Al menos, en las películas antiguas.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
jueves, 20 de septiembre de 2012
JOHN HUSTON EN EL MANUAL DE USO CULTURAL. ( El nº de Septiembre ya en la calle).-
El ocaso de los dioses, o la enésima y placentera revisión de una película maldita, que en todas las enciclopedias figura como drama, romance y western, no siendo ninguna de esas tres cosas.
Aparenta ser el salto de un director especializado en el cine de aventuras hacia la intelectualidad metafísica. O quizás sea simplemente el resultado del montaje apresurado, forzado por los productores, sobre los restos de una película que no pudo ser. Evidentemente es teatro filmado, firmado por Arthur Miller.
Diálogos tan esplendidos como inconexos a lo largo de una obra fragmentada por los avatares de un rodaje caótico. El ausente, o quizás falso final, sin títulos que lo certifiquen, ni epilogo que lo justifique; nos confirma la sospecha del combate cotidiano entre guionista y director a lo largo del rodaje; ayudados en el común objetivo hacia la catástrofe, por estrellas que, a punto de desaparecer, están prestando a la pantalla los últimos rayos de energía que preceden a su extinción.
Una producción de lujo en la que los textos del dramaturgo estarían bordados por alumnos destacados del Actor´s Studio, entre los cuales intentaba infiltrarse Marilyn, asesorada por una profesora de la academia, experta en coaching, que fue la primera en rendirse.
Clift solo necesitaba prestar su magnífico rostro de juguete roto, literalmente, al intentar ocultar con afeites y encuadres el lado malo, paralizado, de su cara; secuelas de una reciente reconstrucción. Gable que estaba perdido entre actores como Wallach o Clift, había adelgazado más de lo saludable para poder asumir un papel pensado para Robert Mitchum. Y ninguno de ellos, pese al desinterés del alcoholizado Huston, que dormitaba durante el rodaje, en los ratos perdidos entre una y otra noche loca, consiguió aparentemente salvar del desastre esta película inclasificable.
Los títulos de crédito ya previenen al espectador sobre su contenido, un puzzle que tendrá que armar con bastante cariño y paciencia, muchísima paciencia; dando por bueno el que le sobren algunas piezas, y le falten otras en la zona vital del cuadro, aquellas que deberían cerrar de manera coherente la imagen, en esplendido blanco y negro, de una naturaleza salvaje a punto de convertirse en carne enlatada para animales de compañía. Un canto al conservacionismo y a la protección medioambiental, como esbozo ecologista, echado a perder por el sentimentalismo histérico del personaje de Marilyn, en la escena cumbre de su carrera, según algunos fanáticos.
Afortunadamente, el exceso de medios empleados, los recursos obscenamente invertidos en su producción, nos ofrecen escenas imprescindibles para comprender la historia del séptimo arte.
Me refiero a aquellas en las que aparece un personaje, aparentemente menor, pero que quizás sea el mas elaborado, el mas redondo de la película, encarnado –la palabra interpretado no hace justicia- por esa actriz que oscurece inevitablemente todos los repartos en los que ha estado incluida. Thelma Ritter, incluso con el brazo en cabestrillo, y solo con la media docena de frases que le han asignado, nos hace olvidar cualquier intento más o menos logrado, de escenificar la carga psicológica, en cuatro personajes poseídos por el mismo pesimismo crepuscular que los asfixiaba en la vida real. Thelma Ritter nos demuestra que se puede, y se debe, prestar un poco de humanidad a los que te rodean, cuando todo a tu lado es cabeza perdida, como en los versos de Kipling. Comprobadlo (En el film y en la vida real).
Huston lograría dirigir al menos una película con evidente trascendencia psicológica, y textos de Joyce, la esplendida “Dublineses” que aquí se tituló “Los muertos”, más que nada por incordiar. Y continuaría, octogenario y enfisematoso, con el habano en la boca, junto a la mascarilla de oxigenoterapia en la nariz, demostrando que la fortuna, el azar, y nadie más, es quien puede escribir los guiones de eso que llamamos destino.
P.D.- Os incluyo alguna afoto sugerente de lo perniciosas que son las malas compañias, de lo malos que son los excesos, y de lo que dije, de quien manda aqui.
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domingo, 16 de septiembre de 2012
PIEDRA, PAPEL Y TIJERA.-
LECTURAS VERANIEGAS (7) .- (CAPOTE).
