domingo, 13 de noviembre de 2011

PLACIDO Y EL MANUAL DE USO CULTURAL. (TAKE TWO).


“El humor negro es un tipo de humor que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas” DRAE.

Castro Sendra -Cassen- aceptó la condición de “no actuar”, de comportarse ante la cámara como era en realidad. Y estoy seguro que, al firmar, murmuraría aquello de “No te…, como si yo pudiera hacer otra cosa”.

Es el único personaje real – Zavattini y su ladrón de bicicletas, mediante- de la película. El único con quien puede identificarse el espectador, en su odisea de veinticuatro horas, donde la Ítaca homérica se convierte en la letra del motocarro que hay que pagar antes de la medianoche del 24 de diciembre. Su historia es tan cercana a la nuestra, tan verosímil, que la damos por válida para mantener el MacGuffin hasta el final.

Salvo que, desde el principio, se encuentra rodeado por un mundo absolutamente esperpéntico, por un compendio de personajes que son un acertado retrato, cruel y a la vez cómico, de la sociedad española de postguerra, y puede que de la de ahora mismo.
Esa es la grandeza de los genios, su intemporalidad. Y si Goya ya había hecho merecedores a sus caprichos, de su adscripción a eso que llamamos humor negro; no es hasta que Berlanga rueda Placido en 1961, cuando ese concepto toma su auténtico significado.

“Ponga un pobre a su mesa” era el título de la campaña navideña, organizada por los medios de comunicación de la época, en la que veríamos las caritativas fuerzas vivas -y otras no tanto- del lugar, compitiendo entre sí por llevar a su casa durantevunas horas a un desgraciado (sic) para que compartiese la comida familiar.

Aparentando una generosidad inexistente, en una competición dirigida a demostrar unas virtudes, cuya ausencia será puesta en continua y cómica evidencia. El cinismo, la desvergüenza, el despropósito, el racismo implícito en los diálogos de los pudientes es tan impresionante que, el resto era previsible.
El sarcasmo, el veneno, la gracia mediterránea y toda la tradición teatral de la tragicomedia patria puestos al servicio de Azcona y de Berlanga. Una comedia costumbrista que, a pesar de eliminar cualquier referencia que pudiese resultar hostil para los tabúes censoriles de siempre, se convierte en un ataque tan feroz como sutil, tan mordaz como subversivo, a las convenciones morales de entonces y de ahora.

Nominada al Oscar a la mejor película de lengua no inglesa. La felicitación desde el Pardo le llegó mediante una frase lapidaria y ya histórica: “Es un buen director y un mal español” Mientras, José Luis, que siempre fue un anarquista de derechas, intentaba explicarle a Bergman, ganador aquel año, como había podido hacer aquellos prodigiosos planos secuencia, sin apenas dinero, con algo tan sencillo como un buen guión y un puñado de actores -los suyos- de excepción.

Uno vuelve a verla y vuelve a sentirse identificado con sus personajes, las víctimas de la campaña “Ponga un pobre en su mesa”, con el pobre que come bien por un día, en mesa ajena.
Solo que, llevaba tanto tiempo, un servidor,convencido de que no hay pobres, de que la justicia social había relegado a la compasión forzada, a la falsa caridad provinciana al baúl de los recuerdos; que las instituciones públicas son de todos y que jamás, bajo ningún concepto iban a despilfarrar en champán francés, pagado con dinero de los prestamistas, el dinero que vamos a necesitar mañana mismo para dar de comer, por justicia y no por caridad, a los que hemos firmado, sin saberlo la letra impagable del humilde motocarro de Placido, que solo de pensarlo, se me atraganta la Navidad.

Tanto tiempo equivocado que, como la Concheta, que fue viuda antes que esposa, me veo escupiendo las peladillas, robadas por otros de la cesta, y que mi dentadura no acierta a negociar.
Por cierto que a las campañas caritativas de hoy, las llamamos ONGs. Y lástima que no
tengamos a mano ninguna palmera. Se las llevó por delante el picudo rojo.

«Nos llamaban las dos palmeras porque éramos lo único que había en el desierto del cine español». (Berlanga habla sobre Bardem).

«Y el mes que viene, otra vez el mismo fregao» (Plácido).


P.D.- No es la primera toma de Plácido en este blog. Ojalá no tengamos que revivir escenas parecidas y, además, cincuenta años después.

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