se está refiriendo, hechos, personas o cosas, y cuál es el ropaje evanescente que visten ahora.
Gracias a disponer de mentes tan privilegiadas como las de José Antonio, y al fruto producido por  sus horas empleadas en la hemeroteca, las labores de escarda, aporcamiento, poda y fumigación de las crónicas del periodismo de los últimos treinta años en nuestro país, podemos disfrutar de semejante cosecha en momentos de auténtica sed de pensamiento, de moral en su acepción ética, y de sentido común, para descubrir disfrutando que alguien reflexiona como nosotros deberíamos hacerlo, y que además de hacerlo en modo superlativo, lo escribe para los que quieran aprender de nuestra propia ceguera durante estos años.
Y ya no se trata de que lo escriba con el brillo del que anda sobrado, o que intente poner en negro sobre blanco aquello que fue real o que dejó de serlo, según la mirada de cada observador, se trata realmente de un ensayo imprescindible del aquí y del ahora y de lo necesaria que resulta al memoria cuando todo a tu lado es silencio –ruido- , y olvido.
Me emociono leyendo, y releyendo como hemos podido estar tan ciegos, y como seguimos con la venda frente a los ojos en estos momentos de peligro.

Figuraos como estaré de beneficiado por su lectura, como será mi deuda con el autor, que he decidido comprar el ensayo, después de haber podido leerlo gracias al préstamo de esta nuestra biblioteca alejandrina que es internet, y aparte de recomendarlo fervorosamente, cosa que hago en estos momentos, considerar que a veces, el disparatado precio que hay que pagar por los libros, es solo la minúscula propina que dejamos en la mesa después de una excelente comida, de esas en las que todo ha estado tan perfecto que el  importe de la cuenta  resulta insignificante en relación con lo que hemos recibido. Y esto es tan extraordinariamente difícil que ocurra, como el valor del libro que no termino de leer, que me obliga a releer la página, el capítulo recién terminado, y a asombrarme de que todavía pueda disfrutar con la inteligencia ajena, esa que todos creemos inexistente.
La de cal. Recomendable.

Los que no gusten de escuchar a los profetas anunciando el antesdeayer, abstenerse.


 
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