Piedra, papel o
tijera es un juego infantil conocido también como cachipún, jankenpón, yan ken po, chis bun papas, hakembó, chin-chan-pu o kokepon.
Es un juego de manos en el cual existen tres elementos. La piedra que vence a
la tijera rompiéndola; la tijera que vencen al papel cortándolo; y el papel que
vence a la piedra envolviéndola. (Wikipedia)
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-Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del
Derecho al Honor, a la
Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen.
-Ley Orgánica
15/1999 de 13 de diciembre de Protección de Datos de Carácter Personal,
(LOPD), garantizar y proteger, en lo que concierne al tratamiento de los datos
personales, las libertades públicas y los derechos fundamentales de las
personas físicas, y especialmente de su honor, intimidad y privacidad personal
y familiar.
-Directiva Europea 95/46 CE de 24 de octubre del Parlamento
Europeo y Consejo relativa a la protección de las personas físicas en lo que
respecta al tratamiento de datos personales.
-Constitución española de 1978: En el artículo 18.4 se
dispone:
"La Ley
limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad
personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus
derechos"
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Nunca, en mi vida, he jugado al
juegecito en cuestión. Y bien que lo siento, porque ciertos juegos, al menos
los inofensivos como ese, siempre son educativos y supongo predisponen al
futuro adulto a una actitud más festiva y deportiva, incluso ante las
calamidades. Lástima.
Aunque supongo que nunca hubiese
aceptado, de buen grado, es decir, sin rechistar, una de sus premisas,
concretamente la que hace referencia a que el papel vence a la piedra envolviéndola.
Se necesita estar muy necesitado
de que a uno lo dejen jugar, para aceptar una regla tan disparatada. Aunque a
los millones de jugadores, felices ellos, les parezca lo más normal del mundo.
La piedra es la piedra -
lapidatio por ejemplo- y el papel solo tiene supremacía frente a ella para los
que creen en él con los ojos cerrados y, obviamente, para los que se benefician
de estos creyentes.
Veamos:
Tenemos leyes orgánicas,
directivas europeas, artículos constitucionales, decretos, etc., que abundan en
el mismo sentido, el de la protección al honor, la intimidad y la privacidad
personal. (Papeles).
Y a la vez, encontramos
publicaciones, más o menos literarias, con recopilaciones de cartas escritas
por tal o cual señor. Generalmente el señor suele estar muerto en la fecha de
la publicación, es decir indefenso, más indefenso si cabe ante la piedra -
envuelta por el papel- que hace trizas todos los presuntos derechos a la
intimidad, honor, etc.
Cartas que fueron escritas para
ser leídas exclusivamente por sus destinatarios y que, lógicamente, desnudan a
quien las escribe hasta el límite de desnudez que este consideraba adecuado
para sus presuntos receptores, y para nadie más.
De cómo estos queridos,
estimados, apreciados, o como fuese, en que la primera palabra se anteponía a
sus nombres, han guardado esas cartas, permitiendo que ese legado que,
obviamente terminaba en ellos y en aquel instante -y solo entonces- han consentido que sus herederos y otros
buitres varios, las coleccionen de manera exhaustiva y las publiquen urbi et
orbe, dejando al descubierto historias y sentimientos cuya manifestación
publica rompe el fundamento moral básico del respeto ajeno, sin considerar la
infracción de las leyes citadas (papeles) al respecto, es algo que se me
escapa, como tantas otras cosas.
El que lo hagan, los
beneficiarios, con total impunidad, no se me escapa en absoluto. Algo
consuetudinario.
Y si, he tenido que leer las cartas
de Capote, supongo que solo algunas de ellas, las que estaban en manos de
indeseables dispuestos a venderlas, o la de los cándidos que los legaron a
ciertas instituciones para las que ciertas palabras escritas con mayúscula como
Historia y Cultura lo justifican todo, o casi.
