jueves, 22 de enero de 2015

BSO DE LOS DESCANSOS.- III

                                



A veces soy como el rio:
Llego cantando...
Y sin que nadie lo sepa, viday
Me voy llorando...

Es mi destino,
Piedra y camino...
De un sueño lejano y bello, viday
Soy peregrino...



Los interludios instrumentales, infrautilizados habitualmente como obertura o como sintonía de cierre, son algo más, algo que pueden  llenar de impotencia las manos, incapaces de hacer vibrar las cuerdas de una guitarra, y las de algunos corazones, para que nos vamos a engañar. 
Al fin y al cabo no hacemos otra cosa que simular los sentimientos y sus ausencias, con los pequeños placeres que podemos pellizcar en instantes aparentemente banales como escuchar una balada juvenil, escrita y grabada hace cincuenta años, y dejar que esas manos inútiles simulen tocar esa guitarra solista que muchos hemos soñado tocar.

Al final he debido autoconvencerme de que las eléctricas tocan solas, veo que las enchufan, tocan un botón o dos y a sonar, no hay problema alguno en convertirte en guitarrista de primera y, como en la vida, si no tienes fe en la habilidad de tus dedos o en la virtuosidad de tu desafinado oído, mejor dejarlo así, y no intentar comprobarlo para no romper la ilusión, que esa si es fundamental para levantarse todos los días. Después de todo el poder escucharlas y además agruparlas en un disco ya es lo suficientemente placentero para espantar tus carencias. No se puede tener todo.

Uno estaba harto de silbar hasta agrietar los labios, el interludio sinfónico de Cavalleria Rusticana, y cuando ví que el Coppola lo incluía como tema central de El Padrino 3 o 4 que ya no recuerdo, me di cuenta del acierto de ir escuchando instrumentales entre copla y copla; como si al separar los boleros unos de otros con estos pretextos, se prestase un descanso a las almas compungidas por tanta traición.

Comenzaron Los Relámpagos, los Spotnicks suecos, y Los Pekenikes, aunque antes habíamos escuchado el “Apache” de los Shadows en la sinfonola de la capital, ignorando hasta mucho después quienes fueron los intérpretes originales, los compositores e incluso los productores, que todo fue llegando. Bien es cierto que los Tabajaras y la trompeta de Roy Etzel cobraron un exagerado protagonismo en esa época en que sobran las palabras, la luz, y otras cosas. Papetti llegó algo tarde a la cita, igual que Lafayette estaba demasiado lejos con su Hammond y sus versiones, y a pesar de todo los escuchamos como si hubiesen crecido con nosotros, o más bien como si hubiesen decidido dejar de crecer, también con nosotros, y quedar sonando en los momentos esos en que se impone el silencio, la melancolía o cualquiera de los sentimientos adolescentes que los putos años insisten en convertir en desfasados, obsoletos, despreciables, y eso me temo que no lo van a conseguir. Ya digo que Daphne es muy suya, el Jack Lemmon que comienza con un disfraz grotesco y termina cogiéndole algo más que cariño.

Canciones que eran de suyo fox trot, polcas, o cosas mucho peores, aunque la clasificación elemental entre rápidas y lentas era tan efectiva como suficiente para melómanos distraídos en otros quehaceres pero que entendíamos naturalmente, que la música era divertida, e imprescindible para la diversión, y afortunadamente fuimos sometidos a su influencia, o algo parecido.
Afortunadamente ahora los etiquetas nos importan un bledo, y nos permitimos intercalar temas inclasificables que harán reír o llorar, y a veces las dos cosas a la vez, aunque resulte difícil el discernirlo. El drama femenino y el masculino, cada uno con sus diferentes patrones de tragicomedia, de deseos desatendidos y  la acerada crueldad que el desamor puede inspirar al rapsoda. De todo hay en el huerto musical de este año.
Aunque ya digo que el límite entre el mal gusto y el mejor gusto, resulta bastante confuso, y que espero la fundada acusación de que se me ha ido la olla, a sabiendas de que la perdí hace tanto tiempo que ya no recuerdo si en realidad era un puchero o un lebrillo.

Si, vuelve Paquita, y también Silvio, aunque este me ha insistido tanto en que además de gracioso era fundamentalmente un gran roquero, como consta en la esquina de su calle sevillana, que he decidido hacerle caso y esta vez dejar de lado las risas. Otro paisano suyo, que también tiene una placa en la plaza de Jesús del Gran Poder , que no es el nuestro Alonso, aunque debiera, es El Pali, y su tema incluido refleja la valentía de romper tabúes y exponerse a lo que sucediole, el ostracismo, la censura que impidió que figurase en los discos aquellos de las sevillanas de oro y que hoy, gracias al mercado negro del mp3, he podido rescatar para que me lo echéis en cara e incluso me llaméis cosas malas, al menos las chicas.

Hay alguna novedad, que me hace pensar si el límite entre  la madurez y la podredumbre  consecutivas y naturales en la evolución de un servidor, se han vuelto realmente indistinguibles, una vez superada la barrera invisible de ambas, ya resulta imposible discernir entre la tontuna de nacimiento y la sabiduría, el falso armiño con el que dicen que los años van recubriendo nuestras espaldas. Supongo que son solo habladurías, eso que dicen.
Digo esto porque de pronto he notado que aparecen temas trascendentes entre los otros, vamos por los cuatrocientos, que aun siéndolo, lo eran a través de la doble lectura del sarcasmo, de la exageración que convierte en risibles los mensajes eternos, o simplemente nos hacen disfrutar de su esmerado sonido. Hoy encuentro alguno que lo es simple y llanamente porque esa es su esencia.

Sin obviar el melodrama que puede encerrar “Mal hombre” y el  casi desnudo mensaje que la salmodia de la chica nos recita como los ciegos hicieran en la ferias de antaño, para intentar vendernos las hojuelas impresas con el romance tradicional, que oscilaba entre el drama y la tragedia, por aquello de usar el sufrimiento ajeno como terapia del propio supongo.

He debido ponerme profundo, espero que subconscientemente, y sometido a la necesidad compulsiva de incluir este poema de Yupanqui, que me parece
Absolutamente intemporal y perfecto, a la vez que un alimento espiritual de primer orden para las carencias del alma. No ha sido fácil encontrar una versión, entre media docena, con la calidad aceptable para que no desmerezca engarzada en este dije  de piedras semipreciosas, y al final he aceptado aquella con el sonido raspado que no desentona a pesar de provenir de algún directo que no suele ser nuestra especialidad.

La verdad que “Piedra y camino” bien merece la excepcionalidad que encierra el aplazar el humor, y el ritmo durante unos minutos de escucha para disfrutar con la sabiduría del poeta, y moralista, que nos confundió al encerrarse con la etiqueta de payador. Sobre todo porque nunca hasta hoy, he sabido que significaba esa palabra.
“Payador, coplero y cantor popular que, acompañándose a la guitarra, improvisa canciones” del lunfardo o criollo, o sea que mira por donde estaba el hombre  en la onda, y lo tenía callado.

                                    
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