martes, 27 de enero de 2015

SI TE GUSTÓ ROHMER, TE GUSTARÁ OGIGAMI.-

                                                          


Los proverbios  y las comedias que nos encandilaron hace treinta o cuarenta años, aparecen redivivos en su formulación actual, oriental u orientalizados en la forma, que no en el fondo.
El momento oportuno en el lugar adecuado, dicen que son las condiciones necesarias, que no suficientes, para que podamos descubrir algo tan necesario como una nueva estrella en el firmamento de la realización cinematográfica. Tanako Ogigami tiene todos los atributos para serlo.

Aquel señor mayor, Eric Rohmer ( Erich von Stroheim + Sax Rohmer) profesor de literatura, nos dejó docena y media de historias hechas cine, con un patrón tan personal como imprescindible para sosegar las almas europeas pos sesentayocho, historias de jóvenes y sobre jóvenes (chicas), sociología como enfoque práctico y afán de trascendencia en un medio en el que los géneros parecían cadáveres de puro tópicos, y donde  la bondad de sus personajes era característica fundamental de ese cine amable, donde el espectador buscaba sumergirse en un medio apacible en el que la maldad no existe, y los problemas son livianos, propios de la edad en la que prima la resolución de los conflictos sentimentales sobre los males del planeta.

Si le añadimos cierta pizca de sabiduría milenaria, la nuez moscada que presta sabor a la croqueta y la hace gustosa, nos encontramos el producto perfecto,  un mundo sediento de buen rollo, de buenismo, de corrección a la hora de exponer unas ideas a tono con las expectativas de quienes no buscan problemas cuando se enfrentan a una película. Chicas guapas, por naturales, y esas pequeñas lecciones que la vida les va enseñando. La formula perfecta con la que el profesor Rohmer nos tuvo entretenidos hasta que su senilidad y la voracidad de los productores le  hicieran rodar bodrios que, obviamente no eran suyos, las excepciones de una filmografía imprescindible: La Marquesa De O, Percevall le Gallois, Astrea y Celadon, y La Dama y el Duque.
Nos dejó casi centenario, y cuando creímos perdido su espíritu para siempre, resulta que aparece una heredera suya, japonesa, que promete continuar en la linea del cine constructivo y relajante, para mentes atribuladas como las nuestras.

Sospecho que no es tan oriental su cine como esta nos lo pinta. Su formación en USA y su  interacción con Occidente tanto en la ambientación, Helsinki en  “Kamome Shokudo” 2006 , en la música que nos recuerda al cine de Tati, así como en el uso exquisito de sus tópicos nacionales que curiosamente están de moda en todo el planeta, gastronomía, y filosofía religiosa o religión filosófica, con esa base budista tan querida para los pacifistas o sencillamente para los aterrorizados usuarios de cultos monoteístas, es decir prácticamente para todo el mundo.

Afortunadamente, debo entender, acerté en la elección a la hora elegir una película de esta directora, “Megane” 2007 (que significa “gafas” en japonés, y no es el modelo de auto en el que muchos estais pensando) y resultó fascinante desde la primera hasta la última escena, obligándome a ejercitar la olvidada moviola para repetir las secuencias que me habian impactado, concretamente las del tai chi playero que dirige la señora Sakura, Masako Motai , omnipresente en el cine de Ogigami, y a tocar palmas despues de disfrutarla. Lentitud expositiva, sin exasperar, y el plantel mínimo y suficiente para una comedia, cuatro-cinco actores y un perro, que luego se tansformaría en gato en  Kamomene (La Posada de la gaviota), y en muchos gatos en la penúltima  “Rentaneko” 2012, cuyo ritmo confieso que ha podido conmigo, resultando vencedor , en la eterna lucha cotidiana, el sofá frente a la pantalla.
Me queda por ver la primera, aquella que le dio fama y la oportunidad de seguir haciendo películas “Barber Yoshino” 2004, ausencia que compensaré en breve y que tiene todo el aspecto de iniciar el mundo personal y divertido, sabiamente divertido, que espero continué poblando el cine de esta buena mujer.
Cine espartano, lento, y sin embargo hipnótico. Te atrapa desde sus primeras secuencias y no cesa de administrarte píldoras , con la implacable prescripción del terapeuta a intervalos fijos, desayuno, merienda y cena. Quedas embobado contemplando los títulos de crédito – en japonés- y la propina como pasaje musical digno de indagación sobre su título y autor, a la vez que comienzas a pensar sobre esto y aquello y a recibir el influjo de positivo de los personajes del cuento. Rohmer puede descansar tranquilo.

 

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