Resulta inevitable, y hasta
espectacular, sumergirse en esa época en la que los medios de comunicación y
las actividades culturales, incluso las políticas, y otras de índole diversa llegaban a confundirse. Y hacerlo
a través de un elemento como este chico malo al que tan difícil resulta buscar
un adjetivo a medida sin caer en banalidades tan merecidas como el de crápula,
es una manera fácil y divertida de
sumergirse en los años cincuenta y sesenta saltando de uno a otro de los medios
de entretenimiento que el imperio americano regalaba a la humanidad global. Cine
(guiones), teatro, cuentos (la panacea de las revistas literaria, alimento de
la progresía e intelectualidad de postguerra), fotografía (Cecil Beaton como
destinatario habitual de estas cartas), pintura, poesía (poca, no se llevaba
entonces, tampoco), y sobre todo la crónica mundana de la jet económica y
política, cuya degeneración personal retrata Capote, y no solo en estas cartas, con el color que
tanto disgustaría, supongo, a sus destinatarios. Color poco favorable, la verdad.
Pero las misivas recogidas en el
tocho, aparte de tener nulo interés literario o histórico en su mayoría, dejan
desnuda la piel del camaleón de Capote, expuesto a que cualquiera que las lea,
realice un impúdico juicio sobre la intimidad, la parte expuesta de ella, de
quién dedicó media vida, o tres cuartos, si hemos de creer lo que escribe, a
redactar en Palamós, una historia tan macabra como la reseñada en su
sobrevalorada “A sangre fría”, hasta el extremo de remar con todas sus fuerzas
para que la parte final de los hechos , trágicos y crueles a más no poder, se
adaptasen minuciosamente, al guión que previamente había escrito, y vendido.
Resulta espeluznante comprobar
como una mente tan brillante –algo indudable- pudo estar enfangada durante años
en una tarea semejante. Ese retrato, indirecto, se convierte en un autorretrato
perfecto de un individuo que, como todos, tiene, debería tener derecho, a que
esa parte de su privacidad, incluso después de fallecer, jamás fuese hecha
pública.
Y volvemos al principio, al
estado o estados de derecho, de ausencia de ellos. De cómo el papel envuelve la
piedra y, al parecer, la vence.
Algunos seguimos sin creerlo, y
lo que es peor, sin querer jugar a este juego tan absurdo, por infame.
Las próximas cartas que voy a
leer serán de ficción, o no serán cartas. (Aunque habla el Capote tan bien de
las de Wilde, que...).
Si, somos humanos, curiosos y
pérfidos, ya lo se. Pero no hablo del individuo, y menos en primera persona -
angelito mío-, hablo de la sociedad, de la que hace leyes y las usa para
envolver piedras, y consentir cantazos impunes. De eso hablo.
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sábado, 15 de septiembre de 2012
12 Razones de Por que la amo (Rich-Jones) .- (7)
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ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (9)
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miércoles, 12 de septiembre de 2012
DELICIAS GASTRONÓMICAS.-
Delicias gastronómicas de un verano sincopado.-( Entre
Navarra y Portugal) El Patorrillo.-
Osasuna 3 - Benfica 1
El patorrejo, patorrillo o menudicos de cordero. Ese gran
desconocido, esa joya oculta de la
cocina relapsa.
Inciso aclaratorio: La cocina relapsa, edir de los relapsos,
es aquella propia de nuestro país, donde los sibaritas del puchero hubieron de
proscribir del susodicho todo tipo de ingredientes pecaminosos, mayormente las delicias procedentes del marrano.
En los tiempos generadores de identidad común, - si, de la
unidad de destino en lo universal- los relapsos, aquellos que jamás renegaron
de su fe original, sea la de Mahoma, o Jehová, tuvieron que ingeniársela para
comer rico sin por ello merecer la hoguera. De allí salieron platos esplendidos
como la chanfaina, la morcilla morenga –explicito nombrecito le pusieron- y last
but not least, el patorrillo. O sea los menudicos de cordero, callos,
sangrecilla y manitas de esta indefensa
bestezuela, para mejor entendernos.
Para aquellos que significó ser nuestro primer plato, tras el destete, con el sabor agridulce, el
tacto gelatinoso y la textura del bolo apropiada para unas encías sin dientes,
propias de aquellos primeros días del cuento este, al que algunos llaman vida,
poco tengo que explicar.
El punto de acidez apenas insinuado, ese procurado a través
una gotas de vinagre sabiamente dosificado, y el fondo amable y reconfortante
del pimentón dulce, son el retrogusto de esta primera papilla – el pelargón no se
había inventado- que evoca en el viajero los recuerdos más queridos de la
memoria, aquellos agridulces que marcan la separación del seno materno, y el
descubrimiento del prodigioso e inabarcable mundo exterior.
