viernes, 28 de mayo de 2010

UNA DE CAL Y UNA DE ARENA



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LA DE CAL


Me caen sobre la cara hojas de otoño. Hojas secas quiero decir, de esas que la brisa liviana del viento vespertino, ese que anuncia el cambio de temperatura entre el día y la noche, arranca del tallo seco, enviándola al descanso merecido tras la temporada vital, cuando la savia ha circulado desde las raíces hasta el extremo mas lejano, en el tiempo ese en que los caducifolios apagan una vida y se duermen esperando la siguiente. Como nosotros más o menos.

Solo que estamos en primavera, todavía no ha llegado el verano, y no es tiempo de que caigan las hojas. Miro su aspecto, su color marrón sin pasar por el ocre, tan necesario en el ciclo de la vida, y compruebo que es una hoja muerta, sin haber vivido. Los hongos primero, tras el exceso de humedad de un otoño que ha durado por dos, y los pulgones después la han curvado dándole un aspecto acorde con su realidad, arrugada, devorada parcialmente por los gusanos, y con unas excrecencias leñosas que no guardan relación con su tradicional aspecto de célula generadora de oxigeno. Una hoja enferma que ha fallecido por consunción, tras un corto y doloroso proceso seguramente, y que no hace otra cosa que servirme como indicio de que algo marcha mal. Algo que está cayendo fuera de tiempo y de lugar.

Adoptan formas bastante distintas a la vegetal, aunque sirva la introducción. De hecho vienen a la memoria imágenes de hechos pretéritos, que además creía irrepetibles, y me sobresalta la posibilidad del reborn, del dejavu, o de cualquier otro modismo que viene a decir igualito que el titulo de aquel libro de la biblioteca de mi abuelo “El último día del paganismo y el primero de lo mismo” de un tal Joaquín Costa. ¿Os suena?

Se trata esta hoja podrida, de una anécdota atribuida al dictador, aunque yo prefiera incluirla dentro del apartado de leyenda urbana, tanto por la escasa fiabilidad de los cronistas de entonces como por la relación que tiene, como esperpento, con la España Negra.

Al parecer, en la posguerra inmediata, la esposa de un militar republicano, condenado a muerte, y a través de la mediación de un alto cargo religioso, consiguió una audiencia en El Pardo, para suplicar al invicto por la vida de su marido.
Fue recibida, y fue escuchada. Y nada mas abandonar la sala, cuenta alguno de los presentes haber escuchado la voz del caudillo, y la inapelable sentencia:

-La tonta, todavía no se ha dado cuenta de que es viuda.

Que sea cierto, no tiene tanta importancia como que realmente pueda serlo. Y es de lo que se trata. Que el sarcasmo sea llevado a su máxima expresión, la del verdugo haciendo bromas ante los despojos de la victima, no resulta increíble porque de alguna manera, llega a ser algo habitual, algo cotidiano, cuando la victima indefensa pide clemencia al poderoso, y este es el autentico culpable de su condena.

Y no es un eufemismo, ni un atisbo de maniqueísmo al que soy alérgico por naturaleza. De hecho las inmunoglobulinas que reaccionan contra el bien o contra el mal (absolutos) están ausentes de mi plasma. No puedo evitarlo.

Y es que ahora resulta, me acabo de enterar recientemente, que soy funcionario.
Me pilla un poco tarde la noticia , después de tantos años marginado de la protección que el estatuto de la función pública, o el de los trabajadores sin ir mas lejos, ofrecía a los empleados por cuenta ajena, ya que estabamos sometidos a unas extrañas normas laborales que dictaban, y siguen dictando, que una hora trabajada no es una hora trabajada, si no otra cosa, que las jornadas de trabajo eran y son ilimitadas, tanto como lo justifiquen las “necesidades del servicio”, o que afortunadamente estemos exentos de derechos tan anacrónicos como el de huelga, por citar alguna de las desventajas asumidas a cambio del privilegio de no ser, de no pertenecer a la estirpe vilipendiada de “los funcionarios”.
Mas hete aquí que, de pronto aparece una medida de castigo, contra ellos, y me encuentro en ella incluido, en la lista de los malditos, los marcados con el aspa, con el estigma de los condenados, con los que tenemos un tatuaje imborrable en el lugar ese donde la espalda cambia de nombre. Y yo sin saberlo.

Tan tonto que no sabia que era, que soy viuda. Que lástima.

Pero nunca es tarde como bien sabéis. Peor es seguir en la ignorancia.

Mi gran y verdadera pena, como la de tantos que dedicamos nuestra vida a la función pública, en puestos tales que nadie ha osado ni osaría jamás a llamarnos funcionarios, a secas, es estar en cierto modo también, entre los que escuchan al caudillo actual, decir la hiriente frasecita al pueblo a quien va dirigida.

-Son tan tontos que todavía no se han dado cuenta de que no tienen (1) médicos, ni profesores, ni policías, ni ni…

Porque este no es solo el comienzo de una nueva amistad, a festejar en el bar de Rick, sino el comienzo del duelo por la muerte anunciada del otrora estado del bienestar, palabro infame que hizo creer que el derecho a la salud, a la enseñanza, a la vivienda o a la seguridad eran algo universal, gratuito, y ejecutable previa presentación del documento de identidad y el óbolo cuatrienal al que manda. Y nada más.

Sin pararse a pensar (funesta ocupación) que todos los logros sociales, limitados y finitos, conseguidos paulatinamente durante décadas, con el esfuerzo de todos, puedan convertirse en un castillo de naipes, al que alguien intenta prender fuego, sobre una mesa bamboleante.

Creo que alguien debería haber dicho a aquella señora que era una viuda, antes de hacerla pasar por otra humillación más.
Creo que alguien debería hablar claro a los teleespectadores, presuntos ciudadanos, como hacen sus dirigentes actuales, los culpables de la situación, a los griegos cuando les dicen que a partir de ahora no van a poder exigir derechos, tan solo pedir favores.

Por lo menos, ya saben que son viudos. Ahora a llorar.



(1).- Usar como cabezas de turco (2) a los profesionales peor pagados, y peor tratados, de la república de Saló (3), del reino de Mongo. Que a su vez es el que peor los trata en el Imperio de Ming, es algo que va dirigido directamente a su exterminio. No sirve prestarse a confusiones. Tan solo aceptar el cambio de estado civil.
Es como sujetar un pacífico conejo por las patas traseras, boca abajo, y darle un golpe discreto, no necesariamente fuerte, sobre las orejas. Sentir sus breves convulsiones en la mano que lo sujeta, y luego soltarlo en el jardín esperando que siga haciendo vida normal. Me temo que no es posible.

(2).- Juego de palabras. Cabeza de turco es el griego por antonomasia, cosa que no se que significa.

(3).- Aparte de de ser el comienzo de un título de Pasolini, Saló fue realmente una republica de corta duración y pésimo recuerdo. Están los libros, y el Marqués de Sade, para quien quiera documentarse.

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