martes, 4 de junio de 2013

Breve apunte gastronómico. (En tres capítulos y medio).- (y 1/2)



 
La propina.-

A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado, es el cochero el que recibe la propina. (Daphne du Maurier).


(3).- Evidentemente, oculto los nombres del restaurante (u lo que sea) y el del pueblo blanco. El pueblo es demasiado hermoso para recorrerlo de manera tan estúpida, en una ruta de lugares que entre otras cosas tienen tan poco en común como el color de las paredes de  algunas de sus casas, el tradicional encalado doméstico de media España, cuya pretendida exclusividad por este o aquel no deja de ser otra majadería.
Por otra parte el lugar no puede valorarse plenamente si no es quedándote allí al menos una noche, o dos, disfrutando del paso de las horas y de los matices que la luz dibuja en el paisaje durante las primeras y las últimas del día. Si además pillas el cielo raso de una noche de primavera y te dejas envolver por el cobertor estrellado de su cielo, seguramente no lo vas a cambiar por las auroras boreales.
De ahí a que, el intentar apreciarlo durante treinta minutos de un mediodía en el que la luz cegadora solo permite incluir un borrador, un pobre boceto de lo te vas a perder al marchar, solo derive en una frustración para cualquier espíritu sensible. Y de ahí que no pretenda contagiar mis emociones, posibles decepciones, en la versión abreviada del viajero compulsivo.

La razón de proteger al delito gastronómico con el anonimato tiene otro cariz, bastante diferente y quizás, complementario al anterior. Aquí aparece un círculo secreto, una secta entre viajeros expertos en placeres de mesas ignotas, y de ciertas perversiones ocultas.

 
Llevo tiempo revisando foros de cofrades de esta religión del buen comer, y he observado cierta predilección cuasi orgiástica ante el descubrimiento de locales así, de una cutrez básica, -tampoco va uno a sentarse en un muladar-  pero sobre todo donde prime el mal trato al comensal, la humillación en todos los aspectos posibles durante la estancia en una casa de comidas, que se convierte en genuino placer, en sensaciones multiorgásmicas que el afortunado no dudará en difundir entre sus amigos como Dominguín después de la primera noche con Ava Gardner.  Sadomasoquistas de postín en el terreno de la gastronomía oculta y silenciosa. 

Obviamente no conviene dar publicidad a una perla como esta.

Todavía recuerdo el fiasco del viaje a Carmona en busca de las ofensas, los desplantes y malos modos de los camareros de su parador de turismo. Y todo porque algún bocazas comenzó a difundirlo y aquello se llenó de la noche a la mañana, de tal modo que, o bien ya no había groserías para todos, o mal, algún desaprensivo pidió el libro de reclamaciones, que los cofrades solo solicitamos para echar un rato en el escusado, contemplando como se pasa la vida, como se viene el placer, tan callando, y  posiblemente obligó a la dirección a un cambio drástico en el personal que, desde entonces ha perdido todo su encanto. Excluido del circuito, desgraciadamente.

 
Si, algunos lo llamarán con el adjetivo excluyente que se usa para ciertas minorías, que no hacen daño a nadie, sadomasos, vale, pero si queréis saber de que va el asunto, revisar la escena de “La pequeña tienda de los horrores” la buena, la de Frank Oz, de 1986, en la que el maso Bill Murray arruina la propuesta sado del dentista Steve Martin. Esos dos payasos consiguen una y otra vez hacerme llorar, de risa. (llanto-risa, esa es la clave).

Hace bien poco he asistido a un espectáculo de estos, en los que los espectadores nos confundimos con los artistas, ya que somos los mismos.
En un restaurant portugués, recogido en la guía secreta, con reseña actualizada,en el que cierta siniestra camarera,  continúa suministrando placer a sus admiradores, afortunados e ignorados. Aparte de confirmar su bien ganada fama de borde, con su altivez, con su desprecio explicito hacia nosotros, sus agradecidos clientes secretos, consiguió provocar gemidos en la sala,- como los de Meg  Ryan en  otro restaurante, “Cuando Harry encontró a Sally” de Rob Reiner,  1989-  al acusar a una comensala de haber sustraído una copa, y pretender impedir que abandonase el local.



Envidia nos dio a los demás de que no nos sucediese personalmente. Incluso me tentó la idea de romper otra copa adrede, simulando un descuido, a ver si tenía idéntica suerte. Pero apareció el chico que limpiaba las mesas, con la copa que acababa de retirar inadvertidamente, y concluyó satisfactoriamente, es decir sin disculpa alguna, el incidente placentero que no defraudó a nadie.

Comprenderéis que estos lugares hay que conservarlos fuera del imaginario colectivo, y por supuesto, de rutas como la de la de los pueblos blancos.

Los Connoisseurs de aujourd´hui, hartos de tenerlo todo, de esta sociedad cochón que nos ha tocado, tenemos que buscarnos entretenimientos singulares como estos, sin los que la vida resulta bastante aburrida.  






 
(4).- De la gutapercha y la baquelita.-

Todo hay que justificarlo, cielo santo, y yo que creí escribir para almas gemelas.


Gutapercha: Tipo de goma traslucida, parecida al caucho y proveniente de árboles malayos. Es decir, exótico y natural producto, y salvo para fines odontológicos,  en desuso, como su bellísimo nombre, gutapercha. 

En mi tierna y cruel infancia –como todas, son crueles para los demás que no son infantes- lo usaba para capturar animalitos, pájaros y roedores que quedaban pegados por sus patas a la pizarra o al palito, previamente impregnados, junto al sitio donde solían ir a beber, o quizás de parranda. Jilgueros principalmente. En el pueblo la llamábamos percha o liga, lo de guta sobraba, por razones que ignoro.

Baquelita: O bakelita, primer plástico sintético, elaborado con fenol y formaldehido, en proporción 2 a 3, podéis probar en casa.
Al ser termoestable y de aspecto similar a la madera de castaño, incluso roble o cerezo, según, se usó ampliamente en productos decorativos y carcasas de superheterodinos de tres bandas o teléfonos con cable, antiquísimos, si bien nuestras manos fueron lastimadas y manchadas en más de una ocasión por la baquelita de la tapa del delco, de los 600, 850 y hasta 124 de nuestra adolescencia.
 El que no la haya maldecido injustamente que tire la primera piedra. 

Baquelita, una bonita palabra evocadora de tiempos no menos dignos de recordar.
El último producto natural, y el primero artificial se mezclan en mi memoria, asociados como claves temporales entre los capítulos de la vida. Normal.

Supongo que esa es la explicación, pero también tengo otras.

  

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opinar es una manera de ejercer la libertad.

Archivo del blog