Esos momentos cruciales donde
comienzan a formarse los recuerdos que forman la personalidad del individuo, y
entre los que figura el patorrejo, su sabor, como banda cruzada en el pecho
acreditativa del trascendental ingreso
en el club de los supervivientes, que no es poca cosa, a pesar de la
inconsciencia colectiva al respecto.
Evidentemente conserva, quinientos años después, el aspecto
de aquellos platos en los que la imagen, la presentación, o el recipiente
exquisitos, obviamente no eran necesarios. Tan solo el aroma, pimentón
mediante, y la flácida textura adivinada en las piezas que emergen del
prodigioso y lechoso liquido celestial al que algunos profanos llaman salsa,
han sido suficientes, a través de los siglos para identificar semejante fuente
de placer cuando no de ingrediente alimentario fundamental para desdentados o en ciernes de estarlo.
Claro que, es propio de la locura colectiva de los últimos
tiempos, que el vino deba proceder de cepas milenarias, vendimiadas justo el
día después de aparecer la última nereida en el cielo –descogotados y muertos de
risa he visto a mas de cuatro enólogos de postín- y las huevas de esturión de
la charca local, ingerida en cuchara sopera, alternando el bocado y el trago,
con los consabidos y trufados bocados de corazones de alondra. La estulticia
convertida en virtud, propia de las profecías que preceden al apocalipsis de
pacotilla que estamos viviendo, nos hace olvidar que además de los
tradicionales platos de tenedor o de cuchara, existen otros muchísimo mas
antiguos y no menos exquisitos, como son los que necesitan otro utensilio,
universal y primigenio entre nosotros, para su ingesta.
Me estoy refiriendo al
trozo, pedazo, churrusco de pan en la mano dominante del comensal.
No intentéis comer patorrejo, chanfaina o morcilla morenga
sin medio kilo de pan, del mejor, al lado. Las barras, baguettes o pistolas, os
llenarán también el estómago, pero solo la blancura inmaculada del pan candeal,
el de miga prieta y corteza gruesa , acompañarán el novio al altar de vuestra
boca sin antes succionar impropia y ávidamente el jugo de esta exquisitez gastronómica que
debe aparecer intacto en el lugar donde las papilas gustativas lo están
esperando para el sacrificio.
Sacrificio necesario para que el placer se convierta en éxtasis y nos haga olvidar la maldición que nos acompaña desde la perdida del paraíso. Aquella que decía no sé qué sobre comed y reproducíos.
Sacrificio necesario para que el placer se convierta en éxtasis y nos haga olvidar la maldición que nos acompaña desde la perdida del paraíso. Aquella que decía no sé qué sobre comed y reproducíos.
Ambas condenas pueden ser placenteras, si no abusamos. Para muestra el patorrillo.
Fácil de cocinar y con ingredientes al alcance de cualquier
mercado, y bolsillo. Cualquier día me pongo a ello. Recetas no os doy, ya sabéis
donde están. Ahora con el beneplácito de la SGDA que no os perseguirán por
bajarlas.
Si, tengo hacer otra salvedad importante, la de acompañar a
la mano del pan con un buen vaso de tinto en la contralateral, y de evitar que
imiten el ademán los niños. A los abuelos hay que tolerarles la ingesta del
morapio (por una vez, la referencia a los relapsos no es descalificadora) e
incluso estimularla, para evitar gastos extras en las recetas del seguro.
Hábitos saludables, aunque procedan de usos religiosos en comunidades marginadas, son encomiables.
Además, dentro de nada, marginados todos.
Pero un buen patorrillo... una hogaza de pan y una frasca de
buen vino (todo el vino lo es, no os dejéis embaucar) pueden ser unos
excelentes compañeros en la singladura de nuestro titanic particular.
Salud.
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domingo, 9 de septiembre de 2012
BUSCANDO EL AURA.-
Buscando el aura.-
Cuando en 1857 Sabatier introduce su efecto de solarización
en la fotografía, se abre el camino para la búsqueda de aquello que la imagen
esconde detrás. Algo que el hombre busca capturar y plasmar en dos dimensiones,
estáticas en el caso de la imagen fotográfica, y que no es otra cosa que el
halo que presuntamente envuelve a los seres vivos, su aura, o su alma en el
caso de los que la tienen.
