“El rico come, el pobre se alimenta”.
Francisco de Quevedo
He pedido a Papá que me regale una troika para fin de curso.
Me ha respondido que mejor aguarde a Navidad, porque ahora
en la taiga los caballos pueden morir de sed y además el carromato resulta
inútil.
Pero yo veo que los niños griegos, y los portugueses, tienen
una, y al menos les han quitado la venda de los ojos. Sin contar los beneficios
del cierre de la televisión pública.
El uso propagandístico al servicio de cierta casta, de aquí ,
resulta intolerable. Ni en la peor de las dictaduras son tan osados. La
tergiversación del pasado y lo que haga falta, para cumplir órdenes que nada
tienen que ver con la información. Ayer, sin ir más lejos monográfica
programación en loor del centenario del rey que no pudo reinar. Tiene mandanga.
Por discrepancias con Franco, dijeron. Como si no existiesen otros datos sobre
King Jong I, aparte de los proporcionados por King Jong II.
Yo quiero una troika como la de los otros niños. La
supresión de uno de cada tres funcionarios, y no el empobrecimiento paulatino
de todos ellos. La reducción de la administración política a la dimensión telemática,
que basta y sobra para el mundo feliz en que nos tienen confinados.
Ayer, también ayer, igual que hoy, simultáneamente,
declaraciones sobre haber iniciado la recuperación, con un previsto incremento positivo del PIB, del 0% (sic),
incremento positivo, a la vez que la deuda publica se revalorizaba un 4%, es
decir debemos un 4% más sobre el 100% del PIB en un solo día, a la vez que el
descenso del valor de la empresas españolas se hundía en la bolsa un 3,5%, en
el mismo día.
Menos mal que emplearon el resto de la jornada al centenario
del fundador (y no son destilados, no) bajo la bendición del vicario castrense.
Y aquí, en el mientras, haciendo catas en el cementerio,
previas a la exhumación de 3.000 cadáveres, atribuidos a la cuenta de la
memoria histórica. Lo único esperanzador es escuchar al responsable del asunto
hablando de antepasados. Pues claro hombre, como Viriato. Y como los miles
enterrados en el cementerio musulmán sobre el que está construido mi barrio, mi
casa. Y es que todo es tan relativo, que hasta la paz de los muertos merece el
esfuerzo de ser quebrada para así demostrar que la otra paz es mejor.
Relativamente, ya digo. (Fondos procedentes de una subvención concedida por la Dirección General
de Memoria Democrática de la
Junta). Que me compren la troika, porfa.
Los chavales exhaustos tras el calentón mental de la selectividad, que será eliminada
próximamente y repuesta unos pocos años después, eligiendo camino para un
futuro incierto en el que la seguridad
del acierto estará orientada previsiblemente hacia la ciudad que sea mas confortable,
disfrutable, para sus años de esplendor en la hierba, y no hacia titulaciones
en trance de extinción, por sus enunciados ficticios, de ciencia ficción, o por
la segura e indefinida inactividad, tras el master de postgrado pagado con los
últimos ahorros de la abuela. Supongo que estos chicos también querrán una
troika, o dos, los más pudientes.
Otros, quedarán a las puertas de entrar en la universidad
pública, por aquello de que corte y recorte no son iguales, como el conde y el
marqués en la canción tradicional de los gamberros ilustrados. (Véase Ramses,
Isaias y Pantaleón, o mejor escúchese).
Estos comenzarán sus estudios superiores en la universidad
privada, de la que me atrevo a vaticinar su desaparición real en nuestro país,
antes de que esta nueva promoción reciba la laureada. Unos cuatro o cinco años,
como mucho. Conste que como profeta soy un desastre, también, pero admito
apuestas.
Una institución que ha surgido, y proliferado, al albur del
dinero que quemaba en los bolsillos, años atrás, de una clase media, al borde hoy
de desaparecer, la clase digo, porque los ahorros ya solo los tienen los de la
otra clase, aquella impune e inmune, exenta y demás. Y esa clase, superior,
jamás ha llevado a sus chicos, súper o infradotados, a universidades de aquí,
públicas ni privadas. Solo los títulos de ciertas instituciones imperiales
tienen valor absoluto para ellos.
El negocio de las privadas nacionales, tiene cierta
similitud con el pupilaje a manos del Dómine Cabra, que glosaba Quevedo en su
Buscón. Y es que el siglo de oro – el oro también está bajando, por cierto –
sigue vigente en nuestra vidas públicas y privadas.
Pensar en comprar por unos maravedíes el certificado sobre
pureza de sangre, parece coherente, cuando sobran.
Solo que, en ausencia de posibles, y en la consideración de
que “lo que natura no da, Salamanca non presta”, me remito al final de la
historia sobre el oficio de criar hijos de caballeros, de cuando los hubo.
Leedla otra vez, resulta cruel pero divertida. Y es que
todavía me quedan ganas de reír, a pesar de que no me compren la troika. Y a
pesar de que cuanto mas tarden en comprarla, más pobres seremos, y más flacos
estarán lo caballos, si no nos los hemos comido antes.
Además, es otra via, del calatraveño, para descubrir la realidad a través de la
venda que cubre nuestros ojos.
Busco en Ebay y no la encuentro. (La troika).
El Buscón
Capítulo III
De cómo fui a un
Pupilaje por criado de don Diego Coronel
Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en un
pupilaje: lo uno por apartarle de su regalo, y lo otro por ahorrar de cuidado.
Supo que había en Segovia un licenciado Cabra, que tenía por oficio criar hijos
de caballeros, y envió allá el suyo, y a mí para que le acompañase y sirviese.
Entramos en el primer domingo después de Cuaresma en poder de la hambre viva, porque
tal lacería no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo
en el talle; una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir); los ojos
avecindados en el cogote, que parece miraba por cuévanos; tan hundidos y
oscuros, que era buen sitio el suyo para tienda de mercaderes; la nariz, entre
Roma y Francia, porque se le había comido de unas bubas de resfriado, que aun
no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de
la boca vecina, que, de pura hambre, parece que amenaza a comérselas; los dientes,
le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se los
habían desterrado; el gaznate, largo como de avestruz; una nuez tan salida, que
parece que, forzada de la necesidad, se le iba a buscar de comer; los brazos
secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo,
parecía tenedor o compás; las piernas, largas y flacas; el andar, muy
espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro;
la habla, ética; la barba, grande, por nunca se la cortar (por no gastar); y él
decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara,
que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un
muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil
gateras, y guarniciones de grasa. La sotana era milagrosa, porque no se sabía
de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana;
otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre
azul; traíala sin dolor.No traía cuellos ni puños; parecía, con los cabellos
largos y la sotana mísera, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba
de un filisteo. ¿Pues su aposento? Aun ararías no había en él; conjuraba los
ratones, de miedo de que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama
tenía en el suelo; dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas. Al fin,
él era archipobre y protomiseria.
Francisco de
Quevedo
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