jueves, 13 de mayo de 2010

GLENN GOULD . SERIE MUSICAL. ( AUNQUE NO LO PAREZCA) I


------------------------------------------------------------------------------------------- DESDE LA SILLA DE GLENN GOULD HASTA EL REVOLVER DE JOHNY GUITAR.
(CON UN BILLETE DE SOLO REGRESO)


En algunas ocasiones el intérprete termina apellidando a la obra. La conjunción entre ciertas partituras clásicas, significadas por su especial dificultad, a la vez que patrón básico del nivel de calidad de los artistas que pretenden serlo, unida a la excepcionalidad de alguno de ellos, convierten a la pareja, a la puesta en escena de este prodigio esperado a lo largo de siglos, a veces, en una marca indeleble en el tiempo, en un antes y un después de aquella vez en que Glenn Gould grabó las Variaciones Goldberg.
Hasta el nombre del autor se refugia en un gozoso anonimato, y hablamos de Bach, para dejar que la posteridad asocie al uno, Gould, con las otras, las Variaciones...
Con 23 años de edad, el hasta hacia poco niño prodigio, registró en 1955 su versión de las Goldberg, apoyándose en la incipiente calidad discográfica de una HIFI balbucearte, y sirviendo desde entonces como modelo a imitar, a intentar copiar, por todos los pianistas que , desde entonces en el mundo han sido.
Bueno, por casi todos.
Porque hubo uno, que en 1981, con 49 años de edad, y ya estrenando la tecnología digital, la de los bits y la de las copias gemelas, hizo otra versión que al día de hoy sigue dividiendo la opinión de los expertos sobre si era tan excelsa como la anterior o incluso mejor, si ello fuese posible.
El interprete se llamaba Glenn Gould también, el mismo. Y la traducción que sus dedos hicieron del desafio que Bach proyectó sobre los teclistas futuros, volvió a marcar un hito difícil de soslayar, de dejar de mirar de reojo cada vez que alguien intenta escuchar grabaciones de las variaciones Goldberg. No digo nada de los osados que pretenden presentarlas en público.
Por supuesto que las mejoras sonoras en la grabación de la era digital, poco o nada tuvieron que ver con el resultado final. Todavía hoy escuchamos sobrecogidos grabaciones centenarias de Caruso mientras el pabellón auditivo se espanta con la osadía del penúltimo tenor en el terreno de juego lírico. Y no es solamente la calidad del sonido, ya que nadie podrá superar jamás a la del silencio, como bien sabe Keith Jarret que procedente del jazz, realizó el enésimo intento de acercarse a Gould. Es algo distinto.
Gould tenía 26 años mas cuando realizó su segunda versión, canónica, y ello es fácil apreciarlo en la comparación. Todo el virtuosismo del pianista precoz, todo el merito de los dedos mas veloces de teclista alguno, hasta entonces, queda eclipsado cuando la madurez del artista cambia el tempo de la partitura, cuando repite algunos pasajes, y cuando añadiendo doce minutos a su duración, demuestra la grandeza irrepetible del genio.
Cuando a la impecable lectura del pentagrama se añaden la experiencia, las vivencias de toda una vida, y se funden con las intenciones que otro genio, Bach, dejo escondidas entre las notas de esta obra escrita para clave, al condensarse en la salsa uniforme, con ese color y ese sabor tan apetecibles, que nadie quiere dejar de probar, y con la consecuencia por todos conocida de tirar de papel y boli y preguntar por la receta, para intentar repetirla en casa, intentar reproducir la receta de la abuela. Como si eso fuese posible.
Como si pudiésemos repetir la abuela. Clonarla cuando sus manos muestran signos inequívocos de artrosis y sus ojos no son nada sin las gafas de repuesto. Las otras no recuerda donde las ha puesto.

Glenn Gould lo hizo, porque la vida le dio tiempo para hacerlo, para envejecer mejorando, como algunos vinos buenos, y para hacernos ver lo importante que es siempre comparar, o sea volver la vista atrás como dijo el poeta.

Podría extenderme sobre el placer que, en las largas tardes de estío, me proporcionaba tocar esta pieza en el Steinway del salón, cuando España y yo éramos la segunda potencia mundial de la propaganda y la fantasía. Pero fueron otros tiempos en los que realmente no hubo piano, habilidades musicales ni, si me apuran, tan siquiera salón.
No obstante había un magnifico Pickup, Dual Bettor Mark, y algunos discos comprados en los saldos de los grandes almacenes, junto a media docena de incunables mas sobados que la partitura que el sacristán tocaba, de oído, en el armunium de la parroquia, simulando al pasar las páginas, unos conocimientos a los que nunca tuvo acceso.
Entre ellos estaba un disco grande, alias LP, que fue durante los años gloriosos del esplendor en la hierba, el tema eucarístico de nuestros guateques. Una recopilación de grandes éxitos de los Indios Tabajaras, cuyos instrumentales para guitarra española siguen pareciéndome una referencia musical, como fondo sonoro ideal de cualquier sala de espera, aparte de su importantísimo cometido iniciativo parasentimental anteriormente aludido.

(Continuará)
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