miércoles, 19 de mayo de 2010

SPOTNICKS. SERIE MUSICAL (AUNQUE NO LO PAREZCA) II


------------------------------------------------------------------------------------------------------------DESDE LA SILLA DE GLENN GOULD HASTA EL REVOLVER DE JOHNY GUITAR.
(CON UN BILLETE DE SOLO REGRESO).


Una de esas piezas cortas, para pantalón ajustado, era “Johnny Guitar”. Inolvidable, tarareable y musitable para oídos bien temperados, lo que sin duda habría sido del agrado de Johann Sebastián.

Con el tiempo, y por supuesto los sucesivos planes de desarrollo, apareció en el horizonte de mi magra discoteca, un fenómeno inesperado que fue el de las versiones.
Y aquí debo hacer un inciso, un fenómeno distanciador en el discurso, pero a la vez necesario.

Ante la disyuntiva de escuchar, adquirir en precario, nuevas canciones, y ante el numero infinito de estas, aparecía la posibilidad de conseguir una nueva versión de aquella que tanto me gustaba, y el conservador que todo revolucionario lleva bajo la camisa me empujaba a ir sobre seguro. Así tuve que prescindir de La Nova Canço en particular y de los cantautores en general, cosa de la que nunca tendré que arrepentirme, para centrar la colección en un par de canciones.
Al fin y al cabo si uno consigue leer un buen libro, solo uno ¿Para que va a querer leer otro? Un razonamiento magistral que me lleva a tener 85 versiones de “And i love her”, para convencerme de que todas son iguales, y de que ninguna de ellas mejora la original. Es el método maravilloso de la prueba y el error, y de las ventajas de haber vivido tu tiempo mirando hacia atrás y reflexionando de vez en cuando.

No es el caso de Johnny Guitar. Aparte de la magia que sigue envolviendo a los Tabajaras, conocí la original de Peggy Lee, compositora de la letra e interprete del tema principal de la película homónima, en un disco pequeño comprado en una tienda de segunda mano. -otro gran descubrimiento para un chico de pueblo- y algunas otras diez, totalmente olvidables, con la excepción de la que hicieron Los Spotnicks en los primeros sesenta.

Guitarras eléctricas, lo que era sinónimo de música moderna. No digo Pop, Rock, ni mucho menos Surf, ya que entonces desconocía su existencia. Tan solo cuatro guitarras eléctricas, cuatro y un batería, cubiertos por trajes espaciales, probablemente copiados por sus madres de alguna revista de actualidad con fotos de los primeros cosmonautas – luego llegaron los astronautas-dando a entender lo dura que es la vida del artista y el poco miedo al ridículo que hay que tener si uno quiere conseguir notoriedad.
Y vaya si la consiguieron. Grabaron más de quince discos desde el primero en el 61 hasta 1970 en que tuvieron su primer descanso.

Y es que de pronto, un tema melódico, una balada arrastrada entre bolero y vals lento, con el ritmo pausado que permite seguirla a los pies menos avezados en el noble arte de Isadora (Duncan), se convierte en algo trepidante, en una polka rapidísima que te hace bailar tras ella intentando alcanzarla en cada compás antes de que el próximo te deje definitivamente fuera de juego. ¿La causa? Su transformación desde un Adagio hasta un Allegretto, con un resultado tan divertido como espectacular.

Bien es cierto que la utilidad inicial, la de bailar muy juntos, quedaba marginada, pero aun así permitía escuchar un aire nuevo, un audición renovada de un tema que como el de los Beatles deja poco margen a la manipulación.
Digamos que quedaba en el recuerdo como la interpretación preferida hasta que, volvió a suceder. Hace tan solo un par de años en que el fundador del grupo, Bo Winberg, reúne a los supervivientes. Otra vez en el estudio, y al igual que hiciera Glenn Gould, con todas las ventajas de la grabación digital en 32 bits, vuelve a versionar las versiones de temas populares como hiciera en los sesenta, entre ellas Johnny Guitar. El resultado, la perfección.

Curiosamente cae en el mismo descubrimiento del pianista, devolviendo el tempo al supuestamente original. Mas cercano al andante de los Tabajaras, y que aun sin llegar hasta el lento y gutural de Peggy Lee, lo dejan cerca, muy cerquita de la perfección.

Otro inciso obligatorio. La obscenidad cotidiana de pretender seguir subido a un escenario, de intentar seguir siendo un ídolo juvenil cuando los setenta han quedado atrás. Pero ese es otro misterio de los tiempos que nos toca vivir. Mientras el pianista lograba su momento estelar a los cuarenta y nueve años de edad, síndrome de Asperger incluido, el guitarrista sueco sigue haciendo el ganso a una edad en que los imitadores de Dorian Gray hace tiempo que abandonaron tamaña ilusión. ¿Será por las albóndigas de IKEA?

Para ello ha necesitado, modernidades aparte, un viaje de cincuenta años. Para hacernos ver que el virtuosismo del guitarrista mas rápido de la pradera, puede transformarse, mejorando, con los enlentecidos y reposados arreglos de medio siglo sobre sus dedos, y siempre abrazado a una Gibson amorosa.

Y es entonces, cuando vuelve a resurgir la nostalgia. Cuando vuelve a aparecer la frase inmortal:
“Nadie como tu Johny”, y todo vuelve a empezar.

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