Llora el que puede, ríe el que quiere.
(Proverbio chino)
Así comienza Lola 1961, de Jacques Demy, y eso pone manifiesto que el manual del perfecto guionista encierra algunos errores de bulto, o de abulto (1).
Si bien un comienzo poderoso e impactante resulta conveniente para atraer, e incluso secuestrar, la atención del espectador, debería aconsejar la progresión ininterrumpida del crescendo en la exposición argumental, durante noventa minutos o más, cosa que hace, aconsejarlo, otra bien distinta es que el guionista y el montaje puedan conseguirlo. Pero iniciar así una historia, puede dejar en trance a quien se dispone a disfrutarla, arruinando lógicamente lo que viene después, casi todo, en este caso.
No voy a contar la película, entre otras cosas porque todavía no la he visto. Después de la primera frase, anonadado y estupefacto, en mi estado habitual casi, he tenido que detener el reproductor de video. El Media Player, que es gratuito, para que veáis que se puede ser respetuoso con la propiedad ajena a la vez que me acostumbro a vivir con menos, a ir sin prisas por la vida y me acomodo a esta nueva corriente filosófica que de nueva no tiene nada, sospecho. Lo low y lo slow, que son buenísimos por más que el consumo se resienta y los economistas sostengan que si dejamos de gastar su negocio se viene abajo. Ingenuos ellos, como si se tratase de querer y no de poder.
Alguno debería leer más proverbios, más sentencias morales, como las que cada día, en negrita cerraban las hojas de aquellos calendarios de hojas volanderas, arriba el santo, debajo la sabiduría.
Lo siento por Anouk Aimée, que la tengo ausente en la fototeca de la memoria y que, sin embargo, es una deuda que le debo, y se la tengo que pagar, como la de José Isbert, el buen alcalde de Bienvenido Mister Marshall, aunque sea únicamente por haber sido el gran amor - platónico, o sea verdadero- de Alfonso Sánchez, el gran corruptor de menores de mi generación, a la que inoculó el virus cinéfilo para el que todavía no han encontrado tratamiento. Y mira que en la cartelera encuentro todos los días auténticos revulsivos y rubefacientes, verdaderos antiretrovirales que detienen la enfermedad pero, afortunadamente para los enfermos, sin llegar a curarla.
Putada le hicieron a Alfonso los graciosos de Donosti, cuando lo sentaron, sorpresivamente, junto a Lola (Anouk) en cierta cena gala del festival. No abrió la boca ni para comer, no movió la vista del frente, de ese lugar en ninguna parte donde uno quiere refugiarse cuando no es avestruz ni encuentra un agujero, tan solo se ruborizó, dicen, y sin duda sufrió un deterioro importante de sus parámetros hemodinámicos, que unido a su patología de base – el tabaco, ya sabéis- aceleraron su final.
Una putada, ya digo, o una buena muerte, según otros.
Yo sigo dándole vueltas al párrafo inicial y maravillándome con su traducción, nada fácil.
Si vamos a sufrir, querámoslo o no, dejémoslo para cuando podamos hacerlo con propiedad, cuando tengamos motivo para ello. Estos no nos van a faltar y, a poco corazón que tengamos, este se va a desangrar cuando pueda hacerlo. Verdad tan obvia como dolorosa, que deberemos dejar para quien (todos) puede.
Ahora bien, la segunda parte, la tesis, el fundamento de del aforismo, resulta realmente benefactora para espíritus enclenques y caquécticos como los nuestros, asolados por tiempos tan terribles – pobres ingenuos – que aquellos del oscurantismo medieval y los estragos propios de la peste, nos parecen entrañables al lado de las amenazas que nos desasosiegan, la probable eliminación de partidos de futbol en abierto para la próxima temporada, por ejemplo.
Nos está insinuando que si queremos, si nos ponemos a ello, la risa, la alegría y el efecto multiplicador de estos sobre nuestra actividad cotidiana y sobre aquellos que nos rodean, nuestro reino como diría el principito – a veces uno sueña con monarcas como él – puede cambiarnos la vida, a mejor. Y esta parte es afortunadamente, voluntaria, lo tengo comprobado.
Ríe quien quiere.
Supongo que el criptograma inicial tendrá otras interpretaciones que, pueden poner la mía en entredicho o directamente en apartarla en el cajón de lo erróneo, de lo cual me alegraría, siempre que no profundicen en el lado oscuro del ser humano, que el pobre más que oscuro tiene un lado realmente negro, pero que únicamente debería manifestarlo cuando “pueda”, dejando el resto de su tiempo entregado a “querer” lo contrario. Insisto.
Y vaya putada que le hicieron al pobre Alfonso esos malajes (2), no me la quito de la cabeza.
(1).- abulto. Se refiere a persona poco despierta o que dice cosas poco coherentes o sin sentido.
(2).- malaje. 1. adj. And. Dicho de una persona: Desagradable, que tiene mala sombra
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