“El postre tiene que ser espectacular, porque llega cuando el gourmet ya no tiene hambre”
(Alexandre Grimod de la Reyniere)

Pensé por momentos, con cierta justificada aprensión si no serían los efectos alucinatorios precoces de aquella ingesta sin duda sazonada por los druidas de la zona y por el tiempo imprescindible para convertir un plato de comida en un arma peligrosa. La verdad es que hasta transcurridas cuarenta y ocho horas no se disiparon la preocupación, el temor, razonable y la sospecha sobre las consecuencias en el tránsito intestinal y las otras funciones fisiológicas, todas insignificantes comparadas con el asunto digestivo, ya que sin él…
A esa hora ya estaban abierta la tienda especializada en ByP, bollos y pan, la confitería del pueblo, donde esperaba que la nariz, y quizás las papilas responsables de lo dulce, se sintiesen reconfortadas. Y columbré enseguida algo que llevo persiguiendo desde hace tiempo, una golosina que pertenece al terreno de la mitología, en tanto la he visto en ciertas ocasiones escurridizas en las que me ha sido imposible su degustación. Ciertamente no tiene la categoría del dulce conventual, ni los tradicionales ingredientes de la yema, la miel o la almendra en su composición, lo que la convierte en postre barato y por tanto, usualmente alejado de las mesas de postín. Lástima.

Estoy hablando de la antiquísima, la tradicional y exquisita galleta frita. En este caso apellidada rellena, galleta rellena, para ocultarnos que su parte primordial de la elaboración, la sartén y el aceite de oliva, la habían obviado, al objeto de reducir el coste supongo, un poco más si cabe, y probablemente evitar de paso el inevitable enranciamiento que la hace incomestible en pocos días, sin los aditivos oportunos, que por otra parte la desvirtuarían.
Dos galletas María, con un poco de crema pastelera entre ambas y sometidas al calorcito del baño oleoso, lo suficiente para que cambien de color – abbronzatissimas, de Edoardo Vianello – espolvoreadas ligeramente con azúcar – Glas no, por Dios- y la canela suficiente para convencernos de que es una forma maravillosa de echar a perder el recuento de calorías de la dieta aquella que reiniciamos cada amanecer.
Supongo que su incorporación al patrimonio gastronómico este originada a partir de la sección “cocina fácil” de alguna revista, o quizás aparezca en el libro de horas de la sección femenina, que era nuestra escuela de hostelería cuando el movimiento hacia ninguna parte todavía no se había convertido en la transición intransitiva.
Lamentablemente, aquella que probé, no reunía los atributos esperados para el grial que ando buscando, y seguiré por tanto oteando el horizonte de los super de barrio, con la nariz orientada hacia los estantes donde sin duda se esconden ellas. Algunas vi, que lamenté no disfrutar, por la genuina cobardía que me atenaza, y ahora las añoro, claro está.
Prometo avisaros si las encuentro. Y es más, creo estar bastante cerca.

(1.) Paul Bowles.- (El cielo protector).-
Como compositor su producción incluye, entre otras obras, la ópera sobre Federico García Lorca titulada The wind remains, Reliquia del viento, estrenada en 1943 por Leonard Bernstein y basada en Así que pasen cinco años del poeta granadino. (Wikipedia)

(2).-Gerald Brenan.- (El laberinto español).

Los gobiernos nacional y andaluz consiguen su vuelta a Alhaurín el Grande el 1 de junio de 1984. El 19 de enero de 1987 muere a la edad de 92 años lega su cuerpo a la ciencia y es depositado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga. El 20 de enero de 2001 es incinerado y sepultado en el Cementerio Anglicano de Málaga junto a su esposa Gamel. En total escribió unos cincuenta libros, la mayoría de ellos de viajes. (Wikipedia).

Hay que leer y disfrutar su “Al sur de Granada”, y la descripción que hace, para ingleses, sobre los efectos del cocido, garbanzos, dentro del sistema digestivo. Explica, y demuestra, que cada garbanzo esconde en su interior quince centímetros cúbicos de gas, dispuesto a estallar de la forma más dolorosa, e inconveniente. “El laberinto español” sigue siendo un clásico imprescindible, crónica imparcial de la guerra civil, si es que ello fuese posible.

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