(Lampedusa dixit).
Demasiadas coincidencias, demasiado fácil la metáfora.
Pero tenemos que aprovechar que la indignación estimula la
producción de denuestos, a borbotones, y quizás entre ellos podamos encontrar
algún venablo eficaz.
Vemos la primera estridencia a la hora de considerar la
política nacional (la oficial, porque políticos somos todos) como casa de
lenocinio, en la negación del sagrado
dogma sobre cual es el oficio más antiguo del mundo. ¿Cuál de los dos?. Deberíamos
plantearnos en justicia la atribución del adjetivo “más antiguo”, e incluso valorar
pormenorizadamente los meritos de los aspirantes al título.
Al parecer, ambos tienen gran demanda popular desde los orígenes
de la humanidad. Intermediarios en la gestión pública e intermediarios en la
cuestión sexual. Me encuentro sin ganas
ni fuerzas, para mediar en la disputa (¿) o para negarles el carácter de
utilidad social a cualquiera de las dos instituciones. Indiscutible esta
utilidad.
El que tengan el desprestigio asociado a su tarea, creo que
más allá de atribuir sus causas a la leyenda urbana, hay que asociarlo a la mala prensa, a la carga
negativa que soportan sus actores en la mala literatura, es decir al eco
mediático de estos trabajadores a los que se supone una vida fácil y de
beneficios incalculables. Aquí con evidente ventaja hacia los que ejercen el
noble arte legislador-ejecutivo.
Si bien todos ellos tienen un trasfondo de opacidad, de
ausencia de control en sus actuaciones, de puertas cerradas, de proxenetismos
descarado, y de organización cuyo fin aparente es proporcionar placer pero… la
mayoría de las veces, este queda oscurecido por el afán de enriquecimiento ilícito,
que no duda en asomar públicamente sus evidencias de actividad criminal. La
verdad es que entre los chulos y la madames de unas/os y los corruptos impunes
de los otros/as no sabría establecer su nivel en el rango de dañinos, tampoco
aquí puedo mojarme.
Pero es que la analogía es tan fecunda que daría para un
ensayo, de esos que tan bien se venden en las librerías moribundas, sección
sagas meridionales, al unir en el relato el dinero, el crimen y la pasión, que
de todo hay en este asunto.
Para apuntar otro paralelismo, sugerido en el
impactante aviso publicitario, haré
referencia a la principal industria del país, por no decir la única que nos
queda, o por llamarla impropiamente, industria del turismo.
Al fin y al cabo oferta placer, también, y como es natural,
lo hace en su mayor parte , y en connivencia con las otras dos, mediante el
trabajo oculto, el dinero negro, los alojamientos irregulares, las facturas
virtuales y la miríada de intermediarios, palanganeros, en medio de un
descontrol que beneficia exclusivamente a los de siempre, a los ilegales. Que
por cierto no son precisamente aquellos infelices a quienes se les ha colocado
el sambenito de ilegales.
Se me dirá que “todos” los negocios del ramo están
rigurosamente fiscalizados por los departamentos correspondientes, y que la
mayoría cumple con sus obligaciones. Y no se me negará, porque es imposible,
que las empresas de un determinado nivel, tributan, cuando no residen en
ubicaciones paradisíacas a efectos de que el estado, nuestro, sirva de cenicero
para recoger los restos de la fiesta. O que todos los camareros que cotizan
cuatro horas diarias a la seguridad social, mientras trabajan doce, los que
están cobrando la incapacidad temporal o definitiva, los que perciben el
salario por estar parados, y simultanean a la vez que complementan sus ingresos,
con el trabajo de la temporada alta, son inventados por los pesimistas agoreros,
(cenizos) que buscan nuestra ruina. Los centenares de miles de propietarios que
hacen su agosto (¿) alquilando viviendas vacacionales a precios increíblemente desproporcionados, y mediante
la misma simbólica aportación a las arcas del estado, el IBI y pare usted,
también son ficticios.
Esa es la gigantesca industria del placer, la que mantiene,
todavía, el país, basándose en otro dogma absurdo y tan pernicioso como falso.
Que el dinero es bueno venga de donde venga y que lo importante es que se mueva.
A la vista están los resultados.
Curiosamente esta última acepción de la venta de
“relax” libre de impuestos, la del
turismo, es la que estimo más frágil de las tres. Aquí le otorgo el “más”
incondicionalmente.
En cuanto comience a escucharse el zumbido de la marabunta,
el despiadado crujir de las mandíbulas en las hormigas hambrientas, vamos a ver
como la dama desaparece, como ese fenómeno industrial, pilar de la economía (¿)
nacional, se vuelve evanescente y… si también me lo quitó, bendito sea su santo
nombre.
Que posiblemente todo forme parte del mismo conjunto,
intereses y defraudadores entrelazados en la mayor estafa imaginada, y lo peor
de todo, consentida. Y que esta, la peor de las burbujas, la de la ceguera por
omisión (de separar los parpados) continúa creciendo sin que hagamos otra cosa
que jeremiadas como esta que suscribo. Eso es lo terrible.
¿Y lo del paro? dices mientras clavas en mi pupila tu pupila
azul.
No es ningún problema, de hecho no es “el” problema, es tan
solo la consecuencia del problema.
Y la razón, por encima de las consignas, establece que el
fin “jamás” justifica los medios, salvo que estos sean criminales en grado y
forma irrebatibles, y que el alivio de los síntomas, los efectos de la enfermedad,
nunca evitarán que estos se reproduzcan o que termine con la vida del paciente.
Tratando la causa, conocida por todos, un sistema político absolutamente
ineficaz, posiblemente aparezcan las soluciones.
Comparados con ellos, la signora, la madama Renata es una
santa. Seguro.
Comprobadlo en “La diligencia” de John Ford 1939, o en el
cuento original, de Maupassant.
Veréis lo injusto que he sido en usarla como palanca de hoy.
(Y es que, insisto, el fin no justifica…).
Por cierto que el título original de “Cuando ruge la
marabunta” es, o debería ser, si llamamos a las cosas por su nombre: “La Jungla desnuda”, “The naked
jungle” Byron Haskin 1954. De ahí a inventar todo un vocabulario, solo hay un
puñado de años. (Y muy malas intenciones).
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