Man Ray da un paso adelante, o hacia atrás, al centrarse en
el componente artístico de la solarización bien entendida, es decir en manos de
un artista que intenta sobrepasar los límites técnicos de la fotografía. Años
30.
Un nuevo ciclo se abre en esta búsqueda, gracias a los
lomomaníacos, de los cuales es de esperar grandes logros en la captura del halo
sagrado. De fe andan sobrados.
Pero es la tecnología, la que vuelve a sorprendernos, el novísimo
unreal view que la app basada en Android 5.0 e incorporada en algunas cámaras digitales top fashion de más de 30
gigas, y unos 10.000 $ (no disponibles
en nuestras tiendas, de momento) la que ha conseguido algo impensable hasta
ahora. Desvelar la impostura de las imágenes tal y como las conocíamos hasta
ahora, basadas en la manipulación de la mente del espectador que de una forma u
otra termina viendo aquello que el emisor de la imagen pretende. El fraude ha
terminado.
Además el plugin que incorpora el último Photoshop, el CS9,
solo para archivos Raw, ya nos permite
capturar la realidad que subyace detrás de ciertas fotografías.
Para muestra os pongo el resultado de pasar por el filtro
correspondiente la fotografía de los miembros del gobierno saliendo del conclave
hispano alemán de la semana pasada.
Ha sido un arduo trabajo por mi parte, pero creo que ha
merecido la pena.
Os la muestro ampliada, más abajo. Comprenderéis que el alma – la de alguno por
lo menos- está al caer.
jueves, 6 de septiembre de 2012
ESTAMBUL, Y OTRAS CIUDADES IMAGINADAS.-
LECTURAS VERANIEGAS. (6).-
Pamuk y su pueblecito
de mi infancia querida.- (Palabras mayores).-
El desprestigio de los premios prestigiosos como losa que
cae sobre algunos autores y sobre todos sus lectores.
Con las honrosas excepciones- no todas lo son, ni honrosas
ni excepciones- del sueco de las letras. Las estatuillas, pergaminos o simples
y emotivos talones cubiertos de ceros, a la derecha, suelen corresponder la
mayoría de las veces al autobombo de la institución en cuestión y de sus
oficiantes que, al no tener otro oficio, mal podrían justificar sus ternos y su
prosopopeya sin estas inútiles y costosas (para el pueblo, la mayoría de las
veces) justas primaverales, poéticas, cinematográficas o libidinosas, como es
el caso de los premios p. de Asturias, cuya obscenidad de distinguir a los ya
previamente distinguidos y exageradamente remunerados con las mas esotéricas y
extravagantes disciplinas, no hace otra cosa que dar a entender de modo
prístino que el premio se lo están dando cada año a ellos mismos, a los
otorgantes u otorgadores.
De ahí la relación entre obsceno y libidinoso,
diferencia de conceptos que mi confesor nunca llegó a aclarar del todo. El
pobre.
La de los Nobel, suele ser de esas rarezas que confirman la
norma. De esas acreditaciones urbi et orbe a la obra, y a veces a la vida, de un
escritor, que suele satisfacer las expectativas morales y culturales de los
lectores, que las políticas ya son otra
cosa.
Por eso la aparición anual, a veces, de un nombre nuevo, nos
excita las antenas neuronales y nos acerca a los textos de un escritor
desconocido, hasta ese instante. A veces también, ese es uno de los momentos
más gratificantes en la vida del lector. El descubrimiento de un señor con una
mente prodigiosa y con la capacidad de transmitirnos de forma fácilmente
digerible, las ideas que a él, sin duda, han ido marcando a lo largo de su
vida. Al fin y al cabo, como decía el tío Oscar (Wilde, no resbaléis) escribir
es algo tan fácil como tener algo que decir y fijarlo en un papel.
Estambul, es un trabajo de difícil ubicación en cualquier estantería
temática y también, probablemente, de difícil lectura. Al menos es la primera
vez que me encuentro con un libro autobiográfico de una ciudad, relativo
exclusivamente a los años de la infancia del escritor que, con inmenso placer,
asume esa tarea. Supongo que cualquier otro intervalo temporal, década delante
o detrás de la reseñada, hubiese ofrecido un resultado bastante similar, si no
idéntico. Así ha sido esa ciudad, y su gente, durante los últimos cien años, en
los que el continuo cambio, casi siempre a peor para los nostálgicos, solo
parece haber dejado su alma, el Bósforo, en condiciones de espejo en el que
puedan reconocerse los estambulies de cualquier generación.
