La de cal y la de arena.-

Suponemos
que ambas son necesarias, y que la argamasa necesita una proporción tan estricta de la mezcla, que excluye la posibilidad de que
una de las partes aislada pueda tener la mínima utilidad. De ahí, supongo, el
referirnos a la paletada de cal y a la de arena como algo cuya alternancia
llena de sentido, o al menos hace soportable, nuestra vida.
La cultura maniqueista, base de nuestra educación, exige que
la virtud y el pecado sean inmiscibles, que el bien y el mal estén separados
por barreras infranqueables y que estemos obligados a etiquetar las personas, y
sobre todo, las cosas, como buenas o malas. Y además, ello es conveniente para no
someter la mente a esfuerzos perniciosos, más allá de la novela, el encuentro
de futbol –lo de llamarlo partido deberían prohibirlo para no confundir al personal con
el otro, el que detenta el poder- o la serie televisiva.
Por ello, seamos ortodoxos y dejemos de incordiar.
Además, Marifé ya lo dice bien claro:
Torre de arena
que mi cariño supo labrar.
Torre de arena
donde mi vida quise encerrar.
Noche sin luna,
río sin agua, flor sin olor...
Todo es mentira, todo es quimera,
todo es delirio de mi dolor.
que mi cariño supo labrar.
Torre de arena
donde mi vida quise encerrar.
Noche sin luna,
río sin agua, flor sin olor...
Todo es mentira, todo es quimera,
todo es delirio de mi dolor.
Torre de arena
(Marifé de Triana) (Próximamente en nuestras pantallas).
La arena es la mala, por si no os habíais dado cuenta.
Igualito que la etiqueta C.V.C. en los vinos de marca,
aclarando que es el Conjunto (es decir los restos) de Varias Cosechas, cuyo año
de producción no figura entre los agraciados por los expertos con el adjetivo
de excelente, condenándolos, por tanto, al nivel más cercano al de la frasca o
incluso de la garrafa.
La cosecha cinematográfica de este año, pertenece desgraciadamente
a esta categoría, C.V.C. o si lo preferís, a la paletada de arena.
Terminas de cumplir con tu afición, ante la remesa que te
presentan los artistas y quedas con la sensación deprimente de haber perdido el
tiempo, y el dinero, de la manera más lamentable.
Solo perdono el “Amour” de Haneke, y lo hago exclusivamente
porque todavía no me he repuesto de la sorpresa, ante la filmación, con excelentes
actores por medio, de la inevitable tragedia crepuscular que cierra el ciclo
vital de uno de cada dos ciudadanos en la europa decadente y senil que nos ha
tocado en el reparto.
Con lo bonito que era el melodrama de antes, y lo
saludable que las lágrimas lavasen los
conductos propios, en la oscuridad de la sala idem, y ahora lo que se lleva
es esto, puñetazo en la boca del estómago (antes, plexo solar) y la
constatación de tu indefensión ante la nueva putada con que nos obsequia el
Haneke.
Y conste que aunque la de la cinta blanca ya fue
espeluznante, sobre todo considerando que si los niños son tradicionalmente la esperanza de la
humanidad, los presagios resultaban amargos,
no era comparable en intensidad a la previa paliza moral que nos asestó, al shock
anímico que sufre el personaje – cualquiera de nosotros- en Caché. Nos vuelca
encima las terribles consecuencias que pueden tener sobre el prójimo, la más
pequeña de las innumerables estupideces que hemos hecho, inconscientemente a
veces, a lo largo de nuestra vida. Tan terribles que hacen venial al pecado original,
ese que tiene tanto predicamento. Por
eso, porque todavía guardo la desazón, recordaré Amour como lo único salvable
de la cosecha anual, realmente de arena.
El resto de títulos no merece ni ser nombrado, no vaya a ser
que alguno piense que porque se hable de ellas o porque tengan media docena de
muñecos dorados, puedan ser consideradas películas que vayan más allá del cine
televisivo propio de la tarde de los domingos. Telefilmes infames cuando las
series no existían como tales. Con la particularidad de pertenecer, casi todas
al subgénero de moda, el falso documental, que viene a ser al cine lo mismo que
la novela histórica es a la novela.
Nada
de crear unos personajes con su correspondiente entorno, que es fatigoso para
el que escribe y realmente duro para la mente del espectador, acostumbrada a
disponer de las claves, cuantas más, cuanto más digerida esté la píldora que os
dan –Mary Poppins ya lo sabía - mejor.

