La botella medio llena.-
No significa solamente, o al menos no debería significar, el
enfoque optimista de una situación en la cual, afortunadamente, disponemos
todavía de algunos tragos por delante. Supongo que una actitud más realista, e
incluso más inteligente, sería la de entender que, el nivel del vino a lo largo
de su envase translúcido, no es estático, si no algo dinámico, y que, además, no
tiene ningún sentido la valoración del volumen de un licor si nos limitamos a
su exclusiva contemplación. Esa imagen inmediata, nos está denunciando la
evolución, el descenso de nuestras reservas, e incluso, si hemos estado
atentos, la velocidad de esa caida, el tiempo en suma, que nos resta antes de
agotarlas.
Nos está pidiendo a gritos que nos apartemos de las imágenes
metafóricas y vacías, del palabrerío inútil, para buscar con urgencia la manera
de evitarlo, de impedir que llegue a vaciarse completamente cuando,
probablemente, seamos incapaces, carezcamos de los medios suficientes para
volver a llenarla.
Viene a cuento de tantas situaciones en nuestro país, del
falso estado de bienestar que, lógicamente se cae a pedazos, como todo ídolo
con pies de barro – otra figura retórica para los bobos – de tanta parafernalia
falsa sustentada en la ficticia igualdad de oportunidades, que no soy capaz de
decantarme por una sola, una de tantas.
Quizás la más reciente, la de ayer mismo, en la que la
comunidad autónoma madrileña -las minúsculas
son merecidas – renunciaba heroicamente a privatizar, o externalizar, la
gestión de la sanidad pública, sin reconocer expresamente que es el tribunal de
justicia el que lo ha impedido. Sin olvidar el eco exagerado de la victoria de la “ciudadanía” madrileña,
súbditos ellos y nosotros, según consta en la constitución – todos en
minúsculas- y de los grupos políticos de la oposición que la han motivado con
sus mareas blancas y demás.
Magnífico NO a todo
lo que venga del otro lado, sin aportar solución alguna al deterioro
imparable de esa pata fundamental del
estado del bienestar, la sanidad pública.
Magnífico “vivan las caenas” otra vez, y tremendo motín de Esquilache
por un quítame allá los chambergos, cuando la copla no ha cambiado desde el
siglo de oro, y mirad que ha llovido, solo que no ha sido vino, licores o
ambrosias, tan solo agua que, al paso que vamos también nos la van a cobrar – la
lluvia, que la del grifo, ya lleva tiempo-, y no deja de resonar la música en
mi cabeza cada vez que miro la botella:
Tanto vestido blanco,
tanta parola,
y el puchero en la lumbre
con agua sola.
Y el país, desde entonces casi, con el “y tu más”, dividido
estúpidamente en dos bandos que se culpan mutuamente de los males patrios, a la
vez que se niegan a toda solución no solo que venga del contrario, sino que le
suponga individualmente el aporte imprescindible, o el cese en el disfrute –que
es lo que nos toca como deudores- de cualquier privilegio, por inasumible que
sea.
Que no lo es precisamente, la sanidad pública, ni
privilegio, ni inasumible, tan solo es la tercera parte del gasto público de
un país que ha multiplicado por dos su
deuda en los últimos siete años, que gasta en pagar los intereses de esa deuda,
gran parte de sus ingresos, y que se muestra ufano de presentar un crecimiento futuro
inferior al 1%, cuando todo el mundo –viene en los libros- sabe que por debajo
del 3% se continuará destruyendo empleo. Ese empleo que ha hecho disminuir el
pasado año, en 60.000 el número de parados mientras reconoce, simultáneamente,
la pérdida de 200.000 puestos de trabajo. Demasiado elocuente como para tener
que explicarlo.
No a la privatización, vale, estamos de acuerdo.
Alternativa – imprescindible, ya que no nos van a seguir
fiando vino en el colmado- no hay otra
que un cambio radical en la gestión pública. Pero esta es obviamente una
gestión política, monopolizada por el partido en el poder, por la dictadura de
los partidos que señalaba Camus - nadie le ha mandado flores por primavera, y
fue su aniversario- en su discurso de Estocolmo, como culpables de usurpar en
beneficio propio, de utilizar pro domo sua, la rebelión de las masas (ese es
Ortega, y Flaubert, y Montaigne, y Emerson…).
Supongo que el nivel seguirá bajando, vistas las
circunstancias, y vista la satisfacción de los responsables, los beneficiados, al
parecer casi todos, menos alguno que pensaba aparecer en la lista Forbes de
años venideros, y satisfecho el pueblo llano cuyas movilizaciones creen ellos que
han resultado exitosas, y que continúan, inconscientemente, sin mirar todos los
días el nivel de la pobre botella, de la frasca del tendero y del odre
manchego, del pellejo al que pronto, si no lo remediamos, solo podremos extraer
las pocas gotas de liquido amargo que nos indican que solo le resta dentro la
pez.
Si, y además, cuando la pez se seca, como en la bota, el
pellejo ya no sirve para nada, irremisiblemente.
Solo existen soluciones, que haberlas haylas, que pasan por
disminuir las prestaciones sanitarias, activa o pasivamente, empobreciendo la
asistencia a la vez que cobrando por ella. Los pobres no tenemos otra opción. Y
ningún político, de los que solo pretenden llegar y quedarse, a cambio de los
votos cuatrienales, va a acometer ni a plantear nada parecido si con ello
pierde los votos que le son tan necesarios a su partido.
Cambiar el modelo de gestión, optimizarlo según otros,
implicaría arrancarlo de las manos que lo han conducido hasta la extenuación
durante décadas y décadas, y aparte de que ellas no estarán dispuestas a
cederlo gratuitamente, no hay vía legal para hacerlo.
Tan solo, pues, esperar a ver la extinción del líquido
elemento, de la sanidad para todos, y a que otro barrio burgalés, llegue a
ponerlo todo patas arriba con los inconvenientes dolorosísimos que eso
conlleva.
Por cierto que ellos también han conseguido que NO se haga
nada, que todo siga igual, que como país conservador, o reaccionario a los
cambios, perdamos nuestras energías en el “No nos moverán”, el no a la república,
el no a la reforma – mejor contrarreforma -, el no a todo.
Tengo en mente al personaje que mejor nos define como
pueblo, en los últimos doscientos años al menos - aunque yo suelo llegar hasta
Viriato-, el que da nombre al mejor cuento de Chaves Nogales, en “A sangre y
fuego”, el que se deja la piel en el intento a pesar de contemplar como los
demás retroceden ante el enemigo, y lo hacen a sabiendas de que ese retroceso
significa su muerte segura y el hacer frente al menos les da una oportunidad de
seguir vivos, una probabilidad, y la
seguridad de haberlo intentado. La renuncia colectiva a asumir nuestras
responsabilidades individuales para dejarlas en manos ajenas. La tragedia infinita
de esos dos siglos perdidos y de la que ahora tan solo estamos sufriendo una de
sus innumerables consecuencias.
El apostar sobre cuando nos llegará otra oportunidad, o
sobre cuál será el resultado de la apuesta, ya lo dejo para viciosos que, en
todo caso van a tener la botella absolutamente yerma, inútil. Eso seguro.
La parte optimista, que la hay, está por llegar. Está en la
respuesta de los de Gamonal, de los indignados de hace poco, y de los de mañana,
a la pregunta que sigue en el aire:
¿Y ahora qué?
P.D.- La letra de “Lamento borincano” aparte de ser otro
lamento, viene a decir lo mismo, a través de una canción preciosa. . Si, claro que si, el lamentarse esterilmente es otra de nuestras señas de identidad.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------