Al principio encontré su paralelismo, que lo tiene, con “El
cuaderno gris” el falso dietario de adolescencia de Pla, muchísimo más personal
en el sentido de centrarse en el terreno de los recuerdos y entorno próximos,
jamás en la intimidad que está lógicamente ausente en ambos autores, y en el
sentido también de no necesitar el evidente y abusivo repaso bibliográfico que
sufre la hemeroteca de Constantinopla a cargo de Pamuk. Así, un libro lo
escribe cualquiera. Corta y pega para exquisitos.
Ambos tienen otros puntos en común, la soterrada misantropía
que divide el mundo entre los tontos y los otros, los que son mas tontos
todavía, pero siempre mas tontos que ellos, así como en la elegantísima e infranqueable línea impuesta por la autocensura, a la que
Pamuk llama simetría en un alarde de experiencia a la hora de trabajar con el
papel de fumar, de cogérsela con el.
Supongo que son de esas cosas que los sabios te enseñan con
discreción, y que facilitan en todo caso la supervivencia del escritor en un
territorio hostil, en manos de aquellos excesivamente convencidos en las
razones que les otorgaron el poder. “Mi miedo no era temor de Dios, sino, como
el de toda la burguesía laica turca, temor a la ira de los que creen demasiado
en Dios”.
En el caso de Pla ni tan siquiera existía ese problema. Era
un tema tabú, innombrable. Como lo es para ambos el de la política, donde la
simetría debe cuidarse con precisión minuciosa y donde cualquier escritor de
ese nivel solo puede conseguir sinsabores, algunas veces fatales. Seamos
simétricos pues.
Vuelvo a buscar las razones de un escritor consagrado y,
obviamente, sin necesidades pecuniarias acuciantes, para entregar al editor, a
cambio de un talón con muchos ceros que, incluso en liras turcas, suponen la
seguridad económica vitalicia para el presunto autor. Y aparte de otras
igualmente evidentes, la confirmación
del interés por parte de los lectores, millonarios en numero y en ilusiones, y
entregados al consumo irracional de cualquier libro de “moda” patinado de
prestigio, o avalado por algo tan vano como las listas de ventas y los montones de ejemplares en las esquinas
estratégicas de los templos-librerías de la cosa.
Es mi caso, del que estoy hablando. De la media docena de
habas que he encontrado en este roscón
de reyes estival, en el que ni siquiera la corona dorada ha cumplido su
función, aunque esto último resulta tan habitual que no sorprende a nadie.
Y hubo más:
Principiantes. “De
qué hablamos cuando hablamos de amor” de Raymond Carver. Relatos
deprimentes, entre los que hay uno que permanece en el recuerdo como las flores
en la hierba. Se llama “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Curioso.
El Tercer Reich, de
Bolaño. Supongo que no hay piedad para los muertos si se van con dientes de
oro. Su novela borrador que, justamente, se negó a publicar en vida.
Y una recopilación epistolar de Capote, “Placeres fugaces”. Cartas escritas por él, incluso
aquellas en las que notificaba a sus socios (no parece que tuviese muchos
amigos, a pesar de presumirlo) los paseos de sus perros y gatos, así como la
tirria que tuvo a Carson (McCullers), a quien envidió de forma malsana hasta el
fin, igual que a Cheever, igual que... a
tantos otros, a los que su innata agudeza reconocia como superiores.
Todo vale a la hora de pescar incautos gambusinos, como el
que suscribe. Y sin embargo quizás las hojuelas de Capote sean lo más valioso
de de este montón, lo más real, en medio de tanta ficción desafortunada. Otro
día tendré que dedicarle un aparte a la indecencia que tuvo este señor con los
chicos ejecutados en Kansas “a sangre fría”.
El morbo elevado a la categoría de obra
maestra-siniestra. Eso vende, vaya que si vende.
Afortunadamente llega el otoño un día de estos, y los
clásicos siguen ahí esperándome en la estantería de los amores interrumpidos.
Va a ser cosa de mirar hacia atrás, aunque sea con una pizca de ira. La sal de
la vida.
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