Total, que convierten en un absoluto desperdicio, que no traerá
nada bueno, las costosísimas puestas en escena , los sofisticadísimos medios
empleados – la vida de Pi si que me ha gustado, otra excepción que no rebate la
norma general- y la docena de excelentes actores que todavía sobreviven en este
circo.
Una salvedad debo hacer, un fragmento de mica brillante en
el montón de arena, la belleza de la actriz a la que obsequiaron con el Oscar a
la mejor - este año todos lo fueron, obsequios- Irreconocible protagonista de “Huesos de invierno”
y si el título os parece fuerte, probad a verla, “Winter bones” y me lo
contáis. Aunque ahora, en la comedia romántica y musical, que pretende serlo,
brille como algo con que Hollywood andaba racaneando en las últimas décadas, las actrices guapas.
Y es que, además de la propaganda, del encumbramiento como
sex simbol de alguna chica discretamente mona, o sencillamente hija de este o kuki de aquel, además del maquillaje y la promoción, es necesaria una cara
realmente guapa, para hacernos soñar frente a la pantalla, que es a la postre a
lo que hemos ido. Ojo a esta chica, de la que no os doy el nombre para que no
me suceda lo de siempre, que me la levantan en cuanto me descuido.
La de cal, también
sirve para intentar hacer desaparecer los cadáveres, y sin embargo es la parte aglutinante de la mezcla,
la que convierte a la escurridiza arena en soporte digno para la pizarra, para
el ladrillo, o para el granito, permitiendo edificaciones duraderas y
haciéndonos sentir que todavía hay cosas solidas, en las que podemos confiar.
La de cal ha venido este año gracias al texto escrito, a esa
cosa indefinible a la que llamamos libro, y a la pluma, o más bien al teclado,
de Muñoz Molina, el futuro nobel en lengua española, o al menos el futuro
merecedor de semejante homenaje.
Una novela histórica – mentiré, intentando que la lean los
que pierden el tiempo con ellas- ambientada en ese pasado tan reciente que no
está escrito, como tampoco lo está el futuro inminente, y sin embargo no
necesitamos acudir a adivino alguno “ prevoyants del avenir” para percibir su
aroma pestilente.
Lo que antes era sólido,
un título, una oración difícil de digerir al quedar el sujeto ausente y
sobre todo desnudo. Desconozco, aunque sospecho, a que se está refiriendo, hechos,
personas o cosas, y cuál es el ropaje evanescente que visten ahora.
Gracias a disponer de mentes tan privilegiadas como las de José
Antonio, y al fruto producido por sus
horas empleadas en la hemeroteca, las labores de escarda, aporcamiento, poda y
fumigación de las crónicas del periodismo de los últimos treinta años en
nuestro país, podemos disfrutar de semejante cosecha en momentos de auténtica
sed de pensamiento, de moral en su
acepción ética, y de sentido común, para descubrir disfrutando que alguien
reflexiona como nosotros deberíamos hacerlo, y que además de hacerlo en modo
superlativo, lo escribe para los que quieran aprender de nuestra propia ceguera
durante estos años.
Y ya no se trata de que lo escriba con el brillo del que
anda sobrado, o que intente poner en negro sobre blanco aquello que fue real o
que dejó de serlo, según la mirada de cada observador, se trata realmente de un
ensayo imprescindible del aquí y del ahora y de lo necesaria que resulta al
memoria cuando todo a tu lado es silencio –ruido- , y olvido.
Me emociono leyendo, y releyendo como hemos podido estar tan
ciegos, y como seguimos con la venda frente a los ojos en estos momentos de
peligro.
Figuraos como estaré de beneficiado por su lectura, como
será mi deuda con el autor, que he decidido comprar el ensayo, después de haber
podido leerlo gracias al préstamo de esta nuestra biblioteca alejandrina que es
internet, y aparte de recomendarlo fervorosamente, cosa que hago en estos
momentos, considerar que a veces, el disparatado precio que hay que pagar por
los libros, es solo la minúscula propina que dejamos en la mesa después de una
excelente comida, de esas en las que todo ha estado tan perfecto que el importe de la cuenta resulta insignificante en relación con lo que
hemos recibido. Y esto es tan extraordinariamente difícil que ocurra, como el
valor del libro que no termino de leer, que me obliga a releer la página, el capítulo
recién terminado, y a asombrarme de que todavía pueda disfrutar con la
inteligencia ajena, esa que todos creemos inexistente.
La de cal. Recomendable.
Los que no gusten de escuchar a los profetas anunciando el
antesdeayer, abstenerse.
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