sábado, 26 de noviembre de 2011

DIARIO DE UN SENDERISTA EQUIVOCADO.-


Yo anduve por el GR 113.-Capítulo I.-

Camino natural del Tajo. 1080 Km desde la Sierra de Albarracin, hasta Lisboa.

Etapa 17 (O así). Títulada:

Hora es de emprender el camino de regreso.

Y no solo en el terreno económico.

Toca recapacitar sobre los movimientos slow, filosóficos, aquellos que predican vivir la vida mas despacio, con un progreso lento y “sostenible”, como si el progreso o el amanecer de cada dia pudiesen detenerse, enlentecerse, al gusto de cada cual. Como si las horas pudiesen demorarse según las preferencias del que mira el reloj.

Mira que somos ingenuos. Inocentes y soñadores en un mundo, a todas luces, lleno de piedras que hay que sortear.

Las traslaciones desde el Oriente, hacia nuestro meridiano, de las religiones de la túnica azafrán y el pachulí que nos encandilaban hace nada. Los movimiento cuasi místicos, en loor de la Madre Tierra, que han predicado los verdes –ya salió el color, como si con una lente tintada fuese suficiente- los ecologistas, cuya doctrina se remonta al origen de los tiempos, al momento aquel en que el sediento nómada que todos llevamos dentro encuentra una fuente de agua, saciadora y cristalina, y su primer pensamiento no es otro que el de protegerla del inevitable emponzoñamiento de los que vendrán detrás, inexorable.

Todos ellos los guardo en la misma carpeta, la del lujo. Valores incontestables sin duda. Magníficos y necesarios sentimientos para el progreso de los valores mas queridos por los hombres de bien. Buenismo lo llaman ahora. Igual que viejunos o periclitados a aquellos que, como los que he citado, pertenecen al pasado, sin haber tenido presente. Lástima.

No he vuelto a ver los del hari khrisna, fuera de algún carnaval trasnochado.

Del resto de movimientos religiosos, políticos, o si queréis filosóficos que abundan en el terreno fácil de una sociedad rica, confortable y por tanto con evidentes excedentes de far niente, de tiempo libre y corazones descansados dispuestos a cantar al cielo, al amor eterno, o a la madre tierra. De todos ellos nos quedará el dulce recuerdo de la nostalgia, la añoranza de lo que no pudo ser, y la premura de que no hay tiempo para otra cosa distinta del inevitable quehacer cotidiano en tiempos difíciles.

Lujos de unas sociedades ricas, con las que hemos pretendido compararnos, en una imitación costosísima y temeraria, y cuya mera sombra, que todavía adormece amablemente nuestras cabezas, no deja otra evidencia que la bondad inherente a gran parte de nuestra sociedad. Bondad que es necesaria, pero no suficiente, para seguir un camino sembrado de piedras peligrosas. Y no voy a ser mas explicito porque la insistencia solo es válida para determinado tipo de emisores. Los de la propaganda fácil y grosera, (los de la pistola y gorra de plato cuando toca, que ahora toca de otro tipo, no por ello menos dañino), la propaganda electoral, la elección periódica entre ellos y el caos, sabiendo que ellos son, tambien, el caos.

Que si, que viene la ola, pero en versión de los Hermanos Calatrava, que son los autóctonos de celtiberia, y en la que no hay lugar para caprichos .Como mucho, flan chino.

Aunque, de lo que estaba hablando, de otro tipo de regresos, es el de los viajes. De esos viajes necesarios, que hacíamos hasta hace bien poco para ir “de viaje”. Coger un autobús que nos lleva al tren que nos conduce al aeropuerto, desde donde el avión nos dejará cerca del puerto donde realmente comienza el viaje, el crucero. Total, dos días, mil doscientos kilómetros, con noches de hotel in itinere, para poder alcanzar el objetivo, iniciar un viaje. No exagero, y lo sabéis.

Como sabéis cuantos de vosotros habéis hecho el mismo, lento y costoso trayecto, para iniciar el camino del calatraveño, la etapa inicial aquella, entre Roncesvalles, a mil doscientos kilómetros, y Larrasoaña, donde la vieja lesión en el metatarso recuperó su capacidad de de amargar la fiesta y replantear la aventura para el año siguiente, y el siguiente del siguiente. Y en cada intento cuatro días de trayecto. Miles de millas acumuladas en las tarjetas de viaje, y la evidencia de que nos lo podemos, nos lo podíamos, permitir.

Claro que lo fácil, o mejor lo natural, lo razonable no tiene el menor interés para los que llevamos tiempo imitando, consumiendo, y derrochando una energía y unos medios que nos rebosaban, al parecer.

Todo eso viejuno, también, aparte de estúpido. Aunque solo puedo aplicar el calificativo en lo que a mi experiencia concierne, los demás tienen todos mis respetos.

Sucede que la cosa , inevitable, de circular en medio del rebaño, a pesar de la resignación con que sigo rumiando la rala hierba que mi abatida cabeza puede afanar, siempre me ha dado un poco de grima. Supongo que tambien es un sentimiento universal, la vanidosa pretensión de ser diferente en un mundo, en un hormiguero, en el que todos quieren serlo.



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